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Las Fiestas populares de Cartagena han atravesado crisis paralelas a las de la ciudad. Análisis de la investigadora y líder de la revitalización Gina Ruz.

La Independencia de Cartagena (11 de noviembre de 1811) es no sólo la primera declaratoria de independencia absoluta de la corona española en la Nueva Granada, sino también una importante fecha en el largo proceso de la Independencia Nacional que inicia y culmina en Cartagena, pero la imposición de las fechas centralistas de menor importancia como el 20 de julio y el 7 de agosto le han restado protagonismo nacional.

Algunos investigadores han documentado que estas Fiestas comenzaron a celebrarse espontáneamente desde 1812, justo al año siguiente de la Independencia, y a sus 206 años son hoy la rica confluencia de expresiones artísticas surgidas en el ámbito colonial, entre las que se encuentran la cumbia, las gaitas, los cabildos africanos, el congo, el mapalé, los fandangos de lenguas; y contemporáneas, con expresiones producto de la evolución histórica republicana y moderna.

Las Fiestas han atravesado crisis paralelas a las crisis de la ciudad, que las han afectado por la baja o nula interlocución gubernamental, la pérdida de espacios en la gestión, la improvisación o desconocimiento de los gobernantes, la mala inversión o disminución de recursos. Sin embargo se han generado diversos espacios de resistencia y construcción (como el Cabildo de Getsemaní, y otros espacios comunitarios y escolares) que han impedido que estas desaparezcan como sí desapareció el Carnaval cartagenero del que sólo quedan algunas de sus manifestaciones en la fiesta.

Uno de esos espacios de construcción en torno a lo festivo en la historia reciente es el Proceso de Revitalización de las Fiestas de Independencia, en el que diversos actores públicos y privados de la ciudad han aunado esfuerzos en pro de la recuperación de la importancia de la fecha histórica que se había perdido en medio de unas fiestas llamadas genéricamente “novembrinas” o “de noviembre”, y despojadas de toda significación histórica al punto en el que eran confundidas con un concurso de belleza.

Este proceso, iniciado en 2003, partió de las preocupaciones existentes y promovió diversos espacios de reflexión en los que identificó colectivamente algunos de los problemas de la fiesta: crisis de identidad histórica y festiva, fragmentación de sus espacios y actores principales, falta de apropiación de los sectores populares de una fiesta que veían ajena, episodios de desencuentro y violencia, desconexión con el carácter multiétnico y pluricultural de la sociedad y la cultura locales.

También eran sensibles problemas detectados la falta de contenido histórico y de investigación sobre el sentido de la Independencia, la desarticulación entre el Estado y los actores festivos (estos últimos no participaban en la preparación de la fiesta), falta de planeación y presupuesto digno, y subvaloración de la creatividad popular, entre otros.

Logros y retos del proceso

Defender el nombre de Fiestas de Independencia para no olvidar su origen histórico, unos principios de Política Pública para orientar el camino a seguir, estimular en la agenda festiva espacios de inclusión poblacional como la Marcha de la Independencia y las Diversidades (LGBTI), de variedad musical como Salsa a la Plaza o el Jolgorio de Tambores y Cantadoras, de integración escolar como el Festival de Música y Danza en Homenaje a Jorge García Usta y el Desfile Estudiantil en homenaje a los Héroes de Independencia, simbólicos como la figura de los Grandes Lanceros de las Fiestas, son algunos de los aportes de este proceso que ya cumple 15 años.

Se ha avanzado también en sostener durante casi todos esos años el Desfile de Independencia como eje central de la celebración el día 11 de noviembre, e incorporar un componente académico de reflexión, formación, investigación, publicaciones y pedagogía. En este campo aún hay mucho por hacer, principalmente seguir divulgando el sentido de la fiesta, documentar los diferentes procesos sociales y festivos que confluyen en ella y que la enriquecen, e identificar y proponer acciones para recuperar las danzas tradicionales y los disfraces que se han ido debilitando.

