Celebrábamos la noticia de la restricción del uso de tapabocas al aire libre mientras se anunciaba la invasión de Rusia a Ucrania. Si en medio de nuestro conflicto armado, hace dos años, la pregunta era si sobreviviríamos a la pandemia, la de hoy es si sobreviviríamos a una guerra nuclear. Seguimos privilegiados, podemos hablar de esto, sin respuestas definitivas, pero haciendo lo que se puede al respecto; de nuestros experimentos otra clase de alimento. Seguimos siendo retados a mantenernos vivos, motivados y sintiendo; y a recurrir a todas las sustancias nutritivas que cableen a tierra y corazón titulares de temido apocalipsis. Nuestros niños se atreven a formular las mismas preguntas que tenemos en mente los adultos, en voz alta, y como sucede en los momentos álgidos de la vida, la mejor respuesta suele ser sin palabras, pura presencia, pura compañía.

Así, el taller Cocina de colores fue un espacio de intercambio de conocimiento abierto a grupos familiares de grandes y chicos para preparar bajo la guía de la socióloga y pastelera Maryam Tertel, recetas dulces y saladas coloreadas con pigmentos de diferentes alimentos. A propósito de la jornada nutritiva que contribuye al objetivo de fortalecernos que nos planteamos hace dos años en pleno aislamiento, converso con quien asumió la guía de nuestro encuentro.

Maryam Tertel: Probablemente mi conexión con la cocina se fue tejiendo desde antes de nacer, con mamá y papá, abuelos y bisabuelos acostumbrados a hacer su propio pan, tortas, encurtidos, bebidas fermentadas y muchas preparaciones que he ido descubriendo con el tiempo. Creo que mi vínculo con la cocina se parece al de muchos, pues en la mayoría de familias siempre hay una historia que tiene lugar en la cocina o surge de una receta que se ha transmitido de generación en generación. Soy colombiana y alemana, crecí en Bogotá y fui criada en una familia multicultural donde la cocina ha sido siempre el lugar más importante de la casa, que nos reúne, nos reconcilia, nos emociona y alegra el alma. Reconozco que los encuentros para cocinar y compartir la comida, han sido siempre de mis planes favoritos.

Catalina López B.: Hace un par de años experimentábamos un aislamiento obligatorio; de alguna manera la relación con las tareas domésticas cambió y por supuesto nuestra relación con la cocina, ¿Cómo viviste esa época, qué oportunidades encontraste, ves dos años después en los demás una relación diferente con el alimento, con su preparación, con su compra?

M.T.: El primer mes de cuarentena viví sola, pero tuve, especialmente una vecina, amante de la comida y la cocina, un par de meses después, llegó otra vecina con muchas ganas de aprender a cocinar, así que tuvimos tiempo para encontrarnos entre vecinos, ensayar platos nuevos y compartir la comida. Eso fue muy importante para nuestra salud física y mental durante el aislamiento. 

Usaba lo que tuviera en casa para preparar la comida antes de ir a comprar más. Me volví más creativa y consciente a la hora de cocinar de comer y de decidir cómo comerlo. Un fenómeno que todos vimos o vivimos directamente, fue el auge del pan de masa madre. Antes de la pandemia algunos habíamos empezado a experimentar, pero durante el aislamiento mucha gente alrededor del mundo encontró la energía para probar hacer pan, y sobre todo, sincronizarse con el ritmo lento que requiere hacerlo cuando se trata de pan de masa madre. Así que aproveché para experimentar más con el pan, para hacer bebidas como kéfir y otro tipo de bebidas fermentadas y en general con nuevos sabores. También empecé a notar que más gente compartía consejos, recetas, preguntas e ideas alrededor de la cocina. Siento que haber estado en casa aislados físicamente, nos ayudó a ser más generosos y abiertos con lo que sabemos (no sólo lo que a cocinar se refiere). No estoy segura que todos los que al principio de la pandemia empezamos a experimentar más en la cocina sigamos hoy con el mismo ritmo, no podría asegurarlo, pues entiendo que las rutinas y el trabajo no es igual para todas las personas, muchos no tienen la posibilidad de cocinar tranquilamente en casa día a día, pero sí espero que tengamos una mayor conciencia de cómo compramos, cómo preparamos los alimentos y cómo comemos. Que si sólo tenemos un día a la semana para dedicarle a la cocina, podamos hacerlo con mucha presencia para irle cogiendo cada vez más cariño. Creo que comer sano no se trata sólo de qué ingredientes tiene lo que comemos, sino de todo lo que acompaña la acción de comprar, cocinar, sentarse a comer y compartir. Se trata de incursionar en un ritmo más tranquilo y natural, no a las carreras pensando en las tareas que siguen o en lo que quedó pendiente.

