Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La construcción de la identidad de género es un proceso histórico, cultural y personal. Require entender la categoría como algo plástico y cambiante, que requiere una perspectiva innovadora.
¿Innovación en género?
En el primer y hermosísimo capítulo del Génesis de la Biblia, al principio fueron creados hombre y mujer, en el sexto día. Varón y varona, dicen algunas traducciones. No voy a pretender ser exégeta, ni más faltaba, pero tengo much@s amig@s teól@s (toleren mi @, por favor, un pequeño capricho) que, como en el resto de temas bíblicos, entienden que en la historia del pueblo hebreo y las religiones que de ella se derivaron, el mensaje de la creación no contenía ninguna indicación acerca del cambio del mundo en manos de la humanidad. Con la llegada de Cristo, todo fue más claro: el camino ético, revolucionario, fue el amor al prójimo. Siempre compartiré esta visión reconfortante que creció con mi trabajo en la Universidad Javeriana gracias a los sacerdotes jesuitas.
Con respeto profundo por las creencias de las personas en sus historias de la creación, me atrevo a decir que en ellas no hay señal alguna que permita entender el género y sus dinámicas, como no la hay de la mayoría de las cosas: el mundo quedó en manos de la humanidad y ella deberá proceder, como con las plantas y los animales, según su propia conciencia. Es decir, al principio fue de una manera, pero no hay “instrucciones posteriores”. Pero mi escaso conocimiento de los libros sagrados no me permite citarlos con justicia, así que pasaré directo al tema de la innovación en el género, que no sé si es lo que han dado en llamar “ideología de género”.
Para muchas personas, y como las ciencias sociales han demostrado en todas las culturas y a lo largo de la historia, las manifestaciones de lo “masculino” y lo “femenino” no son estables ni continuas, mucho menos equivalentes entre sí. El género es una categoría cultural, una atribución o construcción colectiva muy robusta, que tiene como propósito definir roles en la sociedad. Y muy específicamente, roles asociados con la reproducción biológica, por un lado, y con la crianza, por el otro. La correlación entre ambas tareas no es, como se sabe, directa: es fácil reproducirse, es difícil criar. De hecho, solo un porcentaje de las personas se reproduce biológicamente (afortunadamente hemos adquirido conciencia de las implicaciones ecológicas y económicas de ello), pero la mayoría puede participar de la crianza. La invención de la familia responde a ello y hay, como describe la abundante literatura disponible, decenas de tipos de familias en el mundo. En ese sentido, la familia ha sido un experimento cultural continuado, que sabemos funciona muy bien si está centrado en el amor, el respeto mutuo y la solidaridad, pero parece ser extremadamente contraproducente y tóxico para la sociedad en otras condiciones.
La construcción cultural del género, por su vínculo original con la sexualidad, está llena de contenidos asociados con la reproducción biológica, algo que deja “sin instrucciones” a todo el resto de las personas, o las deja en libertad de construirse, por tanto, de experimentar su condición, que puede partir de un replanteamiento de su feminidad o masculinidad, de la trivialización del tema o de otras búsquedas que la hacen innecesaria ya. Cada quien decidirá si participa de ese proceso innovador, pero lo que no puede hacer es censurarlo o limitarlo, a menos claro está que cause dolor y daño objetivo a terceros. La experimentación de género puede resultar irrelevante a la mayoría de personas, pero no es trivial en la infancia ni en la escuela: se preguntan niños y niñas todo acerca de las diferencias en sus formas de vestir, de practicar deportes, de tratar al mundo: la educación está profundamente “generizada”, de acuerdo con las convicciones de quien educa y ellas deben ser obviamente respetadas. Pero es claro que, si hay una ideología de género está detrás de cada credo o grupo étnico o proyecto social, ya que estos pueden definir cómo se resuelven las preguntas de los infantes al crecer y ver que sus derechos vienen formateados, al parecer por su anatomía. Es decir, sus órganos sexuales (antes eran sus rasgos, su color de piel, mil cosas) definen su estatus como personas de primera o de segunda. Allí es donde el Estado entra, y si no, las organizaciones defensoras de derechos: ningún programa de adoctrinamiento tiene por qué censurar las preguntas que se hacen las personas acerca de su identidad, el descubrimiento de sus preferencias afectivas, su perspectiva de cuerpo. Ese era el programa tras la medición de cráneos en la antropología de principios del siglo XX.
Perdonarán si la noción de innovación es acá un poco heterodoxa, pero si la humanidad funciona hoy ampliamente con cuerpos extremadamente modificados por las vacunas, la nutrición, los tratamientos hormonales, el doping deportivo, las prótesis restaurativas y las tecnologías del cuerpo, no puede pretender que su perspectiva del género no resulte afectada ni se ponga en una perspectiva de debate educativo. Y quienes creen que el género es dado y fijo, bien puedan, pero les aseguro que alrededor de la décima parte de sus hereder@s nacerá sintiendo que algo no cuadra y no querremos que esas personas sufran, mucho menos desde su primera infancia. Esto quiere decir que 64.972 personas nacidas en 2013 se preguntarán, si los dejan apenas tengan uso de razón, por qué “les toca”. Y en la mayoría de casos sabrán que si preguntan en voz alta, sus propias familias, compañeros, comunidad o maestros, amorosamente, los cascarán.
Por todo ello creo que si se necesita una perspectiva innovadora del género, tecnologías del género, asesorías y acompañamiento para tod@s y mucha libertad. Es el cambio climático lo que nos está extinguiendo, es el carácter adoctrinante de la educación el que nos está frustrando e impidiendo ver o experimentar la maravillosa diversidad universal, lo que está reproduciendo la violencia, no nuestra búsqueda honesta de identidad…