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Igual que Vladimir Putin, Gustavo Petro califica a un judío de neonazi. De la misma forma que Álvaro Uribe lo hace con otros, el candidato que lidera las encuestas presidenciales acusa al periodista David Ghitis de formar parte de un grupo extremista. Este tipo de acciones por parte de un líder político quiebran el debate público y crean un ambiente hostil para la libertad de expresión.
No es la primera vez que Gustavo Petro ataca a sus críticos. El de Ghitis y RCN no es el primer caso en el que la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) le llama la atención al candidato por sus declaraciones estigmatizantes contra personas que ejercen el periodismo. En las elecciones de 2018, Pedro Vaca, entonces director de la FLIP, le pidió a Petro que fuera más cuidadoso con sus expresiones porque estaba promoviendo un ambiente hostil contra ese mismo medio. El llamado no parece haber sido muy efectivo porque han sucedido más casos en los que Petro es protagonista, como sus declaraciones contra medios en el marco de las protestas del 2021.
Cuando un líder político se pronuncia de esta forma, es normal que sus seguidores se sientan alentados a hacer lo mismo o a ir más allá. Como ejemplo de esto están las amenazas e insultos que se desencadenaron en contra de Vicky Dávila después de que ella tuviera una discusión con Petro en 2019. También están las declaraciones de Gustavo Bolívar contra el periodista Jaime Arizabaleta en 2020 y contra Darcy Quinn en 2022 que llevaron a cartas de la FLIP llamando a que el senador actuara de forma más coherente con su cargo, es decir, tolerante a la crítica. De forma posiblemente cínica, hipócrita o desmemoriada, Gustavo Bolivar se mostraba como el mayor defensor del pluralismo y la prensa en un debate organizado por la FLIP en el día del periodista sin hacer la más mínima referencia a esos eventos.
Claro, como en este caso, siempre está la excusa de decir: esto no es periodismo y por eso no lo defiendo o respeto. No es lugar para estos líderes definir esto y, en todo caso, su postura de lo que es buen o mal periodismo no es excusa. No hay diferencia entre esto y los calificativos de “fake news” de Trump contra la prensa en Estados Unidos.
En este tipo de situaciones es inevitable volver a Hugo Chávez y a Álvaro Uribe, expertos en estigmatizar a sus críticos y a quienes publican información que les afecte. Chávez acostumbraba a referirse a Globovisión y RCTV (medios que poco tiempo después dejaron de existir por las presiones del gobierno) como “los cuatro jinetes del apocalipsis”, “fascistas” y “golpistas”. Este tipo de declaraciones desencadenaron en amenazas, ataques y hostigamientos contra los periodistas de esos medios y, años después, llevaron a una condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra Venezuela. La Corte dijo que los altos funcionarios del Estado, a pesar de tener un derecho y deber de expresarse públicamente, no pueden “actuar de manera tal que propicie, estimule, favorezca o profundice” vulnerabilidades. Uribe es un espejo nacional de Petro en este tema. Por ejemplo, durante las manifestaciones de 2020, Uribe se refirió a los periodistas que cubrían las protestas como “milicias urbanas”. El uribismo, siguiendo las enseñanzas de su maestro, también ha aplicado estigmatizaciones contra medios como Caracol, periodistas de W Radio, del New York Times y la prensa en general.
Eventualmente se podría decir que el líder político no puede controlar lo que hacen sus seguidores, pero esto sería ignorar la responsabilidad política de alguien que promueve una serie de ideales y espera que la gente confíe en él. Es mucho más difícil comprar ese argumento cuando se ve que Petro, en respuesta al comunicado de la FLIP por el caso Ghitis, empezó a retweetear tweets reprochables de ese periodista que no tenían ninguna relación con la columna que había señalado inicialmente y a taggear a la FLIP, como avivando el fuego. La Corte Constitucional ha visto esta sistematicidad y repetitividad como evidencia de una intención dañina en otros casos de expresiones en redes sociales.
El riesgo de este tipo de declaraciones no es nuevo para Petro ni para gente alrededor de él. Podría mirar al lado suyo y recordar cuando Uribe señaló a Hollman Morris de hacer una “fiesta terrorista” por haber asistido a una liberación de rehenes de las FARC en su calidad de periodista. Esta declaración llevó a un regaño al gobierno por parte de las relatorías de libertad de expresión de la ONU y de la CIDH. Petro también podría mirarse a sí mismo y recordar que, en el trámite del caso por su destitución ante el sistema interamericano de derechos humanos, sus abogados dijeron que él había sido “víctima de estigmatización y como consecuencia de la alegada persecución política, y que culminó en una serie de sanciones […] Ello habría generado que, a través de redes sociales, se lanzaran comentarios y opiniones agresivas en su contra, atentando así contra su buen nombre y dignidad.”
Los líderes políticos tienen una responsabilidad de moderar la conducta de sus integrantes para que no promuevan discursos de intolerancia. Así lo dijeron los relatores de libertad de expresión de Naciones Unidas, la CIDH, Europa y África en su declaración conjunta del año pasado, pero es obvio que la noticia no le ha llegado a Petro.
Durante esta campaña, Petro había actuado de una forma más bien contenida, pero quizá porque no se aguantó, porque se siente victorioso o porque cree que le suma votos, volvió a la retórica de señalar al crítico como enemigo. Petro olvida que, como persona que aspira al más alto cargo ejecutivo, está en un deber de ser más tolerante a la crítica, incluso la que es chocante y ofensiva.
Esto deja mucho que decir sobre cuál será el talante de Petro como gobernante si llega a ganar las elecciones. Petro conoce bien el discurso de la defensa del pluralismo y del debate público abierto, pero parece que solo lo aplica cuando le conviene. La política “del amor” y de “la vida” parece ser un eslogan vacío cuando ocurren este tipo de hechos. No sería sorpresa que, en caso de encontrar críticas a su eventual gobierno, cambie el discurso por el de la “denazificación de la prensa”.