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Mañana arranca el FICCI que, en una nueva apuesta, tendrá una categoría para producciones de Cartagena. ¿Qué significará eso? Análisis de Teresita Goyeneche en nuestra red de expertos Caribe.

Comienza esta semana el Festival Internacional de Cine de Cartagena, FICCI, y ya desde mediados de 2018, cuando Felipe Aljure asumió su dirección artística, se sabía que se cocinaban cambios dentro de la organización. Cambios que en las últimas semanas han generado no solo halagos, sino polémicas e incertidumbre.

El FICCI59 va del 6 al 11 de marzo y tanto la convocatoria como la selección tuvieron aumentos significativos. En 2018 se postularon más de mil películas y este año más de dos mil. De 140 seleccionadas en 2018, este año se proyectarán 172 producciones. Sin embargo, lo verdaderamente revolucionario está en el contenido de la nueva edición. Este año, aparte del ya tradicional enfoque en cine independiente y de ser una gran vitrina para películas iberoamericanas y colombianas, también se abren espacios exclusivos para producciones del Caribe, para contenidos afro e indígenas y para películas cartageneras.

¿Qué significa esto para la ciudad que no solo es sede sino también fundadora de una de las joyas culturales del país? En un artículo que escribí hace unos meses para la revista El Malpensante, seguí la historia del cortometraje “El extraño caso del vampiro vegetariano”, escrita y dirigida por Luis Ernesto Arocha y David Covo, y producida por Marta Yances. A través de las experiencias de David, cineasta cartagenero, recorrí la historia del festival y su relación con Cartagena, con sus realizadores y los lazos que lo unen con la región Caribe del país. 

Destaqué algunos elementos, como que cuando Víctor Nieto fundó el festival en 1960 se buscaba crear una línea estratégica para el turismo, pero también fue por varios años un espacio de experimentación y trabajo para artistas de la escena local. Que, desde los 70, y gracias a la gestión de Víctor Nieto Junior, recibió el respaldo de la Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos para exponer y premiar cine iberoamericano. Y que, con la primera ola de renovación del FICCI a finales de la década pasada, en cabeza de Lina Rodríguez (su directora general) y de Mónika Wagenberg (ex directora artística), se consiguió gran apoyo económico para potenciar el cine colombiano y, junto a otras iniciativas públicas y privadas, se logró no solo aumentar la cantidad de producciones nacionales, sino mejorar la calidad artística. 

Esa línea evolutiva tan maravillosa y la capacidad de mutar que ha tenido el FICCI a través de los años, le dieron oxígeno al Festival en momentos en los que ha estado desahuciado. Ese echar pa’lante ha sido el testimonio de uno de los eventos culturales más longevos de América Latina. Pero también, en aras de su supervivencia, se sacrificaron algunos viejos principios. En los últimos años, justo cuando el Distrito pasa por uno de los momentos más críticos a nivel político y social, el Festival puso en silencio su conversación con la ciudad. El año pasado quedaron por fuera varias de las poquísimas producciones que se hicieron en Cartagena o que fueron hechas por realizadores locales, aunque varias fueran premiadas en otras ciudades del país y del mundo.

La nueva apuesta del FICCI, que buscar abrir de nuevo esa conversación, es un volver a casa. Puede ser que para algunos la apuesta no sea estratégica, que esas categorías están envueltas en el manto de la corrección política y que tienen, según su antiguo curador, Pedro Adrián Zuluaga, “una vaga retórica de inclusión… algo políticamente insustancial y francamente old fashion”.  Pero, es una apuesta que el Festival puede darse el lujo de hacer y el aumento en el número de películas que se proyectarán da fe de que no se ha sacrificado el espacio usado para otras categorías. De las 172, por lo menos 40 son de carácter iberoamericano. La selección ha sido alabada por grandes críticos, incluido el mismo Zuluaga.

Los cartageneros, en cambio, sí necesitábamos esta iniciativa. Hemos sido la ciudad adorno por décadas, silenciada. Solo puesta ahí en el centro de las miradas para ser observada, pero pocas veces escuchada. Necesitábamos y seguimos necesitando canales para hacer catarsis, para contar nuestras historias. Queremos que quien se lucra de nuestra geografía nos aporte algo más que visitantes y un dinero que la mayoría no vemos. Urgimos de hablar en primera persona y tener un papel en nuestras propias producciones. Este guiño del Festival es como sacar la cabeza de un mar turbulento cuando ya pensábamos que nos íbamos a ahogar.

Aunque surgen dudas sobre el aumento en la cantidad de secciones, la forma cómo se categorizaron y los nombres que se le dieron, aplaudo la revolución. Los espacios de exposición cultural deben ser desafiantes, hacer propuestas y crear diálogos poco convencionales. El equipo curatorial del Festival este año es variado y diverso. Entre ellos, admiro a Daniela Abad y trabajé hace unos años con Leiqui Uriana durante un taller de creación periodística de la FNPI en territorio wayuu. Ambas son cineastas jóvenes y talentosas. Confío en su criterio, así como en la experiencia local de Alessandro Basile. 

Ahora, nos toca a los cartageneros agarrar las riendas de la oportunidad y hacer maravillas con ella. Ir a ver las películas seleccionadas: El Concursante, El Boro, Atarraya, El Piedra. Juzgarlas con ojos de amor, pero también exigentes. Tomar la palabra, recoger la propuesta de una comisión fílmica para la ciudad y ejecutarla. Que el IPCC, en cabeza de Iván Sanes, se ponga pilas para gestionar y aportar recursos que refuercen los lazos con el FICCI. Que este nuevo espacio sirva para cosechar una masa crítica amplia y robusta de cine cartagenero. Que, así como algún día hubo poco de donde escoger en la categoría nacional, pero el año pasado se produjeron más de 40 películas en el país, mañana le hagamos el trabajo muy difícil a esos curadores. Que no sepan qué escoger para la categoría “De Indias” dentro de tan profunda belleza.

Internacianalista de carrera y periodista en oficio. Aspirante a Maestra en Escritura de No Ficción en la Universidad de Columbia.