Muchos hemos estado expectantes ante el efecto que puedan tener las marchas sobre el desarrollo de la pandemia. Acá una reflexión que compara las dos crisis paralelas que suceden en el país.

Aquel adagio de sabiduría popular: “Dios cuida a los niños, a los necios y a los borrachos” podría encarnar de manera contraintuitiva en las próximas semanas para el país en esta difícil coyuntura. Muchos hemos estado preocupados por las múltiples crisis que afronta el país y expectantes ante el efecto que puedan tener las marchas sobre el desarrollo de la pandemia.

Intuitivamente, un montón de personas en una población con alta carga de la enfermedad compartiendo arengas, saliva, lágrimas y sangre no parecería un paisaje positivo en una ola epidémica. Y quizás suceda eso que todos esperamos. Sin embargo, algunos datos sugieren que las protestas —quizás— han cumplido ese papel que no pudimos implementar como sociedad ni desde lo personal (grasroot, bottom-up) ni como una política pública coherente a nivel nacional con lineamientos claros de parte de Instituto Nacional de Salud (¿cuándo tendremos un estimado de las variantes dominantes?) o del Ministerio de Salud.

Para examinar ambos aspectos, protestas y covid, empecé por usar los datos de Gdelt, un proyecto muy ambicioso financiado por gigantes del Big Tech que recopila noticias de diferentes medios y en múltiples lenguas, los procesa con diferentes herramientas (acá usaré la escala Goldstein, una medida de conflicto o cooperación de eventos, y el tono de los documentos, ambos calculados por la plataforma). Una de las primeras preguntas que tenía es: ¿las protestas han aumentado en los últimos años? ¿Nos puede suceder que seamos más conscientes de estas ya que son transmitidas por las redes, pero que no represente un cambio cualitativo o cuantitativo con respecto a lo que ha sucedido siempre? Evidentemente, como cualquier conjunto de datos, estos presentan una visión sesgada, pero aun así son parte de la historia que puede contarse —una historia, por lo menos—. 

La siguiente figura muestra que por lo menos la cantidad de reportes de prensa que hay sobre protestas han aumentado significativamente (aunque quizás por la explosión mediática que hemos visto con los medios digitales). Independiente de la cantidad, desde aproximadamente 2014 el tono asociado a las protestas (procesado por el proyecto Gdelt) ha caído significativamente y Colombia es el país donde más ha caído entre los 3 que elegí representar.

Para más detalles de la escala Godlstein se pueden referir a la publicación.

Si bien entre los años 1980 y 2000 parece haber una mejora relativa para el país desde la escala Goldstein (y aunque menos visible, también sucede con el tono), la caída se ve de manera dramática para todo el continente desde 2014. Con un foco en los últimos 2 años de aprendizajes colectivos: 

Al parecer, los últimos meses no han sido nada buenos para la protesta en el país, ¿quién lo habría imaginado? También se puede ver para Colombia la caída en la escala Goldstein a finales de 2019 que coincide con las protestas que truncó la pandemia, pero —sin duda alguna— esta vez está peor la situación (tal y como es representada en los diferentes medios). 

Para el covid no es muy diferente. El tono de los documentos procesados por los gigantes de la informática es bastante similar a los patrones de movilidad, con una fuerte caída a principios de la pandemia, para luego empezar a subir progresivamente. Noten la manera como oscila Colombia, señal en sistemas complejos de la pérdida de equilibrio —quizás una firma de nuestra bipolaridad como nación, entre la felicidad y el abismo en cada instante—. En Estados Unidos, muy interesante ver cómo hay un aumento consistente del tono de los documentos relacionados con covid desde que Biden asumió la presidencia. En Colombia, por el contrario, se ve la fuerte caída de la crisis de gobernanza y el impacto que esto tiene sobre los documentos que mencionan la epidemia. 


Sin embargo, la realidad parece no ser tan simple como leer el tono en artículos de prensa. Lentamente empezamos a ver el rastro de las marchas y protestas en los datos de movilidad. En principio, con los datos de rango de movilidad de Facebook, los datos de Bogotá muestran que la movilidad ha bajado bastante los últimos días y la cantidad de personas que se quedan en su barrio (¿ciudad de 15 minutos?) ha aumentado levemente. 

Al ver la movilidad de 2021, se puede ver el efecto de las protestas sobre la movilidad de la ciudadanía en las ciudades con más violencia. La gente está asustada y no sale de sus casas. 

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Los contactos de redes derivadas de historial de ubicaciones basados en datos de Servinformación (construidos como parte del proyecto Data Lama de la Universidad del Rosario del que hago parte) muestran un panorama similar para Bogotá, aunque muestran un aumento leve en los primeros días de mayo, pero el rezago en estos datos llega justo hasta el día anterior a la movilización más grande (2 de mayo).

Si es posible actualizaré este escrito con gráficas más recuentes en los próximos días.  

Con base en estos datos de contactos, construimos una variable que mide la probabilidad de superdispersión en la red (Personalized Pagerank Gini), que nos cuenta la medida en que una red tiene una estructura que facilita la superdispersión. La superdispersión es importante dado que en la pandemia la mayoría de las infecciones secundarias son causadas por apenas un pequeño porcentaje de los casos (muchos derivan en una o dos infecciones, pero muere la cadena de contagio). Para ver esto más claro, un ejemplo de Austria con cadenas de transmisión detalladas:

Y uno de China: 

Sería muy útil tener una buena base de datos con las secuencias genéticas del país y disponibilidad de los metadatos para poder identificar estas cadenas de transmisión. Por lo pronto, nos limitamos a identificar las posibles cadenas de transmisión y a estimar cómo puede propagarse el virus sobre esos contactos observados. La distribución semana a semana para 2021 de la probabilidad de superdispersión muestra que hubo una caída fuerte en las dos últimas semanas de abril. 

Acá una de las posibles redes de contagio de una sola localidad (Chapinero) durante febrero 2021.

Y acá la probabilidad de superdispersión de toda la ciudad por semana desde enero de 2021.

Sin embargo, para poner estos valores en perspectiva, tomando como base las redes de febrero 2020, es probable que la baja del riesgo de superdispersión no sea suficiente, no ha llegado a tener valores igual de bajos que los de la cuarentena por localidades (una de las medidas más efectivas para reducir la probabilidad de superdispersión). Acá puestas a ojo con el Rt calculado por el modelo que ha publicado la alcaldía de Bogotá.

A manera de reflexión final, es interesante ver que a pesar de que mediáticamente la crisis de orden público ha tenido un amplio impacto sobre la información sobre la pandemia (y ha sido bastante fuerte), los datos de contactos y movilidad sugieren que quizás esta situación —esta especie de “Bogotazo”— ha servido como un confinamiento de facto, con el que se han reducido drásticamente las cadenas de transmisión. Quizás, en medio de tantos desaciertos, la crisis política ayude a apaciguar un poco la transmisión del virus. Como muchos otros giros de la historia de nuestro país, no sería extraño que los azares del destino hicieran que —como un borracho de canción que tropieza con los cuerpos de víctimas de paramilitares, Estado y vandalismo— se mitigue significativamente el riesgo de infección. 


Nota. Este texto es una reflexión, no es un análisis de salud pública o una predicción de lo que sucederá ni mucho menos. El objetivo es comparar dos crisis paralelas que suceden en el país.

Profesor asistente de la Universidad del Rosario. Estudió antropología pero también tiene conocimientos en epidemiología y en caricatura.Su aréa de interés principal es el uso de datos para estudiar fenómenos sociales.