Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Desde que me acuerdo lo que más me gusta de la navidad ha sido el alumbrado. Con el paso de los años explorar en sus diferentes significados, tecnologías y formas para lograr el fenómeno que saca las cosas de la oscuridad, me ha parecido descubrimiento, como en la fotografía, el revelado de un universo.

A mediados de noviembre el Ministerio de Cultura hizo la premiación a la convocatoria Reconocimiento de periodismo cultural Distintas maneras de narrar el patrimonio cultural del Pacífico colombiano 2017. En la categoría de mejor reportaje fotográfico obtuvo el segundo lugar Laura Cadena, con quien converso sobre su serie Mujeres pacíficas Yurumanguí, un trabajo que sitúa en la cartografía colombiana la vereda de Juntas de Yurumanguí, territorio aislado de casi 900 habitantes afrodescendientes que celebran con unos personajes llamados Los Matachines una semana santa que mezcla prácticas religiosas africanas y católicas transmitidas de generación en generación por mujeres que no han dejado morir su alma palenquera ni su vela.
Catalina López: ¿Desde cuándo te empezó a interesar la fotografía y cómo empezaste este oficio?
Laura Cadena: Creo que mi historia no es la convencional. Como que mi papá tenía una cámara y un día me topé con ella o algo así. Ni siquiera tuve una cámara cuando estudiaba hace ocho años. En ese momento el dilema era entre pagar mi carrera o comprar equipo (y eso resultaba bastante viviendo lejos de mi familia como mamá de un hijo de dos años). Solo tenía una opción, así que preferí pagar los estudios de lo que más llamaba mi atención sin detenerme a pensar si era o no rentable y más allá de las opiniones que coincidían en que ser mujer, mamá soltera y fotógrafa en esta sociedad no era buena idea. Yo elegí la fotografía y no la cámara para recrear un universo propio.
Para los trabajos pedía los equipos prestados a mis compañeros, gracias a eso me interesé más por la fotografía análoga, pues conseguir un buen equipo análogo no me fue tan difícil como sí lo era comprar el digital, así mi primera compañera y consentida eterna con la que aprendí fue una Vivitar V3000 de 35mm con un lente macro. Recuerdo vivir enamorada del cuarto oscuro, de la puerta giratoria que te llevaba a otra dimensión y de la magia de la luz roja,. El laboratorio análogo de la escuela era el lugar que más me interesaba de todo el espacio, y a ratos luego de mis clases me colaba en las de otros solo para aprender más. E l apoyo y la guía del profe de ese entonces, Mario Nieto, era vital en la construcción de mi mirada. Con las mismas cámaras prestadas empecé a trabajar antes de terminar mis estudios, uno de mis primeros trabajos fue sobre un reinado afrodescendiente.

C.L. ¿Por qué te interesó participar en la convocatoria del Ministerio de Cultura para narrar el Pacífico?
L.C. Mi amor por el Pacífico es un arraigo a raíces familiares, pues mi abuela materna que me acompañó solo hasta los 12 años era del Chocó, lugar en el que junto al abuelo que no conocí empezó la gran familia al tiempo que su ruta migratoria en busca de una “vida mejor”, desde Condotó pasando por Quibdó, Buenaventura, Medellín hasta llegar a la capital. En Bogotá nací y crecí con la comida de mi madre, la misma que mi abuela le enseñó solo a ella: pasteles chocoanos, pandeyucas fritos, sazón a punta de Achiote (el camini a una selva desconocida para mi). El alimento y las reuniones familiares entre chirimías y salsa brava, mezcladas con los libros y el pensamiento político y social de mi padre bogotano, se convirtieron en la motivación para encontrarme más allá de la ciudad. La fotografía y el cine comunitario me llevaron al fin a conocer Quibdó. Estando allí entendí mi alegría, mi sonrisa, mi habladera, el berembembe y todo aquello que no sentía propio de la mayoría de bogotanos. Esa primera vez que llegué al Chocó me quedé contemplando el atardecer del Río Atrato y le prometí, creyéndolo mi abuela, que mi mirada y mis saberes los dedicaría a mis ancestros, a preservar su memoria de un territorio que ya siento mío.
C.L. En cada foto parece establecerse una conexión entre las retratadas y tu ¿cómo fue el proceso para llegar a cada uno de los retratos?
L.C. Con el tiempo he entendido que tener una cámara en la mano no me hace fotógrafa. No me gusta tener fotos sin saber las historias y los nombres de los que aparecen en ellas. La foto es un trabajo colectivo donde yo compongo la imagen, pero el alma y la vida la pone el otro. Siento un profundo respeto por eso. Nunca llego con la cámara al hombro, contando que soy o no soy, solo me gusta compartir y mezclarme entre todo, para que cuando siento de corazón que es el instante pueda sacar mi cámara. En ese justo instante no se intimida a nadie porque todo es sincero, las miradas y las sonrisas. Siento como si las personas me dijeran con su mirada, “te regalo un instante de mi alma”.

C.L. Al terminar tu viaje y llegar con tu serie al segundo lugar del reconocimiento, ¿qué deseas para nosotras, las mujeres de ciudad que no tengamos de las mujeres pacíficas de Yurumanguí?
L.C. Hay una ola muy fuerte en los últimos tiempos de empoderamiento y resistencia feminista en las ciudades, pienso que es maravilloso y necesario que se estén abordando abiertamente diversos temas respecto al papel de la mujer en la sociedad. Pero en medio de estas discusiones se cree que no hay avances, y en muchos casos, por falta de información, se confunde la lucha de los derechos de la mujer con una lucha de género.
Ver a las mujeres de Yurumanguí tan alejadas de la urbe, de los medios de comunicación, de la teoría del feminismo, y a la vez tan empoderadas de su posición desde hace tanto tiempo (algunas con más de 100 años), trabajando por la protección de sus prácticas ancestrales (medicina, palabra, cantos, rituales), demuestra que en acciones más allá del discurso, la mujer ha logrado forjar un camino para todos, donde desde el amor está educando al nuevo hombre, pues son las madres de aquellas nuevas generaciones que demostrando su fuerza y capacidades se convierten en ejemplo a seguir para los que vienen. Estas mujeres gobiernan su hogar, enseñan, trabajan y son parte del territorio con una resistencia y fuerza de espíritu que no les permite perder la sensibilidad ni la nobleza de su corazón.