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El clientelismo, más allá de las connotaciones morales, es una alternativa para el ciudadano, al facilitarle el acceso a los bienes y recursos, en escenarios de debilidad o abandono estatal.
Los procesos electorales los definen no solo las reglas escritas, sino también las no escritas, o aquellas instituciones llamadas informales, como el Clientelismo.
Detrás del formalismo normativo e institucional colombiano, se mueven estructuras complejas de poder, basadas en el parentesco y el localismo, que han desarrollado reglas de intercambio, que responden a transacciones electorales entre familiares o casas políticas con amplio dominio territorial, y la ciudadanía.
En la base fundamental de este intercambio se encuentra el clientelismo. Y en especial su formato electoral, que va a definir en últimas, la relación entre los actores políticos y los electores. Por esto, para comprender el funcionamiento del sistema político en los territorios, se debe conocer el funcionamiento local de la estructura clientelar.
Ahora, más allá de las connotaciones peyorativas y de los juicios de moral que hay alrededor de este fenómeno, el clientelismo como institución informal, es una forma de intercambio que ocurre entre varios actores. Principalmente, entre el “patrón” y el “cliente”. El primero puede ser el candidato o el líder de un partido político, que en cada proceso electoral está en busca de votos. El patrón ofrece recursos o servicios, o lo que sea necesario para obtener los votos y llegar a los espacios de decisión.
El otro actor es el “cliente”. Es el ciudadano con necesidades o demandas insatisfechas, y está abierto a seguir las reglas de esta institución para suplir o satisfacer sus necesidades, lo que en términos del profesor Alfredo Rehren configura una relación de transacciones asimétricas, donde el Patrón controla importantes recursos de poder y garantiza, como un “guardián”, que su clientela acceda a estos recursos. Esto a cambio de lealtad y apoyo político.
Aunque algunas prácticas clientelares pueden rayar en la ilegalidad, producto de la coacción o corrupción del elector, un elemento fundamental para comprender este fenómeno es el entendido que tienen muchos ciudadanos del clientelismo como una práctica propia de los “políticos y la “política”. Donde existen obligaciones reciprocas alrededor del favor, el agradecimiento, la amistad; mientras que la compra de votos, constituiría un mero intercambio económico, sin ningún compromiso interpersonal.
Si bien el clientelismo es una relación asimétrica entre dos, patrón-cliente, en el plano local, un aspecto importante para el correcto engranaje de las estructuras clientelares, es la existencia de una tríada clientelar. Es decir, la presencia de una persona adicional o broker, quien actúa como intermediario. Este mediador o intermediario, cumple varios roles en la estructura clientelar, y cuenta con una denominación según su actividad en la misma.
Así, por ejemplo, para el caso de algunos territorios del caribe tenemos al “Líder”, quien se encarga de organizar las bases de votantes y apoyar la logística el día de las elecciones; existen también los llamados “Capitanes”, encargados de garantizar la permanencia de los ciudadanos como electores para el próximo periodo electoral.
Como articulador de las actividades de estos dos últimos, encontramos al “Coordinador”, y el manejo de los recursos está en cabeza de los “Taquilleros”, quienes administran los recursos y arman los paquetes de votos.
Otro actor dentro de la estructura es el “Mochilero”, a quién le corresponde la compra directa de votos y quién cuenta con una especie de deformación, conocido en el caribe como el “Puya Ojo” o “Bola e´ Hierro”, quién sería el comprador de votos que decide “traicionar” al Patrón. Este último actor está directamente relacionado con los delitos electorales (compra de votos), y normalmente concentra la atención de los cuestionamientos y denuncias ciudadanas.
Estos intermediarios electorales pueden cambiar de función, según lo requieran los patrones o candidatos durante la campaña electoral, si ven amenazada la victoria el día de las elecciones.
Esta estructura se ha consolidado en el marco de una nueva forma de clientelismo que se caracteriza por tener elementos de tipo mercantil, transformando a los partidos políticos en empresas electorales, ejecutoras de una logística clientelar.
En esa forma de transacción, son protagonistas aquellos políticos y contratistas que se valen de la descentralización fiscal capturando parte de los recursos transferidos; para beneficiar empresas electorales bajo la mediación de las casas políticas y sus intermediarios.
El clientelismo como característica institucional del sistema político colombiano es un proceso que se ejecuta a través de una estructura o estructuras construidas por organizaciones políticas con poder local.
La complejidad que posee el fenómeno en el territorio y en el país en general va más allá de la compra de votos, y se inserta en múltiples áreas como la implementación de políticas, la distribución de los empleos en el municipio, el departamento o el Estado, o la licitación y ejecución de obras públicas, es decir, que el clientelismo puede ser una gran alternativa para el ciudadano, al facilitarle el acceso a los bienes y recursos que oferta el Estado.
Este aspecto resulta clave de cara a las reformas institucionales que demanda la sociedad en materia de participación política teniendo en cuenta que esta forma de interacción política y social hace parte del conjunto de normas, valores, reglas y prácticas que regulan la vida pública en el territorio, sentando las bases, tanto de las formas de interacción de la ciudadanía con la élite local, como los mecanismos a través de los cuales se insertan muchas regiones con la vida política nacional.
*Este artículo es el resultado de un trabajo de investigación realizado con el politólogo Luis Villalba.