Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Las amenazas son usadas por actores legales e ilegales, ya que en términos operativos no implican riesgos, son difíciles de verificar y las instituciones raramente se activan ante ellas.
A propósito de las recientes amenazas en contra de la editora de La Silla Caribe, Laura Ardila, y siguiendo el tema sobre el doloroso y sistemático asesinato de lideres sociales, es importante retomar lo dicho en una columna anterior en el sentido de que en Colombia la violencia ha sido asumida como un medio muy efectivo para la consecución de ?nes políticos.
De ahí la permanencia de esta violencia en la historia de nuestro país, ya que en la práctica ha pasado a ser un componente activo de la sociedad, integrándose a las manifestaciones culturales implícitas en las relaciones sociales.
La violencia se ha convertido en una variable activa dentro de las interacciones sociales, las instituciones y las estructuras socioeconómicas colombianas.
En el caso de este artículo, su enfoque es de carácter relacional, ya que es utilizada para mantener o modi?car los comportamientos de aquellos sujetos sobre los cuales se ejerce, convirtiéndose de esta manera en una forma más de comunicación e interacción.
Esto en el marco de un “entorno generoso” para su uso continuo, ya que los altos niveles de impunidad, la indiferencia ciudadana que se manifiesta en su poca capacidad de movilización y sanción social efectiva, así como la naturalización y justificación social de los hechos violentos, sirven como incentivo permanente para el ejercicio de la violencia con fines políticos.
En este contexto, cabe resaltar que dentro de las modalidades de violencia política ejercidas en Colombia la amenaza mantiene un lugar privilegiado, ha sido utilizada por todos los actores armados (legales e ilegales), ya que en términos operativos no implica riesgos, es difícil de verificar y las instituciones raramente se activan ante ellas.
Ademas, sus efectos suelen ser contundentes, la incertidumbre y el sentimiento de inseguridad que producen en el amenazado y su familia terminan modificando sus comportamientos, logrando en muchos casos el efecto buscado.
Así, pues, la violencia política en Colombia puede ser evaluada tanto en sentido genérico como en cuanto a su dimensión de las relaciones interpersonales y de las estructuras sociales.
En este sentido, la violencia se utiliza como un medio para transformar, corregir o mantener determinado tipo de relaciones sociales, políticas y productivas, y se aplica en diferentes esferas: interpersonal, local, regional y estructural.
En nuestro país, los altos niveles de violencia con ?nes políticos están lejos de desintegrar o fracturar profundamente la estabilidad social o institucional, ya que la sociedad en general ha logrado soportar la violencia en niveles superiores a los aceptados en contextos sociales normalmente seguros.
La sociedad colombiana se ha adaptado a la violencia que contra ella se ejerce, absorbiéndola e integrándola a sus estructuras, pasando de este modo a ser una variable activa de su ordenamiento social.
Por último, es necesario que los colombianos entendamos que la oposición política es un rasgo central de las democracias, que el contradictor político no es un enemigo personal y que el reconocimiento y aceptación de la diferencia es un requisito necesario para el avance social.
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*Foto de portada tomada de Museo Casa de la Memoria