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El miércoles 30 de marzo se celebró el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar. Para quienes no lo saben, este día en 1988 se instauró en Bogotá en el Primer Gran Congreso de Trabajadoras del Hogar. Este día es un punto en el camino para conmemorar a las trabajadoras domésticas, promover el valor del trabajo del hogar y fomentar acciones para reivindicar sus derechos.
El eje de su lucha ha sido los derechos laborales. En Perú, por ejemplo, a través de la nueva Ley 31047, las trabajadoras del hogar lograron que este día se reconociera como feriado. Pese a los grandes avances en la región y el fuerte impulso que ha dado el Convenio 189 de la OIT a este enorme grupo de trabajadores y trabajadoras, su derecho a la ciudad, tanto de los vivos como de los muertos, es invisible para la sociedad en general.
Aunque diariamente atraviesan nuestras urbes por horas, en ciudades como Bogotá y otras latinoamericanas, las trabajadoras domésticas son invisibles para los planeadores urbanos y para los planeadores de transporte. Sin embargo, hay otra invisibilidad que nos habla de aquellas que ya se han ido: ¿a dónde van a parar las trabajadoras domésticas que fallecen? ¿De qué se mueren? ¿Cómo fueron sus vidas? ¿Dónde yacen sus cuerpos? ¿Quiénes conmemoran sus muertes?
Justo al lado del Cementerio Central, donde están enterrados grandes próceres nacionales y personas de la alta alcurnia bogotana, sobre la Avenida 26, se ubica el antiguo Cementerio de Pobres. Pese a que desde los años cincuenta se han atravesado calles sobre este camposanto, se ha intentado clausurar, pintar sobre sus paredes y acabar con él, la memoria de los que allí reposan brota por las paredes arruinadas por las grietas.
Justamente en reconocimiento de esta memoria, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural viene realizando un levantamiento juicioso de ese cementerio que muchos desconocen. Hoy en día, las trabajadoras domésticas son un alto porcentaje de quienes están enterradas en el Cementerio de “Pobres”; tanto, que uno podría llamarlo el cementerio de “sirvientas”.
Para conmemorar el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, el pasado sábado 2 de abril el Instituto de Patrimonio llevó a cabo el recorrido “Desenterrando las historias de las trabajadoras domésticas en el antiguo cementerio de pobres”. Asistieron personalidades del mundo de las trabajadoras domésticas como Claribed Palacios, presidenta del sindicato de trabajadoras domésticas Utrasd; Ana Salamanca, de Sintrahin, y otra veintena de mujeres y hombres.
Muchos de ellos contaron sus historias sobre su propio trabajo doméstico, el de sus madres y abuelas, que nos hablan de los abusos, de las luchas, pero sobre todo de la importancia de estas mujeres para el sostenimiento de la vida en nuestra sociedad.
A lo largo del recorrido hubo espacio para la reflexión sobre quiénes habían sido enterradas en este camposanto. Los registros necrológicos son lo que queda de muchas trabajadoras domésticas que reposaron allí. Aquí uno de ellos:
“Septiembre 28 de 1936.
579- Sacramento Moreno de G. Hija de Eugenio Moreno y María Quintero, de 95 años, de Tocaima, viuda, profesión oficios domésticos, murió el 28 de septiembre en la calle 11 #16-94 de hernia acobensa, según certificó el Dr. Guillermo Lagarcha. Obtuvo licencia para inhumar cadáver en monumento”.
Resulta interesante analizar que se trataba de una mujer de edad muy avanzada, que murió de una hernia que tal vez pudo haber sido tratada con acceso a un buen sistema de salud, que había estado casada, que tenía un origen por fuera de Bogotá. Pero, como ella, hay registros necrológicos de trabajadoras domésticas desde los nueve años, una gran parte solteras y sin familia, muriendo de enfermedades de poca gravedad pero que no recibieron el tratamiento adecuado.
Estos registros, aunque cortos, nos hablan mucho de la vida de limitaciones y soledades de estas mujeres, y de su profundo anonimato. Pero, además, el espacio para la reflexión desde las historias de vida de quienes participaron en el recorrido da cuenta de la invisibilidad de la vida y la muerte de las trabajadoras domésticas en nuestras sociedades.
Varios participantes contaron historias de niñas que fueron robadas de sus pueblos con falsas promesas, como las de una educación, para dedicarse a vivir y trabajar en una familia en la que fueron abusadas, maltratadas y separadas hasta el día de su muerte de sus propias familias.
Otras hablaron del encierro y la vida propia que quedó de lado por cuidar de vidas ajenas. Algunos hablaron de las luchas incansables, de la madrugada a las 4 de la mañana por salarios míseros y de la muerte que esperaba a la vuelta de la esquina por falta de atención médica básica. Todas comentaron sobre la fortaleza de las trabajadoras domésticas para sacar la familia de sus empleadores y las suyas propias adelante.
Este espacio de reconocimiento es definitivamente un patrimonio de nuestra ciudad y nuestra sociedad. Las trabajadoras domésticas que tejen con sus cuerpos el cuidado de la vida en Latinoamérica deben ser conmemoradas, respetadas, recordadas y guardadas para siempre en la memoria de nuestros entornos urbanos. Su derecho a la ciudad de los vivos y de los muertos no puede permanecer más en la invisibilidad.