C.L.B.: Desde tu trabajo has tenido la oportunidad de viajar y conectarte con varias regiones de Colombia y el mundo, eres una convencida de preparar la comida y el comer, como una acción que media todos nuestros vínculos y maneras de relacionarnos ¿Nos puedes contar por qué?

M.T.: Sí, estoy muy agradecida por todas las experiencias que he tenido a lo largo de la vida ya que me han mostrado, y me siguen mostrando, la importancia del comer y preparar los alimentos como una forma de fortalecer nuestros vínculos. Yo creo que además de ser muy divertido, al cocinar y comer juntos nos conocemos mejor a nosotros mismos y a los demás. Nos permitimos ser y mostrarnos tal cual somos, y creo que esa es justamente una de las cualidades más importantes para las relaciones sanas. Mientras cocinamos vamos escuchando, observando, dialogando de distintas formas, vamos compartiendo las distintas formas de preparar, nuestros gustos y preferencias, lo que cada uno trae de su hogar, lugar, cultura.

También lo que significa sentarse a la mesa a comer y compartir es muy poderoso. Si lo hacemos de forma consciente y presente, veremos que ahí comienzan muchas historias, ideas, proyectos. Mucho de lo que conocemos de nuestras familias y amigos, es probable que lo hayamos escuchado sentados a la mesa compartiendo comida rica. En mi caso sí ha sido así, las historias de familia, de varias generaciones atrás, las conozco de las muchas charlas en la mesa y sobremesa.

C.L.B.: Desde hace años, tal vez desde que nacimos, atravesamos un conflicto armado en nuestro país, hoy, no acabamos de superar una pandemia y hay una guerra internacional que nos afecta. ¿Qué oportunidades detectas para la siembra, compra, preparación de comidas y alimentación? ¿Crees que es un asunto prioritario, por qué?

M.T.: Este es un tema fundamental. No me considero una experta, creo que todavía tengo mucho que aprender al respecto, pero algo que sí tengo claro es que somos casi 8.000 millones de personas en el mundo. Todos necesitamos alimentarnos y la forma de consumir alimentos no sólo nos afecta a cada uno como individuo, sino también al planeta y a la sociedad. Creo que es claro para muchos que los recursos que tenemos disponibles no son ilimitados y que debemos cuidar la forma en que consumimos los alimentos. 

Sin entrar a debatir las múltiples causas del conflicto armado en nuestro país y de la guerra en Europa y otras zonas del mundo, sí pienso que el acceso a materias primas y recursos para producir alimentos tiene mucho que ver. Y así los gobiernos tomen las decisiones que nos afectan a todos, cada uno de nosotros puede hacerse responsable de pequeñas acciones que juntándose pueden ser muy poderosas.

Si tenemos la posibilidad de sembrar en casa, de tener una huerta, logramos unacto hermoso e impactante. Si no tenemos el espacio, podemos tener al menos plantas pequeñas comestibles que podamos usar en nuestras preparaciones, como aromáticas con las que podemos preparar salsas, bebidas y ensaladas. Por más pequeño que sea el espacio del que dispongamos, el gesto de sembrar y cosechar abre nuestra mente y nos conecta con los alimentos de una forma diferente. En los últimos años también han surgido iniciativas de huertas en distintos lugares urbanos, todavía son pocas, pero son muestra del potencial primordial a la hora de diseñar cualquier lugar nuevo para vivir o trabajar. Si llegáramos a tener escasez de alimentos en nuestras ciudades, sería poderoso podernos unir en torno a la siembra y a la alimentación, para no depender solo de lo que el mercado nos ofrezca. Habló desde un lugar privilegiado, porque sé que existen muchos lugares en Colombia y el mundo entero, donde por el conflicto armado y otro tipo de conflictos, la escasez de comida es una realidad desde hace años. He visto historias sobre colectivos de mujeres que se han unido alrededor de la siembra para producir su propio alimento, esto es amor puro y revolucionario, creo que podemos aprender mucho de ellas.

