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Cuando hablamos sobre drogas, usualmente han prevalecido narrativas punitivas, represivas y prohibicionistas. ¿Cómo empezar a hablar sobre el consumo sin tanto miedo, tabú o estigmatización? La exposición “La Parafernalia del Consumo” es un buen ejemplo.

Twitter: @catalinagilp

De acuerdo a la encuesta de 2019 de Datexco, el 57 por ciento de las personas entrevistadas están en desacuerdo con la fumigación de cultivos ilícitos. Un desacuerdo que progresivamente va aumentando. Otra pregunta muestra que el 76 por ciento está en desacuerdo con mantener el porte de la dosis mínima. Aunque de junio a diciembre (2019) la tendencia fue a la baja, el porcentaje sigue siendo alto.

Una reflexión que me surge de estas dos preguntas es que al parecer somos muchos más conservadores en temas de consumo, que cuando se trata de abordar el fenómenos de los cultivos declarados ilícitos. Y mi hipótesis es que la narrativa usada por nuestros políticos y medios de comunicación tienen influencia en lo anterior.

En el 2018, el actual gobierno firmó el Decreto 1844  “para reglamentar parcialmente el Código Nacional de Policía y Convivencia, en lo referente a la prohibición de poseer, tener, entregar, distribuir o comercializar drogas o sustancias prohibidas”. En diferentes medios, el presidente Duque hacia referencia a la importancia de “proteger a la familia y a los niños de Colombia”, porque la droga no solo contamina los ambientes escolares sino también los ambientes de la familia.

Pero no es solo el presidente. Por ejemplo la revista Semana habla de cómo “la droga consume a los menores de edad” y que los jóvenes que incursionan en el mundo de las drogas ponen en peligro su proyecto de vida. Periódicos de corte liberal como El Espectador sacaron, junto a la Policía Nacional (Dirección Antinarcóticos), una iniciativa llamada Generación Consiente. Es una iniciativa pedagógica para generar conciencia de “no consumir ni traficar sustancias”, porque las drogas son “unos de los flagelos más grandes que tiene Colombia”.

Una campaña para que las decisiones que se tomen no afecten negativamente el futuro. Leí varias entradas y todo estaba en términos absolutos de drogas vs. futuro.  ¡Y qué decir de las imágenes en varias noticias! Las imágenes de esta noticia de RCN radio dan miedo. O por ejemplo esta imagen de El País que también provoca algo de sospecha, o esta imagen de El Tiempo, que ya da hasta risa.  

Es como si una especie de Voldemort se apoderara del alma de todas las personas que consumen, destruyendo vidas, familias y, lo más importante, dejando a las personas sin futuro, sin proyecto de vida. Entonces, ¿cómo enfrentar esas narrativas que siempre han prevalecido? ¿Cómo contar las historias que usualmente no nos cuentan y llegar a audiencias no especializadas? ¿Cómo empezar a hablar sobre el consumo sin tanto miedo, tabú o estigmatización?

El pasado jueves 5 de marzo se inauguró la exposición “La Parafernalia del Consumo: reducción de riesgos y daños en el consumo de drogas”. Fue una iniciativa entre la Fundación Ponte en mi Lugar , el Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (Cesed), el Centro de Apoyo y el Centro Cultural de la Decanatura de Estudiantes de la Universidad de los Andes.

Las exposición consta de sesenta y seis piezas, propiedad de la Fundación Ponte en Mi Lugar, utilizadas por personas consumidoras de basuco, así como de videos y fotos de las personas dueñas de los artefactos que en su mayoría son habitantes de calle. Además, cuenta con unos kits (por ejemplo de higiene personal o de prevención del VIH/SIDA) de salas de consumo supervisado que hacen parte de las estrategias de reducción de daños de algunos países.

¿Cómo nace esta iniciativa y de qué se trata? Como me contó Jessica Rosas, Gestora Cultural del Área de Exposiciones del Centro Cultural, la iniciativa nace con Pablo Navas, antiguo rector de la Universidad de los Andes quien conoce a Álvaro Torres, fundador de la Fundación Ponte en Mi Lugar. Su hijo, Vladimir, y sus hijas, Maribel y Marcela, se acercaron a Navas para presentarle la propuesta. Navas acepta y le adjudica el proyecto al Centro Cultural.

La propuesta consistía, me cuenta Vladimir Torres, en exponer un número de piezas que la Fundación ha recolectado, durante más de 20 años, de los consumidores de basuco de la calle del Cartucho y el Bronx. Además, también querían exponer sobre las políticas de riesgos y daños que existen en varios países europeos, por medio de los kits. La idea nace porque después de viajar a Europa para conocer más sobre estas políticas, regresa a Colombia y se encuentra con una realidad muy distinta: “una indiferencia completa, represiva, excluyendo a los usadores de drogas en nuestro país de las construcciones de las políticas e invisibilizándolos”.

Por esta razón la exposición tenía que hacerse, continúa Torres,  para ponernos en el lugar de una persona olvidada, como es el habitante de calle, y para conocer sobre estas políticas que se pueden adaptar fácil a las culturas y a las tradiciones del consumo de las zonas o territorios. También querían que la exposición fuera en un espacio académico para comenzar a concientizar a la academia sobre las políticas de reducción de daños. “Me gustaría que en un futuro nuestro país fuera uno de los pioneros en exportar políticas de reducción de daños en nuestro continente”.

