Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Desde hace varias décadas, diferentes agencias de evaluación entregan calificaciones y clasificaciones a las instituciones de educación superior en el mundo. La empresa editorial universitaria no está ajena a estas calificaciones. Aquello que produce debe cumplir con parámetros de calidad establecidos por esas agencias evaluadoras y los acuerdos entre la comunidad académica.
El caso más reconocido es el de las revistas académicas, cuyo sistema de validación, al menos en nuestros países, pasa por la inclusión en bases de datos y sistemas de referenciación internacionales.
Más allá de la ríspida discusión que un esquema así plantea, existe una suerte de consenso, con el cual son calificadas las publicaciones periódicas. En cambio, las mediciones y calificaciones a libros son mucho más recientes, y aun cuando se quiera homologar el esquema de las revistas a las monografías, determinando la calidad y el prestigio de este o aquel libro por su inclusión en bases de datos como Book Citation Index, de Clarivate, o Scopus, de Elsevier, el acuerdo acerca del reconocimiento de este tipo de criterio de calidad y prestigio es mucho más problemático.
En Colombia, la iniciativa más recordada para establecer esos criterios fueron las convocatorias de Colciencias para el registro y reconocimiento de editoriales científicas llevadas a cabo en 2012 y 2013, respectivamente. Sin embargo, los resultados preliminares fueron recibidos por las universidades y los editores de manera dispareja y las convocatorias no pervivieron en el tiempo. Eso imposibilitó poder hacer estudios que se pudieran comparar en el tiempo.
En la misma época, el grupo Investigación sobre el Libro Académico (Ilia) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (Csic) adelantó un estudio sobre el prestigio de las editoriales académicas españolas, preguntándoles directamente a más de once mil investigadores de las ciencias humanas y sociales cuáles eran las editoriales nacionales y extranjeras que consideraban relevantes en cada uno de sus campos.
La diferencia entre la estrategia utilizada por Ilia y los términos de las convocatorias realizadas por Colciencias es digna de destacar. La iniciativa colombiana exigía a las editoriales académicas que demostraran el cumplimiento de requisitos formales de evaluación, cuidado editorial y normalización en sus publicaciones. La iniciativa española se remite sin intermediarios a la percepción que los autores y los lectores expertos tienen de las editoriales.
Después de los primeros resultados de 2012, y con encuestas homologables realizadas en 2014 y 2018, el grupo Ilia consolidó lo que hoy se conoce como Scholarly Publishers Indicators (SPI), una herramienta cuyos indicadores de prestigio son reconocidos por la Agencia Nacional para la Evaluación de la Calidad y la Acreditación (Aneca), el ente que juzga el desempeño del sistema español de educación superior, e incluso es usado en algunos países latinoamericanos como guía de calidad en la producción editorial. Además, la metodología del SPI no solo se ha consolidado en España, sino que, gracias a sus méritos, ha comenzado a extenderse y ha captado el interés de editoriales de todo el ámbito hispanohablante.
Así, con el objetivo fundamental de identificar las editoriales más prestigiosas, tanto nacionales como extranjeras, de acuerdo con el criterio de los académicos en ciencias humanas y sociales, desde finales de 2018 y principio de 2019, el grupo Ilia y la Asociación de Editoriales Universitarias de Colombia (Aseuc) se propusieron hacer el ejercicio para nuestro país.
En días recientes apareció en la revista Signo y pensamiento de la Universidad Javeriana el artículo “Calidad y prestigio de la edición académica. El caso colombiano”, que presenta los resultados de ese empeño, adelantado por Elea Giménez Toledo, Jorge Mañana Rodríguez, investigadores del Csic, y por quienes escribimos estas líneas.
Se enviaron 2.426 invitaciones a los académicos de las universidades vinculadas a la asociación colombiana para que respondieran una encuesta en la que se les solicitaba que indicaran las diez editoriales colombianas más prestigiosas y las diez editoriales no colombianas más prestigiosas. Se recibieron 408 respuestas, es decir, el 16,81 % de todas las invitaciones enviadas. Con ellas, se estableció por primera vez para Colombia el Indicador de Calidad de Editoriales según los Expertos (Icee)**.
Los resultados mostraron que las veinte editoriales académicas colombianas más reconocidas fueron:

Con respecto a las editoriales extranjeras, las veinte primeras fueron:

El listado completo puede consultarse aquí.
Allí, además, se discrimina la información según el Icee de autores y no autores por editorial.
Preliminarmente, a la espera de análisis más detallados, se deben advertir algunos retos que dejan los resultados. Por un lado, está el aparente desinterés de los investigadores por llevar a cabo este tipo de ejercicios. Que solo haya respondido poco menos del 17 % de los académicos convocados es una situación que podría respaldar esta hipótesis. Aunque podría también pensarse la necesidad de invitar mucho más activamente a los investigadores en la construcción de modelos de evaluación a partir de una pedagogía en torno al sector editorial universitario en Colombia y en el mundo.
En cualquier caso, esta situación plantea un reto para la comunidad académica, la cual debe apropiarse de la cultura editorial trascendiendo el tradicional papel de autor y lector. Por el otro lado, se debe advertir que una de las preguntas de la encuesta indagaba por colecciones específicas, no por editoriales.
La abrumadora dispersión de las respuestas recibidas no permitió establecer siquiera un panorama general estadísticamente representativo. Este hecho impone dos preguntas trascendentales: ¿están los editores académicos colombianos organizando sistemáticamente sus fondos a través de colecciones, como es el uso universalmente reconocido? ¿Nuestros investigadores no reconocen el nivel de especialización elemental que implica una colección dentro de una editorial?
Por último, y solo para indicar las inquietudes más protuberantes que deja este estudio, cabe preguntarse por el posible sesgo que introduce en los resultados la adscripción institucional o la calidad de autores de los investigadores consultados.
Esto es: ¿qué tanto afecta el juicio que un investigador da acerca de una editorial en la medida en que él mismo es autor de esa editorial o esa editorial pertenece a su misma institución?
Más allá de estas preguntas particulares y de la discusión general sobre si esta metodología permite percibir a ciencia cierta la anatomía del prestigio editorial, es un aporte que debería ser tenido en cuenta para una conversación que sigue siendo crucial y que convoca a los entes de validación de la producción científica, las oficinas de asignación de puntaje de las universidades, los editores, autores y lectores académicos. Por esto, el campo académico debe comprometerse no solo con analizar y socializar los resultados de este primer ejercicio, al que necesariamente deberán seguirle más, sino que, a partir de él, debería establecer reflexiones y diálogos amplios y lo más informados posibles acerca del prestigio de los libros y las editoriales académicas y universitarias en nuestro país.
El estudio al que aludimos no es más que un punto de partida, no un punto final.
Una versión de este texto fue presentada en Unilibros de Colombia No. 27.