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La balanza comercial del sector industrial presentó déficit entre 2010 y 2014, con un promedio de US$7.724 millones por año. Los cantos de sirena del gobierno difundidos, esos sí, en cantidades industriales, se esfumaron con la fuerte desaceleración en el ritmo mensual de la producción industrial, que pasó de 8,3% en febrero a 1,4% en marzo de 2016.
El libre comercio, plan de quiebra para el país y ventajoso para los poderosísimos centros financieros y comerciales que lo promueven, se ha ido en desbandada contra la industria colombiana.
La historiografía económica destaca la importancia de la industria para el crecimiento y mejoramiento del nivel de vida de las sociedades desarrolladas desde hace 250 años. Acercar a sus países a la frontera tecnológica invirtiendo en ciencia e investigación, para avivar la generación de la riqueza y la dinámica productiva, ha sido el papel de sus Estados. En Colombia, lo contrario.
Las exportaciones colombianas cayeron y perdieron buena parte de su sofisticación. En 10 años, las de productos primarios pasaron de representar el 61% del total al 83%, mientras que los de alta tecnología pasaron del 12% al 7%. En 1990, por cada 100 pesos de la producción nacional anual 18 los sumaba la industria, que para 2010 bajó a 13 de cada 100. Los servicios a la industria pasaron del 32% al 29.5% en esos años. De igual modo, la oferta exportable industrial pasó del 65% al 36% de 1995 a 2014, mientras que la minero-energética se multiplicó por dos, llegando al 59%.
Por ejemplo, Coltejer se vino a pique con la apertura económica, madre de muchos de los males de la economía colombiana. En 1992 contrataba a 26 mil trabajadores solo en el Departamento de Antioquia y hoy 3 mil en todo el país. Pasó de tener un déficit acumulado en su patrimonio de $138.579 millones en 2008 a $816.000 millones en 2012, mientras que el patrimonio de los accionistas se redujo en más de $47 mil millones en igual periodo. Pese a esto, se otorgaron amplias ventajas a la inversión extranjera acompasada al cambio de la vocación productiva, concentrando ingentes esfuerzos en promoverla en sectores minero – energéticos.
Para consolidarse las economías fuertes le han otorgado a sus Estados un papel de suprema importancia desde el siglo XVIII, garantizando un entorno estable de mercado, la unificación administrativa, leyes comunes a los ciudadanos y sus territorios, defensa de sus intereses comerciales, protección de sus fronteras, una estructura tributaria con un sistema fiscal público centralizado y la financiación de la actividad económica a través de transferencias y subvenciones.
Si la revolución industrial consistió en la sustitución de las regulaciones medievales por la competencia y el papel directivo de sus gobiernos en la economía, la sustitución de las regulaciones estatales por las del capital financiero, los grandes centros de poder económico y comercial, el libre comercio y la especulación, explican la tan advertida regresión industrial colombiana.