La conformación del congreso en su mayoría parece responder a las mismas dinámicas del poder tradicional. Que bueno sería, en esta ultima semana , preocuparnos más por quienes llegaran al Capitolio y su renovación, que por quien ocupe la Casa de Nariño

Sigue siendo negativa la imagen del poder legislativo en los diferentes países de Latinoamérica. Según el Latinobarómetro (2017), sólo el 22% de los ciudadanos confía en sus respectivos parlamentos, cifra sólo superada en descrédito por los partidos políticos, con sólo el 15% de confianza por parte de la ciudadanía que habita los diferentes países de esta región.

En el caso de Colombia la situación es más crítica, sólo el 15 % confía en el Congreso y el 10% en los Partidos Políticos. Estas son cifras excesivamente bajas, ambas instituciones, muy desprestigiadas frente a la opinión pública nacional.

No es para menos. Los recientes y escandalosos casos de corrupción involucran flagrantemente a reconocidos congresistas de diferentes partidos políticos. No es nuevo. Desde la parapolítica, pasando por el robo de las regalías, Odebrecht, hasta el vergonzoso caso de la alimentación escolar o el cartel del SIDA y la hemofilia; el congreso colombiano representa el epítome de lo censurable para gran parte de la ciudadanía.

La situación parece no cambiar pues la proliferación de “Casas Políticas” hegemónicas está fortaleciéndose. En la medida que bajamos hacia la periferia los clanes políticos mantienen asfixiada la democracia. Es un círculo vicioso: poderes locales hegemónicos, grandes necesidades sociales, recursos nacionales disponibles, mayor poder de los mismos con las mismas.

“Los Ñoños” descubrieron que apoyar al presidente paga. Lo rentable de incidir en la elección presidencial parece haber generado mayores incentivos para los congresistas que buscarán fortalecer su poder para alcanzar una mayor incidencia de cara al próximo gobierno. Por eso, más de un candidato presidencial buscará hacerse con el favor de estos poderes locales, con el fin de consolidar una fuerte bancada y mostrarse como el más viable.

Este descontento generalizado supondría de alguna manera una respuesta y oportunidad para los sectores alternativos de cara a la renovación del congreso. Sin embargo, la apuesta ha sido fortalecer las campañas presidenciales, en detrimento de la consolidación de unas fuertes listas al Senado y Cámara de Representantes.

La política local y la renovación del Congreso son vistas como un bodrio difícil de cargar y menos como una oportunidad de cambio.  No hay una visión de hacer carrera en el Congreso como en cualquier democracia consolidada, éste es solo un peldaño para la búsqueda del poder ejecutivo. Desde allí, “se puede arreglar ese problema de manera más eficaz”, incluso llamando a una constituyente. 

En su mayoría, el interés de los partidos y movimientos políticos nuevos recae sobre el posicionamiento de figuras y menos en la consolidación de partidos.  Más inmediatismo y menos visión de mediano y largo plazo.

El nuevo congreso tendrá la importante tarea de la consolidación de la paz, así como importantes y necesarias reformas como la política y la de justicia. Pero el resultado de su conformación, en su mayoría,  parece responder a las mismas dinámicas del poder tradicional en ausencia de una apuesta audaz para su transformación. Que bueno sería en esta última semana de campaña, preocuparnos más por quienes llegaran al Capitolio y su renovación, que por quien ocupe la Casa de Nariño.

¿Con un poder legislativo con esa imagen y forma de configuración, está asegurada una democracia fuerte y sostenible?

Es profesor universitario y promotor del desaroollo en temas de fortalecimiento democrático y ciudadanía. Estudió economía en la Universidad del Atlántico y una especialización en cooperación internacional.