carlos_suarez.jpg

Despedimos la Suárezterapia por este año, nos vemos el próximo, mientras tanto, les deseo una feliz navidad y un ¿feliz 2019?

Colombia empezó el 2018 polarizada por cuenta de la división que dejó el Gobierno Santos en su apuesta por dejar a las Farc haciendo política antes de responder por sus crímenes y lo termina, además, descuadernado por cuenta de un Iván Duque que no despega.

El 2018 trajo consigo la transición de un modelo de Gobierno de ocho años a uno de cuatro, en unas elecciones en las que Colombia decidió votar por el cambio. 

La elección de Duque va más allá del personaje por el cual se votó. Claramente, el elector decidió elegir a la oposición de centro derecha que -ante la traición de Santos-, Álvaro Uribe  creó desde su cuenta de Twitter y convirtió en el Centro Democrático. 

Durante ocho largos años, la oposición enfrentó políticamente el modelo, las políticas y todo lo que representó Juan Manuel Santos, cuya característica esencial y legado fue uno solo: entregar exageradas concesiones a la guerrilla de las Farc bajo la excusa de alcanzar La Paz.

Y ese concepto, ese legado, ese camino, arropado de pensamientos de izquierda, abonado por la corrupción del sistema político, manejado con excesivo centralismo, fue el que se derrotó en las urnas. Primero, con el triunfo del No y después con la elección de “el que dijo Uribe”.

Es justo decir que el presidente Duque encontró un Gobierno que en los estertores de dos periodos de desgaste dejó tras de sí una Administración llena de problemas y vacía de recursos. Pese a ello, no es menos cierto que las promesas de cambio por las que el pueblo votó no se asoman por ninguna parte en el nuevo Gobierno y, más allá de pedir ejecutorias a escasos cuatro meses de posesión (que ya casi son un semestre en un periodo de apenas cuatro años), lo que planteó es que no se ve voluntad certera de cambio frente al rumbo que Santos le dio a Colombia.

En esa lógica, la caída de imagen del presidente Duque tiene más que ver con la desilusión de un país que esperaba una nueva dirección en el rumbo del Estado, basada en lo que el candidato de la oposición representaba frente al Gobierno saliente, del cual el país ya estaba harto. Y en mucha menos medida, esa caída en las encuestas se relacionaría con los incontables errores de estrategia y de tacto político que se han cometido desde el Palacio de Nariño. 

Los errores operativos se perdonan; el ciudadano moderno, hiper informado y conectado masivamente tiene la capacidad de discernir entre los normales tropiezos de adaptación administrativa e inexperiencia en el manejo de lo público, de aquellos actos (o inacciones) que constituyen la defraudación del mandato que se depositó en las urnas que, en el caso de Duque, recibió para hacer un Gobierno de cambio, de viraje, de total alejamiento de lo que Santos y sus rivales de campaña representaban.

Así las cosas, no creo que sean la reforma tributaria, la terna mal hecha y después devuelta para designar Fiscal ad hoc, haber lanzado a la Alcaldía de Santa Marta a Carlos Vives, las visitas de reguetoneros, los siete enanitos del Foro de Paris, la precaria agenda legislativa, etc., las causantes del desplome de imagen del Primer Mandatario. 

La falta de conexión con el país real se deriva de no haber dado ninguna señal para reformar los acuerdos con las Farc, de no verse por ningún lado la aplicación del concepto de mano dura, de que el que la hace la paga, de combatir sin tregua a la corrupción, de haber ratificado cientos de funcionarios santistas, la demora excesiva para cambiar la cúpula santista de las Fuerzas Militares; eso es lo que tiene al país desesperanzado, agotado, sintiéndose engañado (en la encuesta de Gallup del pasado jueves, el 64 por ciento desaprueba la gestión del Presidente: cayó 23 puntos en dos meses). 

