Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
El “baile” de los estudiantes en las calles, aunque se estigmatice por algunas acciones violentas justificando su represión policial, es un llamado a una colectividad que impasible ve como la exclusión se reproduce, sin que le genere preocupación.
Para muchos que terminamos el bachillerato en colegios públicos a mediados de los años 80, y tuvimos toda la incertidumbre sobre las posibilidades de acceso a la universidad, la canción El Baile de los que Sobran se convirtió en un ícono.
Esta versión muy popular de Rock en español ponía sobre la mesa el discurso oficial romántico que se nos vendía sobre la educación en el continente latinoamericano: “jueguen a estudiar… los hombres son hermanos y juntos deben trabajar”, mientras “había tanto sol sobre las cabezas”, para hacernos creer que todos tendríamos el mismo exitoso futuro. Sin embargo, nos mostraba también la trágica realidad, pues “no fue tan verdad, porque esos juegos al final terminaron para otros con laureles y futuro” y dejaron a muchos de esa generación “pateando piedras”.
Por esos mismos años, el sociólogo Rodrigo Parra Sandoval nos mostraba en varios estudios, tales como, la Monografía titulada La Educación Superior en Colombia (escrita para CRESALC-UNESCO), la existencia de instituciones educativas de élite y otras instituciones educativas de masas. Las primeras con presupuestos, infraestructura y condiciones adecuadas para la generación de una alta calidad educativa y las segundas, con un conjunto de carencias que no garantizaban la misma calidad, pero con estándares menores para el acceso masivo a ellas.
Curiosamente, tanto la canción como los estudios sociológicos llegaban a las mismas conclusiones.
En primer lugar, esta estratificación entre universidades de élite y de masas generaba un destino ocupacional diferenciado. Esto es, a pesar de obtener un título similar, dependiendo de la universidad, los egresados tenían cargos, ingresos y prestigios desiguales, siendo los mejores, esto es, los “laureles y futuro”, para los graduados de las universidades de élite. En segundo lugar, era muy clara la exclusión de las universidades de élite a los jóvenes de sectores populares, bien por el alto costo de las matrículas o por los altos estándares de admisión, los cuales no eran alcanzados por quienes venían de una educación media, pública o privada, de calidad inferior.
Han pasado más de 30 años y hoy por hoy podríamos entonar con la misma sensación y sentimiento esta canción de la banda Los Prisioneros de Chile. Diversos estudios siguen mostrando que, entendiendo que la educación no es el único elemento necesario para la movilidad social, tiene todo potencial para ser uno de los más importantes. El problema es que, en casos como el colombiano, aún con desarrollos como la Constitución de 1991 (que consagra a la educación como un derecho) y de la Leyes 30 de 1992 y 115 de 1994 (que establecen a la educación como un servicio público) y todas sus reformas, el sistema educativo, tal como se encuentra operando sigue reproduciendo la inequidad social existente y no constituye un soporte para la construcción de un país más equitativo.
Tan solo en el momento en que la educación pública de calidad sea realmente una prioridad para el Estado colombiano en todo su territorio, como ha sucedido en países como Nueva Zelanda que han logrado convertir el acceso universal a la educación de calidad en una estrategia de equidad, podríamos decir que habría un escenario de futuro para la población joven de este país.
Es por lo que el “baile” de los estudiantes por estos días en las calles, aunque se quiera estigmatizar por algunas acciones violentas y se quiera justificar su represión policial, no es más que un grito de auxilio, un llamado a una colectividad que impasiblemente ve que la exclusión se sigue reproduciendo día a día, sin que esa situación le genere preocupación alguna.
Lamentablemente esta sociedad indiferente y esta dirigencia rancia los sigue viendo como los “que sobran”, llamándolos “vagos”, simplemente porque no aceptan la condena a las migajas que como educación se les ofrece y salen a pronunciarse. ¡Y tienen que salir a hacerlo!, para que puedan ser escuchados.
Desafortunadamente, y a diferencia de otros sectores que son atendidos de manera inmediata pues cuando paran detienen la productividad, cuando los estudiantes paran sin salir de sus claustros, no pasa nada más. De hecho, a los medios de comunicación solo les interesa cubrir los escenarios en los que puedan culpar a los estudiantes de generar el llamado “caos” y no otras formas de protesta que también se están haciendo, como las campañas púbicas de salud de los estudiantes de medicina y los conciertos públicos de los estudiantes de música. Lo único que está a su alcance y pueden parar para ser escuchados es el tráfico.
Estos son jóvenes que no se quieren quedar “pateando piedras”, que para bien o para mal quieren entrar al sistema, pero de una manera digna y equitativa. Son jóvenes que le gritan con sus consignas al Estado y a la sociedad en general que a otros les están enseñando “secretos” que a ellos no y que quieren que les den de verdad “esa cosa llamada educación”.
Así es que el llamado en este momento sigue siendo el mismo:
“Únanse al baile, de los que sobran
Nadie nos va a echar de más
Nadie nos quiso ayudar de verdad”