Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Aún es posible – y necesario – avanzar mucho más, mediante procesos de esclarecimiento, reconocimiento y deliberación pública, hacia la transformación concreta y vital de los modelos mentales que se estructuraron durante tantos años, y tantos daños, del conflicto.
Hace unos días se celebró en San Juan Nepomuceno el II Festival de la Reconciliación, organizado por el Espacio Regional de Construcción de Paz de los Montes de María.
El Espacio está constituido por un diverso grupo de personas que hacen parte de decenas de procesos sociales de construcción de paz que se vienen desarrollando (algunos desde hace décadas) en el territorio montemariano, que articulan a cientos de organizaciones de base – campesinas, afrodescendientes, indígenas, de víctimas, de mujeres, de jóvenes, etc. – y que se reúnen sagradamente una vez al mes, desde hace varios años, tanto para compartir sus análisis sobre la coyuntura social y política del mundo, el país y la región, como para deliberar y coordinar actividades conjuntas.
Una de las actividades más significativas del Espacio es el Festival de la Reconciliación. En esta ocasión, delegaciones provenientes de los quince municipios de la región compartieron durante dos días una serie de diálogos de memoria y reconciliación, actos simbólicos y culturales, talleres de creación artesanal y una formidable muestra de exquisiteces musicales y gastronómicas montemarianas: sancocho, gallina guisada, mote de queso, yuca con suero y machucado de ají – todo servido en bellas totumas tradicionales, “para que la primera reconciliación sea con la Tierra”.
El primer día transcurrió casi como un ritual: frente a la imagen de La Hamaca Grande meciendo las voces del territorio, un primer círculo de dialogantes rodeaba un gran mapa de los Montes de María. Un segundo y un tercer círculo de escuchas conformaron una especie de espiral de atención, respeto y cuidado del momento.
Al interior del primer círculo, una a uno, los dialogantes caminaron sobre el mapa narrando sus vivencias, recreando sus memorias y expresando sus aspiraciones (o no) de reconciliación. Jóvenes cuya niñez fue marcada por el conflicto; mujeres que han tenido que levantar solas sus hogares; líderes de comunidades campesinas y étnicas que han resistido, y siguen resistiendo, ante los arrebatos de todas las violencias; empresarios que, pese a tanto, nunca se dieron por vencidos; excombatientes de las FARC y los comandantes militares que los combatieron. Todas y todos, una a uno, fueron añadiendo las puntadas de sus voces al tejido de la Hamaca Grande.
Los diálogos fueron preparados con anticipación gracias a los aportes conceptuales y metodológicos del Centro Nacional de Memoria Histórica y de las organizaciones de la sociedad civil, activistas y universidades que integran y rodean al Espacio Regional de Construcción de Paz, brindando su experticia y experiencia en los campos de la memoria, la búsqueda de la verdad y la reconciliación. Los énfasis estuvieron en la construcción de confianza, en el no forzar las cosas, en el ponerse de acuerdo sobre unas reglas básicas y en la sintonía de todos en la intención de dar el primer paso en un camino con horizonte de largo plazo.
Ya en la noche del primer día, y al compás de cantos y décimas, la Comisión de la Verdad hizo su presentación formal en el territorio montemariano, escuchando y recogiendo las voces de diversos pobladores que sufrieron y resistieron los embates de todas las aristas del conflicto. El Espacio hizo entrega, por primera vez, del Premio Jesús “Chucho” Pérez, en memoria del gran líder campesino de las luchas por la tierra en los Montes de María e inspirador de varias generaciones de líderes campesinos. El premio se le concedió a su esposa, Soledad. También se le rindió un homenaje a Rosita Jiménez, profesora de la Universidad de Cartagena que dejó un legado de conocimientos, métodos, prácticas, redes y procesos fundamentales para el territorio.
El segundo día se presentó un hermoso y significativo mural colectivo, elaborado por un grupo de participantes durante el Festival, se leyeron las conclusiones de los diálogos plasmadas en una proclama en defensa de la continuidad y la profundización territorial de los procesos de construcción de paz en los que el país se ha embarcado, y se cerró el evento con la invitación abierta para el próximo Festival.
Ver a militares retirados y excombatientes darse un abrazo tras intercambiar historias y planteamientos, verlos escuchar a las víctimas atenta y empáticamente, y asumiendo compromisos de esclarecimiento, reparación y no repetición, le hace a uno pensar en la fortaleza y la experiencia de la sociedad civil montemariana, que es la que hace que ello sea posible.
Por supuesto, lo que quedó más claro es que aún queda casi todo por decir. Muchas personas y comunidades todavía guardan profundos silencios; algunos por cuenta de la actual permanencia del miedo en sus vidas y territorios. Pero así mismo también comienzan a aflorar múltiples historias contrapuestas que ahora es posible poner en diálogo, no solo en búsqueda de la verdad sino además del reconocimiento de la pluralidad natural de las perspectivas de diversos actores del conflicto.
Además de aquellas narrativas contrapuestas de lo que pasó, también habrán de ponerse en diálogo durante los próximos años los discursos justificativos de los actores que ejercieron violencia. Estos discursos responden a una necesidad humana de racionalizar o naturalizar acciones trágicas; por ejemplo, hablando sobre ellas en términos de “errores que se cometieron en el marco de un conflicto que nos fue impuesto”, algo que le he escuchado decir a todos los actores del conflicto.
En este sentido, tanto los excombatientes de las FARC como los militares retirados dieron algunos pasos significativos en Montes de María. Los primeros, por ejemplo, con el reconocimiento de la estigmatización de la que fue víctima Macayepo, y los segundos reconociendo, por ejemplo, que en el fragor de la guerra todo lo que se moviera en el terreno era visto por ellos como un posible enemigo, con lo que ello implicaba.
Aún es posible – y es necesario – avanzar mucho más, mediante procesos de esclarecimiento, reconocimiento y deliberación pública, hacia la transformación concreta y vital de las narrativas y los lenguajes que se estructuraron en las mentes de combatientes y no combatientes durante tantos años, y tantos daños, del conflicto; el marco institucional de la justicia transicional es el ambiente ideal para la transformación cultural que constituye la verdadera construcción de paz. Ojalá que el ejemplo de los Montes de María pueda inspirarnos a todas y todos en ese propósito común.