La biodiversidad continua desapareciendo pese a los esfuerzos de conservación y los acuerdos internacionales. Tal vez el enfoque sectorial desde las políticas ambientales resulta insuficiente y debamos comprometer otras estrategias y sectores, asi como maneras de hacer las cosas.

Cuando se hace el anuncio de los riesgos de colapso de la biosfera debido a la acumulación de extinciones de especies, como apareció la semana pasada en la revista Science, se esperaría una reacción equivalente a la que la OMS toma cuando se desencadena una pandemia, o se funde un reactor nuclear: los efectos son incluso peores, si se miran en la perspectiva de la eventual crisis humanitaria que conllevará la pérdida de beneficios que provee la naturaleza. Por ejemplo, la desaparición de los polinizadores de cultivos centrales para la alimentación.

No podemos sin embargo seguir pensando que la solución al problema de la extinción son las áreas protegidas, aun cuando estas representan la mejor alternativa disponible hasta el momento para lidiar con la crisis biológica planetaria. Pero en un país en el cual habría que proteger cada centímetro del territorio debido a su increíble biodiversidad (incluida la del fondo marino), es una estrategia a todas luces insuficiente y poco interesante para los ministros de hacienda, que a veces consideran que conservar es un gasto. Una perspectiva tímidamente innovadora al respecto incluye una gama de experimentos socioecológicos que han comenzado a desarrollar algunas instituciones, universidades, organizaciones no gubernamentales o comunidades locales, dentro de los cuales podrían citarse resultados como la ganadería con sombrío o de sistemas silvopastoriles, los diseños de paisajes productivos que combinan componentes domésticos y silvestres o los arreglos agroecológicos de amplias zonas campesinas que buscan recuperar la salud ambiental tras décadas de sobreexplotación e intoxicación. Escuchaba hace poco una idea de utilizar los páramos como centros de medicina de alta montaña, una opción complementaria a la del ecoturismo que comienza a plantearse ante las limitaciones legales de transformación del territorio.

Colombia requiere una revolución ecológica que le permita reconvertir todos sus sistemas productivos en sistemas sostenibles, es decir, que en su proceso no generen más daño que beneficio que proveen a la sociedad, incluida la noción de “colateralidad”: un componente central del conflicto armado colombiano ha sido la acumulación de asimetrías en el aprovechamiento de los servicios ecosistémicos o en la distribución de los riesgos ambientales.

Los componentes de esta revolución no son solo tecnológicos, por supuesto. Aparte de buenas ciencias básicas y aplicadas, naturales y sociales, se requiere un marco institucional distinto para el desarrollo rural, que privilegie esa reconversión mediante prácticas restaurativas, lo que eventualmente puede requerir transformar sistemas de subsidios en crédito u otra clase de incentivos, la consolidación de nuevos arreglos institucionales entre campesinos, pescadores, indígenas o comunidades negras o de políticas gremiales capaces de hacer pensar “fuera de la caja” a un sector agropecuario extremadamente temeroso.

La principal innovación ecológica en Colombia sería el redescubrimiento y desarrollo de sus potencialidades innatas, inmanentes, como dijo hace años el profesor Francisco Gónzalez, fundador y exdecano de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana. Todo un planteamiento de reconocimiento del territorio con perspectivas distintas, un poco en el espíritu de la Expedición Colombia BIO de Colciencias, pero de mayor envergadura e interdisciplinariedad, con inversiones en procesamiento de información bajo múltiples modelos, en construcción y simulación de escenarios, en sistemas de monitoreo persistente y con efectos en las políticas de emprendimiento “verde”, como se llama hoy día a las bases de una economía de la biodiversidad que despunta el alba.

A los centenares de profesionales en ciencias ambientales capacitadas en los últimos años en las muchas facultades de ingeniería especializada, a los expertos en gestión y gerencia ambiental o ecosistémica, a los PhD en estudios rurales y ambientales ya les queda claro el reto: soluciones basadas en la biodiversidad, al hambre y la sed, la pobreza extrema, el trabajo indigno, la falta de equidad de género y la discriminación, la vulnerabilidad al cambio climático, incluso la pérdida de horizontes de sentido en la vida contemporánea. En una palabra, los retos recogidos por los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que requieren ante todo compromiso innovador, y no precisamente en retórica.

Nacida en 1963, renacida en 1998. Refusiana, Javeriana, Bióloga con Maestría en Estudios Latinoamericanos de la UFlorida y estudios adicionales de posgrado en Ciencias Ambientales de la UAutónoma de Barcelona. Entre catalana y rola, transgénero, casada hace 20 años con Adriana Vásquez, dos hijas....