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Brasil eligió entre el miedo al fundamentalismo y el asco a la corrupción instalada por la izquierda del Partido de los Trabajadores: se decidió por el primero.

Brasil eligió entre el miedo al fundamentalismo y el asco a la corrupción instalada por la izquierda del Partido de los Trabajadores: se decidió por el primero.
Como ya lo habían pronosticado las encuestas – otras ganadoras en la contienda electoral Brasileña -, que acertaron tanto en primera, como en segunda vuelta, Jair Bolsonaro se alzó con la Presidencia del gigante Suramericano.
Por cuenta de ese triunfo estamos asistiendo a una andanada izquierdista incrustada en los grandes medios que claman “el acabose” que; según ellos, significa la elección del ultra derechista para toda Suramérica y en general para el planeta, teniendo en cuenta la importancia estratégica que tiene Brasil en la economía mundial.
A esa izquierda, que se desgañita incrédula por la supuesta ausencia de sindéresis del pueblo brasileño por elegir a un ultra derechista como su Presidente, se le olvida que no existen electores modernos tontos y que por el contrario, son los electores del Siglo 21 los más informados e independientes de la historia democrática moderna.
Brasil habló y dio un grito en contra de la corrupción y del desbarajuste al que la izquierda de Lula y de Dilma, llevaron a su País.
Brasil eligió a Lula Da Silva y ahí empezó un proceso en el que se retrata de cuerpo entero lo que ocurre cuando se entrega el poder a quienes lo han pretendido ilegítimamente por las armas: llegaron ex guerrilleros a montar unas estructuras corruptas para emular con creces las prácticas políticas en contra de las que, supuestamente, habían enarbolado las armas.
El culmen del proceso se vivió con la elección de una ex guerrillera a la presidencia de la República y la consecuente y descarada corruptela endémica que fue la constante en el ejercicio del poder por parte del Partido de los Trabajadores.
En esa nefasta etapa, que tuvo una embriaguez económica que no dejaba ver el daño estructural causado por ese gobierno a los cimientos del País, Brasil terminó aliado con Hugo Chávez, los Kirshner, Daniel Ortega, Evo Morales, Correa y demás hierbas del pantano, que exportaron revoluciones junto a Cuba con los Petrodólares de Chávez y corrompiendo a Latinoamérica a través de Odebrecht: Caballo de Troya del régimen de Lula para comprar elecciones en Argentina, Ecuador, Perú, Colombia, República Dominicana, Panamá, Venezuela, etc, instalando gobiernos – títeres unos, chantajeados otros- e instaurar así su agenda de izquierda continental. Agenda cuyo único legado parece ser la corrupción: no hay uno sólo de los Países en los que gobernó, que no sea un referente como Estado corrupto.
Esos y otros actores, lograron darle la vida al, por muchas décadas intrascendente, Foro de São Paulo, en donde incluso participaban, entre otros bandidos, los enviados de las FARC y de los Elenos.
El hambre por colonizar al continente poniendo las economías petroleras y corruptas al servicio de una revolución, terminó matando la gallina de los huevos de oro; Venezuela, estandarte de la pretendida revolución continental, terminó convertida en un Estado fallido y Brasil, el gigante Suramericano, implosionó de la mano de la izquierda y se sumió en la corrupción y la violencia.
Su Presidenta estrella fue removida del cargo por prácticas corruptas; el jefe natural del robispicio, Lula Da Silva, fue condenado por corrupción y pese a ello, pretendía, desde la prisión, convertirse en el primer Presidente presidiario en Brasil.
La violencia se tomó las calles del vecino País, la delincuencia, al ver el ejemplo de sus gobernantes, tomó el control de vastas zonas y ha logrado reemplazar al Estado en plenas zonas urbanas. El caos en todas las escalas era el escenario en el que se jugaban las elecciones presidenciales del 2018.
La opinión mayoritaria que leemos y vemos en los grandes medios, habla del Bolsonaro radical, lo tilda de misógino y homófobo, pero nada dice de la debacle en la que la izquierda sumió a Brasil y que fue el caldo de cultivo para convertirlo en Presidente: Mano Dura pide el Pais del fútbol.
No nos equivoquemos, hay discursos, personajes, mensajes y estilos que, vistos sólo superficialmente, parecen absurdos ante los ojos de los desinformados. Sin embargo, son las sociedades modernas, los electores informados que no necesitan de intermediarios para formarse su propia idea de lo que quieren, los que tienen la última palabra en las urnas y en contra de lo que piensen los que solían tener el monopolio de la opinión, eligen a quienes logran conectar con los momentos históricos, sociales y sociológicos de un pueblo en un momento dado -Trump es otro ejemplo claro- .
Bolsonaro logró conectar y ofrecerle al elector Brasileño lo que éste necesitaba de un líder para reconstruir un País que durante 16 años mal-gobernó y descuadernó la izquierda que dejó como único legado la corrupción que fue tan grande que, alcanzó para exportarla a nivel continental. RIP el Foro De São Paulo.