El estilo de Gobierno no solo no dejó de ser en extremo centralista sino que ahora hace parte de un centralismo disfrazado de tecnocracia que no siente, no sufre, no conoce a las regiones, que confunde el  “No a la mermelada” con encerrarse  en sus despachos en Bogotá sin interlocutar eficientemente con el país real. 

Claro está que la tormenta perfecta que nos trajo el 2018 no es solo por cuenta del Ejecutivo. Por el lado de la justicia, Odebrecht hirió nuestra institucionalidad en un flanco diferente al que había herido en otros países: mientras en Brasil, Panamá o Perú, la cúpula presidencial ha terminado investigada o presa por el escándalo de corrupción transnacional más famoso de la historia, en Colombia, Odebrecht tiene al Fiscal, dueño de la acción penal, en jaque.

El ex súper ministro de Santos, el que fue abogado del dueño de esta finca llamada Colombia, terminó protagonizando el escándalo judicial del año, materializado en unas grabaciones subrepticias que le hizo su entonces amigo (luego, su investigado), el ex “controller” de la Ruta del Sol y ¡ahí fue Troya! 

Néstor Humberto Martínez había sobreaguado las críticas que lo atacaron por sus posibles impedimentos para ser Fiscal luego de haber sido durante décadas abogado de los más poderosos del País. Pero, la sospechosa muerte de Pizano, la del hijo de éste envenenado dos días después, las grabaciones embargadas con cláusula resolutoria hasta la muerte del testigo, lo hundieron ante la opinión. 

Néstor Humberto, según el escándalo que estalló en este cóctel explosivo, sí sabía de los presuntos delitos de su excliente, el hombre más rico y poderoso de Colombia: Luis Carlos Sarmiento Angulo.

En un solo escándalo quedan en entre dicho dos súper poderes del país: el Fiscal General y el hombre que controla las finanzas privadas, el dueño del sistema financiero, de los medios, de las 4G, de todo… Nunca antes la institucionalidad había estado tan herida, tan desprestigiada: en las más nefastas épocas, las de Ernesto Samper, la justicia fue un bastión del país; hoy, hacemos agua por todos lados (Gallup dice que el 72 por ciento de los colombianos piensan que las cosas están desmejorando, 12 por ciento más que hace dos meses). 

Para acabar de completar el descuaderne, hasta la oposición, la izquierda que se autodenominó “decente”, termina el 2018 cargando con el desprestigio de ver a su jefe máximo, el impoluto Gustavo Petro, protagonizando un oscuro vídeo, recibiendo y acariciando con lujuria, fajos de billetes que recibía de un ex compañero del grupo guerrillero M-19 y guardándolos en bolsas plásticas.

Más de una semana, entre versiones encontradas que iba publicando en Twitter, tardó Petro en poner la cara a través de un libreto prosopopéyico y almibarado, en el que tejió más explicaciones inverosímiles sobre el origen de los fajos de billetes que, según denunció ante la justicia el abogado Abelardo De la Espriella, podrían proceder de una “vaca mafiosa” con la que Petro promovió una reforma al régimen de extradición de narcos hacia la justicia norteamericana. 

Así, con el país descuadernado, desesperanzado, en medio de marchas que paralizan ciudades, con la inseguridad disparada, la economía detenida, el Ejecutivo sin encontrar el rumbo, la justicia refugiada en un Fiscal ad hoc (figura que no existe en la ley) y hasta con la oposición desprestigiada, termina el 2018. 

Despedimos la Suárezterapia por este año, nos vemos el próximo, mientras tanto, les deseo una feliz navidad y un ¿feliz 2019?

Seguir en twitter a @carlossuarezrSoy abogado de la Universidad Externado de Colombia. Con Posgrados en derecho Constitucional y Penal Especial de la Universidad de Salamanca. Especializado en Gerencia Pública y Control Fiscal de la Universidad del Rosario. Fundador de la Firma de Marketing Político...