Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Poder del Amor.
El poder terrible del Amor:
Epistola in carcere et vinculis
Esta desoladora y larga carta escrita por Óscar Wilde a lord Alfred Douglas en 1887, en los últimos meses de su reclusión en la cárcel de Reading, es la carta más conmovedora, artística, humana y filosófica que he leído en mi larga vida de lectora.
Tiene destellos de inmortalidad. De gran recogimiento íntimo, sin el preciosismo de las metáforas de sus obras, solo el sufrimiento del autor y sus sombríos recuerdos.
Fue accidentada la primera edición de esta carta que, desde la prisión, escribió Óscar Wilde a su amado lord Alfred Douglas, causante de su ruina moral, artística y económica.
Él la entregó personalmente a Robert Ross, su más leal amigo, el 1 de abril de 1897 al abandonar la prisión: “Y del mismo modo que las bulas de Su Santidad se designan por las palabras iniciales, podrá hablarse de mi carta como de Epistola in carcere et vinculis“, le dijo a su amigo.
Wilde falleció en 1900, y Robert Ross, siendo su albacea literario, publicó solo en febrero de 1905, en Inglaterra, únicamente la segunda parte de esta epístola, bajo el título de De Profundis.
Su destinatario, Alfred Douglas, jamás llegó a recibirla e ignoraba la existencia de la misiva a él dirigida. Pero leyó la segunda parte de la carta en 1905 cuando fue publicada.
El manuscrito original lo posee el Museo Británico de Londres, y la edición completa de esta “epístola”, ya fallecidos todos sus protagonistas, se realizó en 1962, por deseo expreso de Robert Ross, para preservar la epístola de Alfred Douglas y de los constantes libelos en contra de su memoria.
Los detalles de su publicación, si bien relevantes, se desvanecen ante lo esencial: un gran artista, esteta y pensador, lo más elevado del refinamiento en el Arte. Esa pluma que subyuga siempre, se abandona al sentimiento, al reproche amoroso, al inventario doloroso de sus triunfos de artista, y a su presente ruinoso en prisión, donde ya no podrá leer sus libros preferidos de fina y lujosa edición, o entregarse a su arte y verlo florecer de nuevo.
Lee la Biblia en griego, idioma que hablaron los Apóstoles palestinos, y descubre en ella el poder redentor del Amor y el Dolor, el suyo. Descubre a Cristo, a quien denomina Poeta, solo comparable a Sófocles y Shelley: el primero que dijo a las gentes que debían vivir como las flores.
Lo hermoso de esta epístola es su poder de revelar un Alma, la de Wilde, que ya podíamos percibir en El crítico artista, en El alma del hombre bajo el socialismo,en Pluma, lápiz y veneno, y en su obra más conocida en estas latitudes, El retrato de Dorian Gray. Conocer sus autores preferidos, en especial, Dante, Shakespeare, Pater, Baudelaire, Shelley; deleitarse una y otra vez con el relámpago de su pluma, la vivacidad y el color único de su estilo.
Despojado de toda vanidad y de todo artificio, reconoce que no le puso límite a su pasión, y permitió que su tiempo precioso de creación fuera perturbado por las constantes interrupciones de lord Alfred y sus extravagantes caprichos económicos, que siempre complació: “la base del carácter es la voluntad y mi voluntad llegó a estar absolutamente sometida a la tuya”.
De profundis es la parábola del amor que destruye y arrasa la virtud, la fe en lo amado, y en el porvenir individual de quien en ello incurre: “No había más que ceder ante ti o imponerse a ti. Pero siempre fui el que cedió”.
No es una carta moralista o el reproche amoroso por el reproche: es una gran reflexión estética de quien al Amor se entrega e intenta descubrir la génesis de tan perturbadora influencia: “Me censuro por la completa degradación ética en que dejé que me sumieras. De cuando en cuando produce alegría tener la mesa roja de vino y de risas; pero tú rebasabas todos los límites y toda la templanza. Pedías sin piedad y recibías sin gratitud”.
Wilde entrega en esta carta todo su talento a quien debe la existencia del Amor, pero su Arte, puro como todo lo que sale del Alma, le sigue perteneciendo y supera toda su tragedia.
Después de su lectura lo que importa es que Amó, comprendió el significado del Amor y murió sin haber dejado de Amar: “Quedaré en libertad a fines de mayo (1897), quiero una entrevista contigo en algún lugar tranquilo del extranjero. Por incompleto e imperfecto que yo sea, puedes aprender aún mucho de mí. Viniste a mí para aprender el goce de la vida y el goce del arte. Quizá he sido elegido para enseñarte algo más maravilloso: el significado y la belleza del Dolor. Tu amigo que te quiere, Óscar”.
¿Qué le cobró la justicia victoriana y su sociedad? Que le desenmascararan su hipocresía, pues, como bien comentó lord Alfred: “Todos mis compañeros en Oxford eran homosexuales. Todos se casaron, la mayoría visitaba prostíbulos”.
Han transcurrido 116 años desde la muerte de Óscar Wilde. La modernidad y vigencia de su obra aún logra grabar en su tumba los besos de sus lectores de todos los continentes, de manera tan profusa que tuvieron que limpiarla de besos y ponerle una barrera de protección. Sus restos reposan en el cementerio del Père-Lachaise, en París.
Kathy Porto Fadul