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A pesar de que Colombia hoy es un país de clase media, la politica pública y la conversación nacional no se ocupan del tema. La innovación en política pública que necesita Colombia pasa por entender la nueva realidad nacional.
Hoy los colombianos somos cada vez más urbanos, organizados en familias más pequeñas, con mejores ingresos y mayor acceso a tecnología. Según algunos cálculos hasta el 70% de los hogares en Colombia son de “clase media”. A pesar de que las familias de ingresos medios crecen aceleradamente y son, o se están convirtiendo en mayoría según la medición que se use, la conversación nacional poco los incluye y la oferta pública no se diseña para ellos.
Ya desde el 2010 las encuestas demuestran que son muy pocos los colombianos que mencionan el “conflicto armado”, o incluso su fin, como una preocupación central. Los más jóvenes, viviendo en ciudades, no vivieron el conflicto y sus angustias giran en torno a otros temas. A pesar de ello, medios y políticos se focalizan tercamente en un proceso de desmovilización de 8 mil excombatientes de las FARC y unas víctimas, muchas de las cuales ni siquiera se definen a sí mismas como tales. No es que la firma de la paz y el llamado post-conflicto no merezca atención, el problema es que ha excluido todo lo demás de la agenda nacional, con la excepción de la corrupción, olvidando los dolores de la inmensa mayoría de colombianos.
El impresionante aumento de las familias consideradas “de clase media”, con ingresos que arrancan en la vecindad de un poco menos del millón de pesos, es una muy buena noticia para el país. Una sólida clase media está asociada a desarrollo social y económico. Según señalan varios estudios, el aumento de hogares en la franja media no solo indica mejores ingresos y mayor movilidad social, sino también mejor cohesión social, cultura política y mayores niveles de emprendimiento y crecimiento empresarial.
Pero la clase media colombiana no está “acomodada”. No van en coche. Estas familias aún tienen vulnerabilidades y una existencia de mucha lucha y precariedad. Son económicamente frágiles y están en riesgo de caer en pobreza de nuevo y/o de tener una existencia con carencias fundamentales. En especial hay que destacar la pobre calidad de su educación y los altos niveles de informalidad que padecen en sus empleos o las empresas que se aventuran a crear.
Esta nueva mayoría ha cambiado la realidad del país y nos debe orientar hacia unas prioridades diferentes en lo público. Es una tarea pendiente construir la narrativa que entienda e incluya a esta franja ahora dominante. Hay paradigmas e intereses tras el “status quo”. Siempre será más fácil el populismo cuando es más grande la “clase popular”. Nos tocará revisar formas de ver y entender el mundo. Por ejemplo, etiquetas como “clase trabajadora” ahora deben enmarcarse como parte de la nueva mayoría, pues casi que, por definición, los que tienen empleo formal clasifican de clase media.
Falta mucho por aprender sobre las familias que conforman esta nueva realidad nacional, pero ya sabemos que hay un aumento del liderazgo femenino en términos de ingreso, que aceptan el madre-solterísimo y la unión libre, y aunque está cambiando, tienen actitudes conservadoras cuando se trata de homosexualidad. También sabemos que casi universalmente tienen la aspiración de brindarle educación de calidad a sus hijos, ojalá para que puedan ir a la Universidad. En su cotidianidad viven “alcanzados” y reportan que sus ingresos no son suficientes para cubrir sus necesidades. Son grandes consumidores, en especial de tecnología y si bien tienen algún tipo de cubrimiento en salud, tienen barreras de acceso y calidad deficiente.
Tal vez el mayor paradigma que tendremos que enfrentar para consolidar la nueva clase media como motor de desarrollo de Colombia es la validez de enfocarse en ellos como sujetos legítimos de atención pública. Debemos pensar y organizarnos diferente para incluirlos en el discurso nacional. Es hora de entender que la lucha diaria de la clase media merece por lo menos tanta atención como la de un desmovilizado o víctima, así nadie hable de eso.