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Los votos de Duque en segunda vuelta representaron a ciudadanos cansados con la polarización. En vez de sellar una verdadera alianza con la ciudadanía, terminó complaciendo a su partido y ahora gobernando con los poderes locales. Un verdadero conejo a sus electores

Dos hechos críticos han marcado el final de los dos primeros años del Gobierno del presidente Duque: La polémica elección del actual presidente del Congreso y la detención preventiva del Expresidente Uribe. Ambos, confirman el fin de la conexión del presidente con el poco electorado de centro que le quedaba.

La agenda política de Duque, además del piso que le ofrecía el voto uribista (los votos del centro democrático en el Congreso) vendió la posibilidad de la superación de la polarización que vivía el país: un pacto con la ciudadanía en diferentes temas y un viraje estructural para acabar con el clientelismo (el fin de la mermelada). Al final, ni lo uno ni lo otro.      

Estas fueron las banderas que le dieron la victoria en segunda vuelta y que multiplicaron por dos los votos obtenidos en primera vuelta, más el envión que le dio el triunfo de la consulta del centro democrático en su escogencia como candidato. En esencia Duque logró jalonar sus propios votos, no todo fue gracias a Uribe; ergo, durante su gobierno, pudo cosechar su propio capital político, construir su propio legado.

En dos años ha despilfarrado el apoyo de esa franja de opinión y es visto como un blando desde su propio partido. Se ha quedado con el pecado y sin el género, con un estrecho margen de gobernabilidad por lo cual le ha tocado recurrir a alianzas con la política tradicional para lograr que el aparato estatal funcione.

Ha sido un gobierno sin una apuesta clara frente a los temas neurálgicos que debía afrontar: en el tema de paz no hizo trizas los acuerdos, pero los ha llevado a la inanición. En las relaciones internacionales, no avanzamos con Venezuela en donde las relaciones bilaterales están en un limbo -como Guaidó-. En los temas de transparencia, aunque no se opuso a la consulta anticorrupción, no jalonó las reformas dentro del congreso. Ni títere ni traidor, sin iniciativa.

Ni siquiera la pandemia logró darle otro rumbo a su gobierno. La detención de su principal líder político en el senado, lo sacó de la gestión de la crisis y lo pone nuevamente de cara a la realidad política, en donde escogió: apoyar al expresidente desafiando a la justicia. La traición final a sus votantes de centro que le dieron la victoria en segunda vuelta. El regreso definitivo a la polarización.

Sin un derrotero claro, le queda su apuesta por la gobernabilidad en las regiones. Establecer alianzas con clanes políticos locales como: con Dilian Francisca Toro en el Valle, o el Clan Char en la costa Caribe, con quienes parece querer reconstruir una mayoría congresional, además de hacer alianzas en los territorios con obras públicas y contratación. Para ello la presidencia del congreso es fundamental, ¿será el senador Char el indicado para afrontar los retos venideros?

El panorama no es nada halagüeño. La investigación por los votos de Aida Merlano, que tienen al nuevo presidente del congreso contra las cuerdas en la corte suprema; y con Uribe detenido y sin poder actuar en el Senado, representan una tormenta perfecta en un ya convulsionado escenario publico Post-covid.

Los votos propios de Duque en segunda vuelta representaron a ciudadanos cansados con la polarización, buscando una alternativa menos radical que representara transparencia y la unión frente a la paz. En vez de sellar una verdadera alianza con la ciudadanía, terminó complaciendo a su partido y ahora gobernando con los poderes locales. Un verdadero conejo a sus electores.

Es profesor universitario y promotor del desaroollo en temas de fortalecimiento democrático y ciudadanía. Estudió economía en la Universidad del Atlántico y una especialización en cooperación internacional.