Cuando la iniciativa se adjudica al Centro Cultural, Rosas me comentó que tuvieron mucho temor de hacer la exposición por la temática, debido a que no se trataba ni de rehabilitación ni de abstinencia, sino de políticas de reducción de daños. Es decir, se iban a salir de las narrativas de siempre e iban a estar expuestos a que la exposición se malentendiera como una invitación al consumo, cuenta Rosas. Teniendo en cuenta este miedo y que no es un tema que el Centro maneja, deciden contactar al Cesed para que apoyara con la teoría y estudios alrededor del tema.

El personal del Cesed recibe la propuesta también con un poco de aprensión. Catalina Mahecha, Coordinadora de Proyectos y Relaciones Institucionales del Cesed, me comentó sobre las dudas que también tuvieron porque tampoco querían que la comunidad de la universidad (profesores, alumnos y padres) entendieran la exposición como una invitación a que la gente consumiera. “La gente le tiene miedo al consumo de drogas. Siempre que se habla de drogas es un tabú”, dice Mahecha.

Para Rosas y el resto de personal del Centro Cultura fue decisorio ir a conocer las piezas que se iban a exponer, hablar con la familia Torres, escuchar todas las historias de vida y conocer cómo esta familia llega a conocer sobre los kits que hacen parte de estrategias de reducción de daños. 

Es así como gracias a esta cadena de miedos y a los diálogos constantes en el Centro Cultural, el Cesed y la Fundación, la exposición tardó casi dos años en hacerse realidad. ¿Por qué hablar del consumo (problemático y no problemático) desde otros enfoques debe dar tanto miedo? ¿Por qué brindar información que puede proteger y salvar vidas se considera una apología al consumo?

También quise averiguar un poco sobre el trabajo con las pipas desde un punto de vista artístico. Lo primero, fue entender por qué las pipas son el centro de la exposición: “porque mano y pipas son el utensilio que los conecta con la droga. La pipa es la fiel compañera, no los traiciona y siempre está con ellos en la calle. Curiosamente, para estos consumidores es un símbolo de vida y es el precario elemento de reducción de daños para ellos”, me dice Torres.

A Jessica Rosas las pipas la sorprendieron mucho desde el punto de vista artístico. Usan elementos que tienen una conexión afectiva (como un robot o carrito de juguete) y que además viene del dolor. “Eso me impactó mucho. De alguna forma se convierten en artistas expresando lo que tienen, lo que ven o lo que viven desde su entorno y lo transmiten a través de este elemento, que al mismo tiempo que les da un alivio les genera muchas dificultades y angustias”. Es un objeto de afecto, un objeto preciado que les sirve para escapar de la realidad.

Son pipas que están hechas de cualquier material recogido de la calle (juguetes, mangueras de oxígeno, plásticos, taja lápiz, latas) y esto provoca muchos daños que acompañan el consumo. “(…) mi primera posición fue verlas desde el punto de vista artístico y luego ya cuando ahondamos y profundizamos sobre las historias alrededor de las pipas, sentí el dolor y me conmovió mucho todo lo que escuchaba, todo lo que contaba la familia Torres sobre esos objetos. Fue una experiencia muy dura. Pero de ahí fue que saqué toda la inspiración para poder hacer una exposición, una curaduría que respetara todos esos sentimientos que nacen de los objetos”, me cuenta Rosas.

Y así fue. Las pipas sorprenden y encantan a nivel artístico. Pero al ver las fotos, videos y textos que acompañan la exposición uno sabe que algo está mal. Especialmente cuando al final de la exposición se exhiben varios kits de reducción de daños de otros países, a los que deberían tener acceso las personas dueñas de estas pipas. Pero no lo tienen y por eso es tan importante esta exposición. Porque intenta promover una conciencia desde el punto de vista de los derechos y la salud pública así como la necesidad de diseñar y aplicar estrategias de reducción de daños en Colombia.

Como enfatizó Mahecha, por medio de la exposición se pretende mostrar que la única vía o solución para abordar un consumo problemático no es la abstinencia. Algo tan sencillo como cambiar la parafernalia del consumo puede tener consecuencias positivas en términos de salud pública.

Celebro varias cosas con esta exposición. Celebro que instituciones ajenas al fenómeno de las drogas, como es el caso del Centro Cultural, se atrevieran a llevar a cabo la exposición con todo y los temores y prejuicios que pudieran tener sobre el tema. Celebro que centros como el Cesed comience a dialogar con otras “agendas”, porque muchas veces al mundo de las drogas solo le gusta hablar con sí mismo.

Celebro que se estén buscando nuevas formas para hablar sobre los diferentes temas de las drogas porque muchas veces la evidencia no es suficiente. Necesitamos usar la creatividad para despertar curiosidad, empatía, dudas y poder contrarrestar esa narrativa punitiva, represiva, estigmatizadora y del miedo que ha prevalecido. Por último, celebro que de a poco dejemos de ser una país negacionista sobre las drogas. No existirá un mundo libre de drogas, y, por ende, tampoco una Colombia libre de drogas. Tenemos que empezar a hablar sobre los temas que nos incomodan y dan miedo.


La exposición estará abierta hasta el lunes 16 de Marzo. Lugar: Sala de Exposiciones Julio Mario Santo Domingo (Calle 21 # 1 – 20). Universidad de los Andes. 

Actualmente soy consultora en política de drogas y construcción de paz. He trabajo en temas de reintegración de excombatientes, jóvenes y entornos vulnerables, procesos de memoria con víctimas por medio de lenguajes artísticos, resolución pacífica de conflictos, y política de drogas. Lo he hecho...