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“Soy porque somos”, dice Francia Márquez. “Yo soy si usted es. Nosotros somos si la naturaleza es”. Pocos discursos han tenido tanta fuerza en Latinoamérica recientemente como el de Márquez, líder ambientalista y candidata a la Vicepresidencia de Colombia. Su mensaje está lleno de explicaciones sencillas pero profundas. Su propuesta es tan fuerte y su visión es tan clara que Márquez puede resumirla en dos palabras: “vivir sabroso”.
El argumento, como ella misma lo explica, es “una apuesta de vida, una filosofía heredada de nuestros mayores y mayoras que apostaron a la construcción colectiva”. Vivir sabroso es una representación de lo que pasaría si aplicáramos una ética de la justicia social y ambiental. Una propuesta que se centra en el amor y sitúa al ser humano en relación con la naturaleza, su comunidad, sus costumbres, su territorio y su pasado. Una manera de explicar cómo podríamos reducir las vulnerabilidades y habitar el territorio en armonía con nuestro entorno y nuestra historia.
Márquez, una afrodescendiente del occidente del país, no se ha inventado estas ideas. Es una caja de resonancia (muy fuerte, por su visibilidad política) a una serie de explicaciones y conceptualizaciones que, los científicos sabemos, existen y han sido ignoradas en Latinoamérica desde hace décadas.
De hecho, el discurso de Márquez sintetiza muchas de las narrativas que nuestro grupo de investigación ha encontrado en barrios de bajos recursos en Colombia, Cuba, Haití, Chile y Ecuador.
En nuestro trabajo científico, hemos encontrado que las explicaciones locales del riesgo, el cambio climático, los desastres y el cuidado del medio ambiente difieren sustantivamente de los discursos aceptados en la academia y en círculos políticos. En barrios de bajos ingresos, el discurso del desarrollo sostenible (tan popular ahora entre empresas e ingenieros) no capta las aspiraciones de los habitantes.
El concepto de la “resiliencia”, sobre el cual se diseñan hoy la mayoría de las políticas de reducción de riesgos en la región, no solo es casi incomprensible, sino que diluye el significado de la lucha de los más pobres contra las injusticias de las cuales son víctimas. Incluso el concepto de la “vulnerabilidad”, que los investigadores tanto defendemos para explicar que los desastres no son naturales, parece en estos barrios insuficiente para explicar las emociones y actitudes de los habitantes frente al riesgo y las dificultades cotidianas.
La idea del desarrollo es frecuentemente vista como una traición a los valores locales y a la búsqueda de relaciones armoniosas con el medio ambiente (no aquellas basadas en la explotación y la extracción de recursos).
En las explicaciones vernáculas hemos encontrado que las emociones son fundamentales. Estas explicaciones no se basan solamente en un cálculo racional del riesgo o de las probabilidades de un evento destructivo. El amor, el miedo, la rabia, la tristeza, el apego al territorio y la admiración por la naturaleza son fundamentales para explicar las respuestas al riesgo. Son necesarios para cambiar comportamientos y para movilizar a otros hacia el activismo ambiental y social.
Las actitudes (valentía, orgullo, determinación, “verraquera”) son indispensables para explicar las respuestas locales a la destrucción y las maneras de sobreponerse a las dificultades. Para la mayoría de líderes con los que trabajamos desde hace años, la destrucción de las especies naturales locales no es menos importante que la destrucción de casas e infraestructura. Los desastres no son solo aquellos eventos que destruyen viviendas y vidas humanas. Son también aquellos eventos “naturales” o “creados por la élite” que destruyen las plantas ornamentales, los huertos, los cultivos, los animales y los paisajes tales como los conocemos.
Muchas veces, el verdadero desastre no es el aumento de 1,5 grados en la temperatura atmosférica, sino no tener pollo o carne para comer mañana.
Se trata de una visión del riesgo menos antropocéntrica y calculadora que aquella que algunos científicos y políticos tratan de imponernos. Es una visión que no separa fácilmente al ser humano de los ecosistemas que lo rodean y que se construye sobre las emociones y las actitudes.