Cuando sembramos, empezamos a entender mejor el trabajo que implica tener todos los días comida fresca en la mesa. Muchas veces vamos al mercado y vemos todo dispuesto de una forma que invita a comprar, pero pocas veces nos detenemos a pensar en la manos que trabajaron la tierra, en la cotidianidad de los campesinos y en el recorrido de esos vegetales, tubérculos, frutas, granos y demás que terminan en el canasto de la compra. Comprender esos procesos, tiempos, vidas, nos ayuda a elegir mejor a la hora de comprar, a priorizar productos locales que apoyen a los campesinos en nuestro país, y al planeta, pensando en menos transporte y menos empaque. Desde hace años atrás, veo cada vez a más gente comprometida con elegir y ofrecer productos naturales y frescos, sembrados, cosechados y producidos con amor, cuidado y en condiciones justas. Algo que en Colombia todavía tenemos es la posibilidad de comprar gran variedad de verduras y frutas en los pequeños mercados del barrio, en la plaza del pueblo o ciudad, pocos países en el mundo tienen tanta variedad de frutas y verduras durante todo el año como tenemos en nuestro país.

Ser más conscientes a la hora de comprar alimentos pensando en cómo y dónde fueron producidos, hace que cuidemos nuestra salud, al comprar menos comida procesada, llena de conservantes, colorantes y saborizantes artificiales, que tiene un impacto mucho mayor para el planeta. Comer saludable no es sólo comer ingredientes saludables, es pensar y elegir mejor, es preparar de forma consciente y divertida, es tomarnos el tiempo para parar y disfrutar la cocina, la comida y si la hay, la compañía. 

No quisiera demonizar toda la comida procesada o rápida, creo que cuando nos volvemos obsesivos con ciertas tendencias o dietas, puede ser tan dañino como comer “poco saludable”, se trata más bien de dar prioridad a las elecciones conscientes y que entendamos el impacto que tiene en nuestro cuerpo, la sociedad y el planeta entero lo que comemos y la manera en que lo comemos.

C.L.B.: Hace unos días guiaste un taller de cocina para chicos y grandes en el que desde el reconocimiento de los alimentos, sus propiedades y colores, propusiste la preparación de recetas dulces y saladas. ¿Cuál fue la motivación para crear y desarrollar este espacio? ¿Por qué es necesario abordar estos temas y actividades con grandes y niños al tiempo? ¿Cuáles fueron las sorpresas?

M.T.: Cuando recibí la invitación por parte de Fundación Promedio para abrir juntos un espacio de taller, pensé en todas las veces que he cocinado en familia y amigos siendo adulta, en las galletas y postres que preparé con mis primitos o los hijos de amigos, también pensé en mí misma de niña con mi hermana y amigas, y en lo que disfrutábamos metiendo las manos en la masa. Pensé en un taller que vinculara el placer de amasar y mezclar con la belleza de los colores que encontramos en las frutas, verduras y especias, pues la comida se prepara y se come con todos los sentidos. Creo que es importante pensar en la textura, el olor, el sabor, el color y en los sonidos también; todo esto es importante y placentero, en la preparación y a la hora de comer. Escogí de forma muy consciente los ingredientes que le darían color a las pastas y los pasteles, para que no sólo se vieran lindos, sino también para profundizar sobre los beneficios de esos ingredientes frescos que utilizaríamos. Aprendí muchísimo preparando este taller.

