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Este texto se ocupa del descubrimiento de la Cuena de Altamia, y sus enseñanzas para la cultura y la ciencia

Marcelino Sanz de Sautuola era un hombre refinado, con un bienestar material resultado de sus buenos manejos y de algunas herencias recibidas, propietario de una hacienda respetable, con una buena mujer que llevaba convenientemente la casa, y su hija María la niña de sus ojos.

En 1859 se había publicado por parte del inglés Charles Darwin un libro que estaba causando el mayor entusiasmo, y también resquemores, en muchos lugares de Europa y de la cultura de entonces. Se trataba de El origen de las especies por medio de la selección natural. Como resultado, muchos caballeros se empezaban a dedicar a la Cacería de fósiles, una afición social y culturalmente bien valorada entre ciertos estratos de la sociedad.

Don Marcelino vivía en el norte de España, y su hacienda cubría una parte de Santander, Bilbao, cerca de Torrelavega. Así que un día decidió adentrarse en la cueva de Altamira, acompañado de su hija María, quien entonces tenía ocho años. Transcurría el año 1879. El sitio exacto era Cantabria.

Un año antes, en 1878 había asistido a ese gran evento que fue la Exposición Universal de París. Allí pudo comprobar que la pequeña colección que tenía de materiales prehistóricos no desmerecía para nada.

Mientras caminaban por la cueva de Altamira, el padre le explicaba a la hija lo que podía acerca de los cambios que se estaban produciendo en la ciencia, lo que él entendía de la historia y la cultura, y en particular acerca de la arqueología. La niña escuchaba al padre intermitentemente, pero cada vez se aburría más.

Así sucedió que la niña se alejó en un momento dado de su padre, y mientras que don Marcelino Sanz dirigía la mirada hacia el piso en busca de fósiles, la niña, con algo de distracción observaba hacia las paredes y hacia el techo. Y entonces sucedió: “¡Papá, papá! ¡Mira! ¡Toros!”.

Naturalmente, la afición por los toros en España era casi milenaria, y era un hecho consumado que la tauromaquia era una afición generalizada, desde Bilbao hasta Cataluña, y desde Galicia hasta Valencia. Claro, en algunos lugares con mayor desenfreno que en otros.

El padre se dirigió a donde estaba la niña, y su sorpresa no pudo ser mayor. En las paredes y techos de la cueva de Altamira había dibujos con escenas de toros, robustos, grandes en realidad, la mayoría pintados de rojo, unos de pie, otros reposando, alguno aislado, y varios en manada. Marcelino Sanz de Sautuola observó con detenimiento. También había dibujos de alces y renos, y escenas de personas, presumiblemente bailando o en fiestas o ceremonias. Algo más allá había también dibujos de círculos concéntricos y manos, escenas de cacería y otros tipos de animales, como bisontes. El espectáculo era sencillamente asombroso.

La reacción del padre no fue menos sorprendente para la hija. Su risa estallaba ininterrumpidamente, la belleza que observaba dominaba sus emociones y sentimientos. Esta era bastante más que haber descubierto algún fósil. La hija recordaría siempre que su padre no podía hablar de la risa que lo embargaba. Este era el “¡ajá!” con el que muchos científicos, filósofos, inventores y descubridores soñaban, desde la Noche de los Tiempos. A muy pocos, sin embargo, les era dado tener ese momento único y singular.

Paulatinamente, Marcelino Sanz de Sautuola se convenció a sí mismo que las pinturas eran antiguas. Él no lo sabía, pero tenían más de 25.000 años. Pero para su época nadie sabía la antigüedad real de los dibujos encontrados.

Por su cultura, don Marcelino podía establecer parangones, comparaciones y diferencias con otras cuevas y hallazgos similares. Con Lascaux, notablemente. Habría que esperar mucho tiempo para descubrir también Chauvet y Sulawesi, por ejemplo.

Pues bien, armado de sus apuntes y reproducciones que él mismo había hecho a mano, decidió presentar al mundo sus descubrimientos. Y eso sucedió en Lisboa, en 1880, algo menos de un año después de los descubrimientos de María, su muy amada hija. María Sanz de Sautuola y Escalante, para ser precisos, y justos también con su madre. El evento era el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistórica.

El día de su presentación en el Congreso don Marcelino iba armado con lo mejor de su conocimiento, y rebosaba optimismo y confianza. Un hombre culto, acomodado, con aficiones de naturalista y de prehistoria. E hizo la exposición de sus descubrimientos en la Cueva de Altamira, en su amada Cantabria.

La reacción de los asistentes no pudo ser peor, en cualquier sentido de la palabra. Marcelino fue objeto de burlas, expresiones desobligantes y hasta fue expulsado del estrado donde exponía su conferencia. Todo el mundo sabía que los cavernícolas, seres bastante primitivos e inferiores, no podían producir las obras de arte de que hablaba Marcelino. Era evidente que Marcelino quería burlarse de los asistentes y timar al auditorio haciéndose pasar por listo. Lo menos que le dijeron a don Marcelino de Sautuola es que era imbécil y mentiroso.

Don Marcelino de Sanz y Sautuola regresó a casa, y los días siguientes apenas si pronunciaba palabra. Su presentación había sido brillante pero él había sido objeto de desprecio y burla. Ocho años después falleció, perfectamente desanimado. Una de las cosas que más le dolía era que a través suyo se burlaban de la inocencia de su hija, que era quien verdaderamente había descubierto los dibujos de Altamira.

En 1902 el principal crítico de Sanz de Sautuola visitó Altamira y comprobó por sí mismo la belleza, y comprendió que Marcelino había dicho verdad. El crítico se retractó públicamente de sus observaciones, pero el daño ya estaba hecho hacia la persona, y en cierto modo la familia Sautuola Escalante.

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La ciencia es, de suyo, una actividad conservadora, aparentemente aventada, pero muy temerosa: de las burlas, las críticas, las desaprobaciones y el fracaso. O también, es escéptica, descreída, llena de sospechas. La ciencia y la academia.

Cualquier organismo siempre reacciona, inmediatamente, de forma negativa ante un cuerpo extraño. Esto, que sucede en biología, tiene lugar también en la educación, la cultura y la investigación. Para llevar a cabo innovaciones, descubrimientos y apuestas arriesgadas se necesita mucho valor, y algo de desenfreno. Una sana locura, digamos. Pero ese es un tema largo, con entresijos, y complicado.

NOTA: No son abundantes, pero sí sólidas las fuentes de esta historia. Aquí he querido simplemente contarla, con algo de ficción. Pero la base es absolutamente verdadera.

Ph.D. en filosofía por la KULeuven (Bélgica). Postdoctorados: como Visiting Scholar (University of Pittsburgh), como Visiting Research Professor (The Catholic University of América, Washington, D.C.), como Acadmic Visitor-Visitong Scholar (University of Cambridge). Distinción al Mérito (Universidad...