La ciencia sobre el riesgo y los desastres nos dice que Márquez tiene razón. Se necesitan otras “lógicas” para hablar de cambio climático, de luchas sociales y del medio ambiente. Para Márquez, la élite política y económica asume una visión del medioambiente “que en la práctica no transforma nada” y que ella ve como simplista e hipócrita. Hay que poner, según ella, la vida en el centro de la discusión.
Márquez es la primera en reconocer sus inspiraciones ancestrales y literarias. Para referirse a la exclusión y la marginalización del país, ella retoma el discurso de Eduardo Galeano sobre “los nadies” (los nadies y las nadies, precisa Márquez). Como Galeano, ella se refiere a aquellos que son los dueños de nada; los ningunos; los ninguneados; los que no son, aunque sean; que no hablan idiomas, sino dialectos; que no hacen arte, sino artesanía; que no practican cultura, sino folclore.
Aquí Márquez tampoco es la primera. Desde hace años el sociólogo e investigador Haitiano Jean-Marie Théodat nos habla de los “sin” (los “sans”, en francés). Aquellas personas y sus lugares que son definidas por las ausencias: las personas y los barrios sin agua, sin calles, sin estado, sin futuro. Los especialistas de vivienda saben que la mitad de nuestros ciudadanos viven en ciudades y condiciones de informalidad que se han vuelto invisibles para la mayoría de nosotros.
Cuando Márquez habla de “los mayores y las mayores” hace referencia a la idea de cuidar a aquellos que necesitan nuestra ayuda, pero también a aprender de ellos y ellas. Su discurso retoma la idea del cuidado del medioambiente como eje de la justicia social. En este sentido, Márquez recupera lo que la socióloga argentina Ana Falú y el pensamiento feminista han resumido en la ética del “cuidado”.
Como Falú y muchas mujeres más, Márquez hace una invitación a pensar de manera diferente las luchas sociales. Vivir sabroso es probablemente la versión de Márquez de aquello que el filoósofo indio y Premio Nobel de Economía Amartya Sen llama “vivir una vida que tengamos motivos para valorar”. Se conecta con lo que algunos intelectuales llaman “la vida buena” o, probablemente, lo que algunos costarricenses llaman “pura vida”.
Como lo decía recientemente el filósofo Francisco Cortés en una columna en La Silla Llena, “en América Latina, se encuentran expresiones de ’vivir bien’ en las lenguas nativas de diferentes países”. El problema, dice el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, es que hemos asistido en la región a un “epistemicidio”; es decir, a la desaparición en masa de formas vernáculas de explicar la realidad.
Los resultados científicos sobre el riesgo y los desastres deben llevarnos a revelar narrativas que son actualmente ignoradas o consideradas “inferiores”. Deben llevarnos a encontrar explicaciones que estén más acordes con las realidades que tratamos de entender en los barrios de bajos recursos. Sabemos que existen muchas cosmologías, como las que explica Márquez, que merecen más atención no solo en la academia, sino también de parte de las entidades públicas.
Los científicos, políticos y actores de la región deben escuchar mejor a los líderes y habitantes de barrios de bajos recursos. En su discurso se encuentran probablemente la verdadera vía para reducir los riesgos y los desastres en la región, así como para hacerle frente al cambio climático. Si escuchamos más, y mejor, probablemente encontremos algo más útil y poético que las ideas gastadas (y cada vez más desconectadas de la realidad) de la sostenibilidad, la resiliencia y el progreso.
Márquez ha sido víctima de muchas formas de violencia frecuentes en Colombia. Las ultimas agresiones incluyen comentarios clasistas y racistas contra su imagen, críticas absurdas sobre su manera de hablar y su lenguaje inclusivo, amenazas a su vida y varias formas de patanería política. Pero existen muchas otras personas como Márquez que están tratando desde hace años de avanzar estas ideas.
Paradójicamente, muchos de estos líderes han muerto defendiendo estas explicaciones locales de lo que es… la vida.