Se trató de un espacio de apertura y participación en una sociedad en la que estamos acostumbrados a encontrarnos y compartir sólo con quien es “igual” o parecido a nosotros. Espacios donde para abrirnos de una forma diferente a personas nuevas, son muy importantes. Me sorprendió la apertura de chicos y grandes para probar sabores extraños. Todos disfrutaron poniéndole remolacha, espinaca, cúrcuma y cacao amargo a sus masas de pasta. Un chico me dijo “es mucho más rico y más divertido hacer las propias pastas que comprarlas”, creo que eso dice mucho.

C.L.B.: Si bien vivimos un momento en que ha aumentado el número de cocineros y que el rol del hombre respecto a las tareas domésticas y cuidado se ha transformado en uno más participativo y no menos espectacular, hay unos retos para que en igualdad las ejerzamos en el anonimato de la vida diaria. ¿Cómo estimular la continuación a esa participación masculina en la siembra, alimentación y cuidado?

M.T.: Creo que es fundamental empezar desde chicos, que los niños y las niñas compartan por igual espacios que históricamente han sido de mujeres adultas. Necesitamos entender que este tipo de tareas no son exclusivas de un género y que todxs pueden disfrutarlas como parte de un cuidado personal y mutuo. 

Espacios como el taller que hicimos creo que son muy importantes, abrirnos a cocinar más con amigos y familia, entre grandes y chicos, en nuestras casas, ir a la plaza de mercado con los niños, involucrarlxs en todo el proceso de compra, de preparación, de opinión y elección. También tener espacios de siembra en casa y buscar distintas formas de acercarse a la tierra para entender de dónde viene lo que comemos. Tenemos el reto de darle más importancia al espacio de cocina en nuestra vivienda para que sean más abiertos y puedan generar dinámicas más inclusivas con niños y niñas.

Muchos hombres, pero también mujeres, no cocinan porque no conocen la cocina. Al abrir ese espacio como un mundo al alcance de todos, la tarea se vuelve vital.

Conozco el caso de algunos colegios en donde la siembra, la alimentación y el cuidado propio y del otro son prioridad. Trabajar en estos hábitos no debería ser opcional, porque son esenciales en nuestra vida y debemos reconocerlos como tal. Entre más temprano tengamos ese contacto y lo entendamos, más fácilmente podremos desarrollar esa consciencia de adultos, sin importar el género.

En la medida que abramos más espacios de siembra colectiva, a cocinar y sentarnos a comer juntos, más participación masculina tendremos en estas tareas sin forzarnos. Es cuestión de conocer y entender, y para eso necesitamos más espacios abiertos.

C.L.B.: ¿Y en cuanto a la eliminación de la idea del otro como el malo y el extraño tienes algunos ejemplos de la mediación de la cocina y el comer?

M.T.: Cuando viví en Alemania, el vínculo que hicimos con mis amigos fue en gran parte por juntarnos a cocinar y comer juntos lo que preparábamos. Esas experiencias ayudaron a romper con prejuicios que tenía hacia otras culturas y religiones. Creo que cuando logramos conectar con alguien desde lo humano, todo lo demás que decimos que somos, pasa a a un nivel secundario. Cocinar juntos y sentarnos a la mesa a comer nos despoja de muchas capas para mostrarnos tal cual somos.

Me enteré alguna vez sobre un lugar en Israel, en donde el dueño del lugar regalaba un plato de comida a quien se sentara a comer con un extraño, es decir si israelíes y palestinos se sentaban juntos sin haberse conocido antes. Me parece bello. La verdad creo que muchas veces tenemos miedo del otro, del diferente, y en el fondo todos somos seres humanos, a veces somos mucho más parecidos de lo que creemos. 

Yo amo Colombia y su diversidad en todo sentido, creo que a pesar de todo lo que nos duele, es un país increíble. La segregación social es muy fuerte y en mucho de lo que hacemos en el día a día estamos replicando y a veces aumentando esa segregación, de forma consciente e inconsciente. Si nos diéramos más oportunidades de compartir espacios con la y el que es distinto, nos encontraríamos con muchas sorpresas bonitas. ¿Qué tal si abrimos más espacios de siembra, cocina y comida compartida con “extraños”?

Es la directora de la Fundación Promedio. Estudió diseño industrial en la Pontificia Universidad Javerina y un posgrado en arquitectura y artes efímeras en la Universidad Politécnica de Cataluña.