Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La JEP no ha cumplido ni uno de los objetivos por los que fue constituida. Ni verdad, ni justicia, ni reparación. Columna de Carlos Suárez.
En pleno aniversario de la Justicia Especial para La Paz un carro bomba asesina a 21 jóvenes colombianos dentro de su escuela de estudios.
Colombia es un país sin justicia, obnubilado con la falacia de una supuesta paz, un país que no quiere ver que seguimos en medio de una amenaza terrorista exacerbada por el combustible que nos ha incendiado durante décadas: el narcotráfico.
El país nada en coca, en bandas criminales, en “disidencias”, en carteles mexicanos, en zonas vedadas para el Estado (las hay en Valle, Cauca, Nariño, Norte de Santander, Córdoba, Huila, Putumayo, Caquetá, etc ). La violencia campea en las regiones como en las viejas épocas sin que tenga -tal como históricamente ha ocurrido – la visibilidad que merece en los grandes medios del bogocentrismo que solo reaccionan cuando la sangre corre en calles bogotanas.
Cuando la entonces oposición -hoy gobierno- y muchos miembros de la sociedad civil que no pertenecemos a ningún partido político denunciábamos que la JEP sería un tribunal de impunidad creado a la medida de las Farc para garantizar su impunidad, la manipulación de la verdad y la persecución judicial de sus enemigos políticos, el Gobierno de entonces, los grandes medios y muchos de los opinadores que lo apoyaron nos graduaban de enemigos de la paz y creadores de falsas noticias.
Los hechos que se viven en esa corporación demuestran diáfanamente que ninguna exageración había en esos vaticinios que hoy hablan por sí solos.
Durante la existencia de la JEP no solamente no hemos conocido ni un ápice de verdad de las atrocidades criminales cometidas por las Farc, sino que, por el contrario, algunas ingenuas víctimas han sido los únicos que han comparecido ante el genuflexo tribunal que Santos le entregó a la exguerrilla para que firmaran la tal paz.
Con sentimientos encontrados entre la tristeza del recuerdo y la rabia de la impunidad, vimos en cámaras a algunos ex secuestrados por las Farc ser los únicos comparecientes a ese tribunal; los vimos, además, utilizados como instrumentos para simular que alguna ocupación tiene ese engendro de justicia.
Entre lágrimas de impotencia, algunos de los soldados, policías y civiles, que sufrieron la crueldad de pasar décadas encadenados en campos de concentración instalados por los terroristas en medio de la selva, contaron la barbarie que contra su humanidad cometieron las Farc en las décadas de vida que les robaron.
Mientras eso ocurría en la pantomima de justicia representada por la JEP, los criminales perpetradores de esos delitos no solo no se han presentado a confesar sus fechorías sino que viven libres y tranquilos. Unos están en el Congreso devengando los salarios, usando los carros y nombrando la burocracia que tanto combatían, razones por las que justificaron asesinarnos, secuestrarnos, bombardearnos, violarnos, reclutarnos, extorsionarnos, masacrarnos. Otros se quedaron en las retaguardias estratégicas cuidando el negocio del narcotráfico. Les llamamos “disidencias” y otros muchos, ni siquiera sabemos dónde están pero si se esconden y no dan la cara, es fácil deducir que siguen delinquiendo, ¿lo hacen desde Venezuela?
La impunidad, tal como se dijo desde un principio, no es una falacia sino que la estamos palpando, la vemos pasar mientras el transcurrir del tiempo la va convirtiendo en normalidad.
La JEP se mueve más lento que la maltrecha justicia ordinaria; sin embargo, uno de sus pocos logros – hay que reconocerlo – ha sido echar mano de leguleyadas para atajar la extradición de alias “Jesús Santrich”, quien fue sorprendido por la DEA intentando vender varias toneladas de cocaína. Pese a las pruebas, pese a que los hechos son posteriores a su desmovilización, pese a que uno de los compromisos de la impunidad que le dimos debería traer consigo la obligación de no seguir delinquiendo; pese a todo eso, alias “Santrich” sigue en Colombia, sigue protegido por la JEP y hasta condiciones de reclusión especiales tiene.
Así que, afirmar que la JEP es un tribunal para defender a las Farc, tampoco resultó ser una falacia.
Y si hablamos de reparación, basta con mencionar que la Fiscalía General de La Nación le notificó a la JEP que las Farc mintieron y escondieron -al menos- 2.4 billones de pesos obtenidos del ejercicio del bandidaje en todas sus formas-. Sin embargo, no hay ni una sola víctima que haya sido resarcida. Tampoco resultó falaz decir que la JEP es un tribunal pro perpetrador y contrario a las víctimas. Nada ha logrado la JEP: Ni verdad, ni justicia, ni reparación.
Así están las cosas con la JEP, como la oposición de entonces -que hoy es Gobierno y poco o nada está haciendo para remediarlo- y gran parte del país real lo advirtió cuando el Estado claudicó ante el terrorismo y les entregó su propio tribunal de justicia.
En el entre tanto, los terroristas que siguen sojuzgando al país (que se mintió a sí mismo diciendo que la guerra había acabado) revientan bombas asesinas amparados en el mal ejemplo de impunidad que les fue entregada a las Farc, y a punta de sangre, asesinato y terror, esperan superar para sí mismos lo que otros terroristas nos enrostran día a día: la impunidad.
¿No será que es momento de cambiar la impunidad por la justicia y la debilidad del Estado con el terrorismo por la mano dura en contra de los bandidos y la protección de los ciudadanos?