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A una acotada y poco ambiciosa, pero bien encaminada reforma política presentada por el Gobierno, basada en algunas de las consideraciones puntuales de la Misión Especial Electoral MEE, le han ido colgando el más variopinto número de propuestas.

Enredado y traumático ha sido el comienzo de un nuevo intento por reformar la política y las elecciones en el país. El eje fundamental de la democracia. 

A una acotada y poco ambiciosa, pero bien encaminada reforma política presentada por el Gobierno, basada en algunas de las consideraciones puntuales de la Misión Especial Electoral MEE, le han ido colgando el más variopinto número de propuestas.

Paradójicamente, los partidos minoritarios se han opuesto, votando negativamente el primer proyecto del Gobierno -como si no hubiera nada que marchara en la dirección correcta-. Alternativamente presentaron su propio paquete de propuestas. Lo más sonado, es la disminución de la edad de los votantes, tema muy alejado de la discusión fundamental de los problemas electorales y políticos.

Otros partidos han lanzado globos o parecen querer sabotear la iniciativa con exóticas propuestas: prolongar el periodo de los alcaldes y gobernadores; abrir la posibilidad para que los congresistas, por una zona vez, puedan cambiar de partido o crear nuevos; o la elección de presidente de acuerdo a la mayoría del congreso, ¿un régimen parlamentario?

Aunque algunos cambios se han ido quedando en los debates, reflejan de alguna manera el gran reto de reformar la política en Colombia y la baja posibilidad de consenso en medio de una contraposición de intereses partidistas. Todos quieren tirar para su lado.

Señalaba recientemente Alejandra Barrios, directora de la MOE, que por lo menos ya hay 14 propuestas de reformas cursando en el Congreso. Una excesiva dispersión.

A pesar de estas dificultades, en los numerosos intentos fallidos de una necesaria reforma estructural al sistema político,  se han logrado algunos cambios positivos: el umbral que obligó a una mayor organización de partidos políticos o la silla vacía para endurecer las sanciones y responsabilidad partidistas. Sí, se puede avanzar.

Algo que puede ayudar, es volver a centrar la discusión en sus justas proporciones sobre lo que se necesita. Un tarea que ya adelantó la MEE con un excelente resultado. Este comité de expertos, producto de los acuerdos de la Habana, permitió consensuar –con la participación de los partidos y el Gobierno- una hoja de ruta para impulsar los cambios que necesita nuestro sistema político electoral. Un diagnóstico certero sobre lo que requiere nuestra democracia. 

Hacia esa dirección debe girar el debate, lógicamente concertando nuevos temas con los partidos, pero en esencia, recogiendo lo básico de las sugerencias presentadas. 

El poco liderazgo en el Congreso para sacar a flote la reforma, permite que se mine la confianza en los cambios propuestos, se pesque en río revuelto con cambios accesorios o se hundan las posibilidades de avanzar así sea en algunos cambios positivos. 

Aunque el trámite de la reforma empezó de forma desordenada,  apenas se inicia su discusión. Aún podemos movilizar esfuerzos para empujarla. Organizaciones de la sociedad civil en llave con políticos de diferentes partidos, pueden retomar la iniciativa centrando el debate y conectándolo con el resto de la ciudadanía.  

Reformar nuestro sistema electoral es una necesidad apremiante y prioritaria, no podemos seguir adelantando elecciones en medio de las debilidades de nuestro sistema político electoral. Si no se logra, seguiremos asistiendo al penoso espectáculo de la compra y venta de votos, los saltos de canguro o la trashumancia electoral.

Es profesor universitario y promotor del desaroollo en temas de fortalecimiento democrático y ciudadanía. Estudió economía en la Universidad del Atlántico y una especialización en cooperación internacional.