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En medio de la velocidad, la falta de tiempo para hacer tantas cosas, y las listas en las que nos enredamos para cumplirles a todos, he estado descubriendo el valor de la ternura como un acto revolucionario. 

Nueve meses después de estar haciendo una maestría relacionada con la educación, la lectura y la literatura infantil, pienso en los aprendizajes y en lo que se extraña cuando se está lejos. En las últimas semanas he visto como el miedo y la violencia puede incrementar el rechazo entre la humanidad en dos atentados en Manchester y Londres, entre otras noticias para ejecutivos.  

Mientras tanto, pienso en Colombia, en la idea que tenemos de salir del país para buscar nuevos horizontes y una idea de seguridad, que día a día se ha vuelto cada vez más relativa. Soy de la generación que creció con el miedo, con las bombas, y con motos que podían ser sicarios, todo gracias al contenido que recibiamos a través de los titulares en los periódicos, la televisión y la radio. Por suerte todavía no existían las redes sociales para estar 24/7 horas informados. 

En medio de todo este caos mundial, pienso en la ternura como un lugar de contención. En el valor que tienen los pequeños actos para mostrarnos que como seres humanos tal vez podamos cambiar nuestra propia historia.

En mi caso, uno de los principales choques culturales está en nuestra idiocincracia de ser cercanos con las personas desde el saludo mismo. En lugares como el Reino Unido, las cosas son muy distintas. Es importante conocer al otro para crear puentes de comunicación donde todos se sientan cómodos. He aprendido que aquí no vale el -es que yo soy así-, he reconocido el valor que tiene recibir un abrazo después de mucho tiempo. La cercanía y lo que no se alcanza a decir con las palabras y como el estar presente se comunica también con el cuerpo. 

Una sonrisa, una palabra, caminar en silencio bajo la lluvia, oír, prestar atención, ayudar a otro, simplemente estar, sentir la lluvia en la piel, sentir el sol, la humedad. La naturaleza está ahí afuera siguiendo su curso, en silencio, mientras nosotros nos llenamos de historias, de monstrous y de miedos.

Cada día sale una nueva noticia para generar más rechazo por diferentes razones, y en medio de tanto ruido yo me pregunto si nuestro valor no está dado por reconocernos a todos como personas que sobrevivimos en medio de lo que parece una pesadilla. 

Entre tanto caos reconozco en la ternura, de la gente que conozco, y sobre todo en la familia que crecí, un acto revolucionario. Es común oír que decirle a un hombre que es tierno es perder puntos, y muchos se sientes insultados. Para nosotras como mujeres la ternura es fundamental, es un gran cumplido y es una virtud. Tuve la fortuna de tener un papá tierno, y ver cómo su ejemplo fue heredado por mi hermano. Tengo sobrinos y en ellos reconozco la ternura como un regalo que espero que nunca pierdan.

Llega el momento de hablar de mi, de decir que por mi contextura física luzco tierna, y es algo que siempre me ha frustrado hasta ahora. Crecí pensando que ser tierno te hace ser menos, no inspirar respeto, y por el contrario parecer inocente e indefenso. Ahora me doy cuenta de lo equivocada que he estado. 

La razón de esta entrada, es dejar una reflexión desde mi experiencia, de cómo el mundo nos moldea, sin darnos cuenta. Crecí rodeada de una serie de factores externos que me permitieron construir una identidad y decidir que quería ser. No siempre acertando, para blindar sensibilidades. Mientras que lo que realmente tengo para dar ha quedado en muchas ocasiones en un acto inconcluso. Sé que muchos lo tienen resuelto, otros, como yo, nos encontramos en el mismo proceso de reconocimiento. Desde ese lugar, donde extraño un abrazo de mi mamá, desde donde valoro en la distancia el tener una familia unida, pienso en las posibilidades que se abren para trabajar con todos los que han sido víctimas y también victimarios.

Y sobre todo en el valor y el rol de las emociones para perpetuar el sufrimiento del otro, o en la posibilidad de crear puentes para identificarnos con la tragedia del otro, y juntos cambiar la historia. Los cambios empiezan en acciones simples, hoy mi invitación está en apostarle a la ternura, y en incluirla en nuestra rutina y en el trato con la gente que nos rodea – ser cálido, amable, reconocer al otro, moderar la voz- son actos que pueden hacer la diferencia en nuestras vidas y en la vida de los otros en todos los ámbitos: familiar, laboral y social.  

Es la creadora del proyecto de lectura Picnic de Palabras. Estudió literatura en la Universidad de los Andes y una maestría en educación con enfoque en literatura infantil y lectura.