Moisés Wasserman, profesor y antiguo rector de la Universidad Nacional de Colombia, nos advertía esta semana de los peligros de la política científica del nuevo Gobierno. Esta política, fundamentada en los “equivocados y peligrosos” conceptos de “ciencia hegemónica” y “justicia epistémica”, se encontraría consignada —al menos así lo entiende Wasserman— en un documento de 16 páginas al que el exrector tuvo acceso. En la columna no se indica en dónde es posible acceder al documento ni se aclara cuál es su propósito. Se procede al ataque de esos “peligrosos” conceptos luego de hacer una breve descripción carente de rigor.

La posición defendida por Wasserman en su columna (y celebrada por políticos en las redes) parte de dos afirmaciones que son, como mínimo, cuestionables. La primera de ellas consiste en considerar que los procesos a través de los cuales se llega a los consensos científicos —y que permiten entender ciertas teorías como conocimiento fiable— son el resultado de un proceso neutro, ajeno a cualquier tipo de influencia derivada del contexto. Solo “los retos de la realidad y la experimentación” influirían en la producción del conocimiento científico.

En segundo lugar, Wasserman considera que el campo del conocimiento científico no es susceptible de ser evaluado según criterios de justicia. El único criterio de justicia que aplicaría para la ciencia se resume en esta simple regla: “una teoría que se demuestra falsa se cae, sin importar quién la propuso”. Para Wasserman hablar de justicia (o injusticia) epistémica “se siente como un oxímoron, una contradicción en los términos”.

A pesar de las fuertes palabras del profesor, su perplejidad no tiene mucho sustento. Para comenzar, la política científica —de la que se habla en el artículo— implica la distribución de los recursos sociales de una determinada manera, priorizando programas, fortaleciendo o debilitando instituciones, fijando prioridades.

Al momento de discutir políticas públicas, la pregunta sobre la justicia siempre está presente (así no sea la única pregunta relevante). Pero la pregunta sobre la justicia y el conocimiento va más allá de esta cuestión obvia. La cuestión verdaderamente difícil es si las formas en que producimos hoy conocimiento tienen como resultado —intencional o no— la reproducción de las injusticias que vemos día a día en nuestra sociedad o si son, incluso, productoras de nuevas injusticias.

Para Wasserman y quienes piensan como él, la comprensión de la ciencia como fenómeno social es bastante ajena. Eso explica, en parte, la forma limitada en que asumen el problema planteado por las injusticias epistémicas. Sus críticas dan cuenta de una concepción de la ciencia (con sus prácticas, métodos y actores) bastante apartada de las demás dimensiones que componen la experiencia humana. El camino al conocimiento válido parecería ser el resultado de interacciones como las que describen los defensores del libre mercado. Los retos a los que se enfrentan las sociedades y la competencia entre teoría rivales que buscan dar cuenta de ellos y resolverlos, llevarían al triunfo de la mejor de las teorías en lucha.

La distancia entre la visión de la ciencia de Wasserman y la de aquellos que han estudiado las injusticias epistémicas no podría ser mayor. Para estos últimos, la producción del discurso científico, como cualquier otra creación humana, está determinada en parte por las condiciones sociales en las cuales dicho discurso es producido. Las implicaciones de reconocer la importancia del contexto en la producción de la ciencia son enormes. No quiere decir, como sugiere Wasserman, que se niegue la importancia y el valor de los métodos de la ciencia tradicional, ni tampoco implica asumir una actitud escéptica ante la verdad. Significa, simplemente, reconocer que los agentes que producen los discursos científicos se ven influidos, como cualquiera de nosotros, por su entorno social.

La producción del discurso científico no es neutral ni impermeable a la estructura social que la hace posible. No nos debe extrañar entonces que ciertos epistemólogos -en particular epistemólogas feministas- se hayan preguntado por la manera concreta en que ese contexto influye en el discurso científico o cómo ciertas teorías se convierten en hegemónicas.

Dice, con razón, Heidi Grasswick —epistemóloga social y feminista— que la producción y reproducción de las injusticias en el campo epistémico no solo es posible, sino que las prácticas científicas son especialmente proclives a ello. Esto se debe, en primer lugar, a la fuerte división del trabajo cognitivo.

La investigación científica, tal como se practica hoy, es sumamente compleja, al menos en el sentido de que exige la interacción de muchos agentes que realizan apenas una pequeña parte del trabajo. Estas interacciones en diferentes etapas se pueden ver afectadas por los sesgos y estereotipos, tal y como ocurre —nos dice Grasswick— en cualquier otra forma de interacción social.

En segundo lugar, el conocimiento científico está fuertemente relacionado con las necesidades y fines de una determinada sociedad. Pero la identificación de esas necesidades y fines no solo estará influenciada por lo que los científicos consideran precisamente necesario o valioso, sino que el conocimiento producido crea formas de comprensión que pueden reforzar o crear nuevas formas de injusticia.

Creo que la columna de Wasserman da precisamente buena cuenta de lo que acabo de mencionar. El exrector de la Universidad Nacional considera que los autores del documento carecen de rigor por usar términos que están por fuera de su tradición académica o por el uso de expresiones para él incomprensibles como “vivir sabroso”. Renuncia a un verdadero intercambio epistémico y deja de lado las virtudes que se esperan de quien se dedica a la ciencia. Caricaturiza al contrincante, se niega a la escucha atenta de sus propuestas, se rehúsa a la reconstrucción rigurosa de la posición del contradictor y no ofrece ni refutación ni respuesta a lo planteado en el escrito. En este intercambio de ideas, como en cualquier interacción social, las preconcepciones que se tienen del otro entran a operar, limitando la posibilidad de aprender del contradictor.

Los estereotipos que llevan al profesor Wasserman a la descalificación y al trato condescendiente del opositor, son una muestra clara de la manera en que, al momento de discutir sobre lo verdadero o lo correcto, nuestro juicio se ve permeado por el producto de formas de socialización más amplias.

La pregunta por las injusticias epistémicas nada tiene que ver con la caricatura presentada por el profesor Wasserman. Quienes se han preocupado por este tipo de injusticias no buscan una distribución equitativa de espacios entre los defensores del creacionismo y los de la teoría de la evolución, ni consideran que cualquier teoría tiene el mismo valor, independiente del respaldo que pueda ofrecer para sus afirmaciones. La pregunta por las injusticias epistémicas está relacionada con nuestra condición de sujetos capaces de producir y transmitir conocimiento, con las instituciones sociales que hacen posibles las diversas formas de conocimiento y el papel del conocimiento en una sociedad democrática. Preguntas que, en definitiva, es bueno que comencemos a hacernos en una sociedad tan profundamente marcada por la injusticia como lo es la colombiana.

Abogado, profesor universitario e investigador. Sus áreas de investigación y trabajo se enfocan en las relaciones entre la democracia, el Derecho y la Constitución.