Se logró también la celebración de un Bicentenario de la Independencia (2011) cargado de contenidos históricos y creatividad popular y tres grandes hechos de contundente apoyo social: Pensar Cultura (2014) respaldo colectivo a los principios de la Revitalización y las Fiestas como Patrimonio; Pacto social por las Fiestas de Independencia (2016) que ratificó el proceso y amplió el compromiso ciudadano integrando a nuevos actores a las Fiestas; y el apoyo de actores e instituciones culturales que contribuyó a lograr el aval del Consejo Nacional de Patrimonio para que las Fiestas sean incluidas en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación (2017).

Todo esto se ha visto reflejado en el aumento de la participación ciudadana en las Fiestas, y así lo ha registrado Cartagena Cómo Vamos, al destacar que según su Encuesta de Percepción Ciudadana, históricamente la actividad cultural en la que más participan los cartageneros son las Fiestas. Esta participación además se ha duplicado pasando del 16% de los habitantes de la ciudad en 2015, al 30% en 2017.

Aunque sigue siendo baja la participación (comparada por ejemplo con el Carnaval de Barraquilla que fue del 51% en 2017) el aumento es notable, sobre todo teniendo en cuenta que ni en 2016 ni en 2017 hubo Concurso Nacional de Belleza en noviembre, lo que no deja dudas sobre lo positivo que resulta para la Fiesta su independencia del CNB.

Pese a las nostalgias de muchos que lo ven como parte de la fiesta porque a eso se acostumbraron año tras año cuando en su manejo había injerencia de lo público y la fiesta popular estaba debilitada, el CNB ya privatizado tiene otras dinámicas, ajenas a la cultura y el patrimonio de la ciudad, y más ligadas a los intereses comerciales de encajar en la franquicia de Miss Universo y a eso se deben sus repentinos cambios en fechas, lugares, organización, lo que se suma a la normal decadencia de eventos como este en una sociedad que ha avanzado en el respeto a la mujer.

Los retos colectivos

Este panorama de mayor participación ciudadana en la fiesta es esperanzador frente a los retos que se han presentado en estos 15 años, y los que vienen con miras a consolidar la Fiesta y construir su Plan Especial de Salvaguardia – PES que permita afrontar los riesgos, superar las debilidades y fortalecer su maravilloso potencial.

Entre los retos están lograr un proceso participativo y respetuoso que conjugue los saberes empíricos y los documentados, llegar a acuerdos colectivos sobre la Fiesta que queremos, sortear la inestabilidad institucional de la ciudad que dificulta la continuidad y el liderazgo del proceso, y estar alerta frente a los intereses comerciales que son contrarios a la salvaguardia de las manifestaciones culturales.

También toca desmontar mitos e imaginarios de pretendida “autenticidad” y “tradición” frente a un patrimonio que es vivo, dinámico, lo que se evidencia en una simple revisión histórica de cómo se ha celebrado la fiesta en diferentes épocas de estos dos siglos. Así seremos conscientes de que la Fiesta no es sólo de un grupo social, es diferente para cada quien según cómo la vive, es mucho más que la programación oficial, hay muchas formas de celebrarla, no es un reinado, y no es per se generadora de violencia.

El reto del actual Gobierno Distrital es reconocer los avances y retrocesos de estos últimos años, y partir de los aprendizajes sociales acumulados para impulsar con amplia participación ciudadana el gran acuerdo que necesitamos (Plan Especial de Salvaguardia) para que los cartageneros y cartageneras tengamos las fiestas que nuestro legado histórico se merece.

Durante muchas décadas nuestras prácticas culturales, en particular las de origen afro y popular, fueron señaladas, estigmatizadas, excluidas, menospreciadas. Esto se ha ido revirtiendo poco a poco, con esfuerzo de muchos, y hoy estamos ante la oportunidad de consolidar un espacio de inclusión ciudadana en la que todos y todas nos veamos partícipes, y así sentir que habitamos una ciudad menos desigual, que valora su patrimonio inmaterial tanto como valora sus murallas y fortificaciones.

Investigadora, periodista y gestora cultural. Abogada, con Maestría en Desarrollo y Cultura. Es docente universitaria, columnista ocasional (https://ginaruz.wordpress.com/) e investigadora y consultora de proyectos regionales y nacionales para la creación, desarrollo y fortalecimiento de iniciativas...