Es común ver, en algunos contextos, como al finalizar el año las aulas van quedándose con menos estudiantes. Esta situación nos obliga a pensar en estrategias  que mejoren la retención escolar, entendiendo la necesidad de garantizar que los niños y jóvenes no solo reciban educación de calidad, sino que permanezcan en la escuela.*

Para concretar esta aspiración podemos enunciar algunos caminos: favorecer relaciones interpersonales de mayor cercanía a través de la formación en competencias socioemocionales; permitir la incorporación en el aula de representaciones gráficas con la estética de los estudiantes; desarrollar acciones para mejorar el sentido de pertenencia de la escuela; promover la participación estudiantil en el gobierno escolar; trabajar, de manera transversal, proyectos que se relacionen con los contextos locales; y desarrollar la evaluación formativa.

Aunque cada una de las opciones representa un reto pedagógico y operativo en la escuela, sin duda, es fundamental que acciones de este tipo se empiecen a desarrollar en las aulas. La evidencia es clara: trabajar en este campo tiene incidencia en los aprendizajes, en los ambientes y en la permanencia.

Estos acercamientos convergen en el mejoramiento de un elemento fundamental: el clima escolar. Por esta razón, son muchos los autores que vienen desarrollando estudios sobre la relación que existe entre climas favorables y aprendizajes en los estudiantes. Tanto UNESCO como OCDE tienen diversos estudios sobre el tema.

Lo realmente interesante de estos enfoques es que el efecto del clima no se considera solo en términos del rendimiento y el logro, que desde luego es una parte importante de la función escolar, sino que se configura desde aspectos diversos como los vínculos entre los actores educativos, la gestión directiva y la configuración espacial de las aulas, entre otros elementos.

En Proantioquia venimos proponiendo acciones en función del mejoramiento del clima escolar porque estamos convencidos de que la adecuada gestión de este elemento favorece ambientes propicios para el intercambio de ideas y saberes, propicia la formación ciudadana y potencia el desarrollo de prácticas escolares que conversen con los contextos en los que está la escuela.

Si bien hay un importante número de definiciones sobre clima escolar, nos hemos aproximado a una definición propia entendiéndolo como un conjunto de valores, metas, y prácticas que delimitan el marco de relaciones entre los distintos actores de la escuela. Así pues, los procesos de socialización y formación ciudadana, que encuentran un lugar privilegiado en la escuela, son configurados desde las condiciones del clima escolar.

La anterior definición nos lleva a pensar que los mejores climas se relacionan con la permanencia de los estudiantes en las instituciones educativas, toda vez que la sensación de bienestar, confianza en las propias habilidades, visión de la relevancia de lo que se aprende en la escuela, sentido de pertenencia y relaciones cordiales con pares y profesores, posicionan la escuela como un escenario deseable o aspiracional.

En este punto nos parece fundamental insistir, porque los retos del sistema educativo colombiano no solo se tratan de calidad. Solo uno de cada tres estudiantes que empiezan la primaria culminan la media (en promedio,). Esta cifra nos obliga a pensar no solo en el mejoramiento de la calidad y cantidad de aprendizajes que se generen en la escuela, sino en estrategias puntuales que favorezcan la retención escolar. De nada sirve -en términos de equidad- tener un sistema potente desde lo académico, sino garantiza la permanencia de los ciudadanos, especialmente de los más vulnerables.

*Este artículo fue co-escrito con Gloria Naranjo, profesional de equipo de educación de Proantioquia.

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, especialista en Evaluación Social de Proyectos de la Universidad de los Andes y Master en Ciencias en Política Pública y Gestión de Carnegie Mellon University. Tiene 15 años de experiencia trabajan