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¿En qué está el graffiti en Medellín? ¿Para qué sirve el graffiti o qué puede impactar en materia de intervención espacial?
Por: Casa de las Estrategias
Sucursal del Momento Eterno tiene a Andrés Caicedo en una ventana lateral, sucursal Salida, Donde osan entrar los ángeles, Infinito, Animal, Barrio Antioquia, Salida libre, A la soledad, Al corazón de ella, Nada, Suerte, A las estrellas, Sin tiempo, Del delirio y Sucursal R.I.P. Se trata de puertas en Medellín pintadas de manera clandestina, street art.
¿En qué está el graffiti en Medellín? ¿Para qué sirve el graffiti o qué puede impactar en materia de intervención espacial? Unimos esas preguntas en una conversación con Señor Ok que nos dice que la represión ha aumentado, que un tipo de agotamiento hace que cada vez se quiera y se necesiten hacer cosas más rápidas, a veces como con rabia. Un ejemplo de eso puede ser Graffiti Suicida Crew -que recuerda en algo a los Pixadores de Sao Paulo-.

Quizá la excesiva exposición que genera el internet, con un celular, y las diferentes plataformas, también ha hecho que el graffiti se convierta en algo pop, un anti-graffiti que se mueve en una fama convencional y en un empleo que puede ser institucionalizado y comercializado. Eso podría explicar que La Plaga haya decidido dejar de montar sus graffitis en internet. Mientras que por la noche la Policía persigue con más impaciencia, por el día los muros son parte de tures y de comerciales de Coca Cola en Israel (con imágenes de Medellín).
Hace un tiempo cuando publicamos el libro Ruido dijimos que si uno quiere saber qué está diciendo lo emergente o los pelados y peladas solamente había que escuchar las canciones que nunca serían grabadas. Así como hay canciones sin estudio de grabación, hay pinturas sin marco que se llaman graffiti.
El graffiti sigue siendo un mecanismo de expresión para un adolescente excluido, con el mismo impulso que en su mito fundacional: aquí estoy yo.
La Plaga juega al adolescente, interpreta un adolescente en su arte o escarba en su adolescencia caduca; la mantiene porque la ciudad nos mantiene en ese medio camino donde no quiere ser tan indulgente como si fuéramos niños, pero tampoco nos quiere dar las libertades de la mayoría de edad. Desde ese tercer ojo adolescente dice sí hago ruido, sí pinto la tacita para recordar que estaba rota y sí interrumpo la reunión (la negociación o la publicidad) de los adultos.
Señor Ok es uno de los co-fundadores de NoCopio pintando en el espacio público hasta la fecha el rostro gigante de 7 jóvenes asesinados -a veces en el lugar que escoge su mamá-.

Las puertas de “las sucursales” nos recuerdan que el arte no puede ser encerrado en una solución real, sino más bien soluciones imaginarias o patafísicas. Cuando escribimos Grafffiti Medellín tuvimos dos entrevistados que nos dijeron que no les gustaba pintar con rojo, que no les gustaban los graffitis rojos. Ahora nos preguntamos si a Medellín no le hacen falta puertas, si esa forma de tacita hecha con montañas no hace que se necesite más de portales y de vías de escape.
De vez en cuando también el graffitero deja de ser nómada y se concentra en su propio gueto, primero para hacer una galería urbana para la gente del barrio y luego para ser anfitrión de extranjeros y viajeros.
Trash Art en compañía de otros unieron los barrios de Santo Domingo y Granizal en un circuito de arte urbano. El Klan Gueto Popular con Jackgo y Natalia García han desarrollado cuatro versiones de Con los Pies en el Barrio. Uno de los efectos de con los Pies en el Barrio fue desarrollar un recorrido turístico de 12 paradas en el barrio Popular y quizá una de las combinaciones bonitas fue la conexión con la siembra -a veces en materas, a veces en pequeñas huertas- de plantas medicinales en el barrio.

El componente de plantas medicinales lleva a un involucramiento de señoras y un reconocimiento de los ancestros, de los ancianos del barrio. Lo más interesante es que la invitación y la disposición a escuchar -incluso a entrevistar- surja de jóvenes. Jóvenes proponiendo un ejercicio para involucrar a viejos y para escucharlos. Hoy Aka y Boti de Agroarte ya no son jóvenes, son profesionales, pero en su momento lo fueron y -aunque aprendieron de alguien- convocaron ellos mismos y en otra versión a esas doñas del barrio, entablaron la conversación, armaron la comitiva. Hoy los y las jóvenes en Agroarte -como Yuye, Katerine o Metano- convocan a viejos y viejas, mamás, tías y abuelas.

La Fundación Salva Terra está trabajando la agricultura urbana con el difícil énfasis de la soberanía alimentaria. Cuando se desarrolló el Cinturón Verde de Medellín, como una forma de controlar el desbordamiento por nuevos cinturones de miseria -época en que Aníbal Gaviria era alcalde-, esta organización trabajó con la gente en 22 barrios, sembrando huertas en 31.000 metros cuadrados y haciendo un circuito de soberanía alimentaria de 700 familias.
La alimentación -en el caso de Salva Terra- y las plantas medicinales (o las médico-religiosas como las llama el Aka) -en el caso de Agroarte- se convierten en una excusa para juntarnos, juntar vecinos que no se juntaban o no salían y -sobre todo- para generar nuevos liderazgos de mujeres en el territorio cotidiano o reestablecer lugares de orientación y respeto a los mayores. Acá rastreamos factores de reducción de violencia y de resiliencia.

En la KGP y en Agroarte se puede rastrear procesos de dignidad del territorio desde adentro. De alguna manera Arquitectura Expandida -como Salva Terra- llega de afuera, pero ser un visitador no es ningún “pecado”: se llega a reconocer, a involucrar y a cuestionar un orden obsoleto impuesto desde otro afuera o desde una estructura mayor.
Arquitectura Expandida hace urbanismo con los vecinos, incluso jugando con los niños, allí donde las burocracias estatales son tan lentas que producen abandono, allí donde la distancia de las oficinas no deja comprender fronteras entre lo rural y lo urbano y donde las leyes parecieran no encontrarse con en el sentido común del espacio público y de la urgencia de la propiedad. Quizá el proyecto más bonito fue urbanismo hecho con llantas en el barrio Danubio Azul de Bosa -Cundinamarca-.

Terminamos esta vez describiendo sin un cierre o sin conclusión, esperando que algunas conversaciones queden abiertas el tiempo necesario:
¿Qué turismo le conviene a la cultura y en especial a una cultura contestataria o crítica? ¿Dónde queremos poner un arte divergente y por qué se nos ocurre que debe ser entretenido? ¿Necesitamos escoger entre una puerta que “no sirve para nada” y una silla inventada donde nos “tenemos” que sentar? ¿Si fracasando con la soberanía alimentaria, aprendemos a estar juntos y converger valdría la pena?
Hay un urbanismo que ya estamos sintiendo donde la motivación es estar y no mostrar, curar (aliviarnos, pausar) más que progresar y donde se privilegia la expresión (imaginación) sobre el ordenamiento (vigilancia, autoridad y normalización).