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Juan murió en medio de la indolencia de un Estado que no tiene nada más que ofrecer que la exclusión, la estigmatización y las balas para la juventud más vulnerable del país, de allí la importancia de los colegios públicos y su rol con sus comunidades.

El 21 noviembre es una historia que no termina, un acontecimiento que se perfila para quedar en la memoria de la nación, un momento de inflexión de la sociedad colombiana, un escenario que nadie hubiera imaginado, increíblemente sentido, ansiosamente esperado. Más allá de la cantidad de personas que salieron a las calles a manifestar su inconformidad, fue el cacerolazo el que fracturó la ciudadanía heredada desde la constitución de 1886, ver a los niños con sus familias en pijama caminando con una cacerola a las 8:00 p.m. nos henchía el corazón, gente del común que nunca ha ido a una marcha, que no pertenecen a ningún partido político u organización social, eran trabajadoras, trabajadores, desempleados, personas que en sus empresas no los dejan sindicalizar y que en muchos casos los constriñeron para que no salieran al Paro Nacional.

Fuimos millones los que nos manifestamos en contra del mal gobierno, son cientos los motivos que se expusieron en una catarsis colectiva, argumentos y razones para decidir actuar y decir basta de la corrupción, de los privilegios, de la desigualdad, de la violencia estructural, de la destrucción del medio ambiente. 

Estoy seguro que este país no será el mismo, es el gran temor de los poderosos, encontrarse con un pueblo que supera la resignación heredada por años de dominación y maltrato. Estamos mutando para dejar de ser ese hombre hicotea de Fals Borda que todo lo resiste, para ser el hombre libre y universal, que por las mañanas siembra su comida y en las tardes escribe un poema.

Pero en medio del frenesí de 21N los poderosos más recalcitrantes del país nos tenían  preparado un 22N lleno de miedo y terror, una maniobra milimétricamente pensada para que la esperanza se convirtiera en zozobra. Fue así como escuadrones de maleantes dirigidos estratégicamente por agentes del desorden, atacaron con la mayor complicidad de las autoridades sectores vulnerables de la ciudad, durante todo el día estos personajes hicieron de las suyas para justificar un toque de queda absurdo e innecesario.

Me les quito el sombrero, siempre he desconfiado de las conspiraciones, pero lo que pasó el viernes fue totalmente orquestado, tanto así que, en horas de la noche, el alcalde de la ciudad, con una frescura como el que está en un acto cultural, más la risa burlona del comandante de la policía metropolitana de la ciudad, ponían en evidencia el macabro plan de desprestigio de la protesta social que hasta el día de hoy ha cobrado varias vidas.

Una de las vidas arrebatadas en medio de la implementación del plan desprestigio fue la del niño de 15 años Juan David Rojas Muñoz, estudiante de grado séptimo del colegio público Alfonso López Michelsen de la localidad de Bosa, asesinado en confusos hechos en una de las esquinas de la ciudadela el Recreo donde se habían producido pedreas. Juan David recibió un certero disparo en la cabeza que acabó con su vida para siempre; y como sé que esto lo leerán furiosos uribistas que se preguntarán: ¿Por qué no estaba en casa? ¿Dónde están sus padres? Quiero contarles que los padres de Juan estaban trabajando, que habían dejado estrictas indicaciones de no salir a la calle, en un descuido de un familiar Juan salió con una bandera de Colombia en compañía de sus jóvenes vecinos, la consigna era clara, no permitir saqueadores en el barrio en vista de la inoperancia de la fuerza pública.

Juan David iba a recibir un reconocimiento por su participación en la comparsa folclórica de su colegio, había tenido un grado sexto tortuoso y difícil, el paso de la niñez a la adolescencia fue un enfrentamiento contra la autoridad, sin embargo, el trabajo desarrollado por sus maestras y el equipo de orientación escolar logró lo que muchos colegios privados no hacen, y no  les importa hacer pensando en los resultados de las pruebas censales, darle una oportunidad, Juan respondió positivamente al acompañamiento del colegio, mejoró en sus actitudes convivenciales y rendimiento académico, prueba de ello son las buenas notas con las que fue promovido a grado octavo.

Juan murió en medio de la indolencia de un Estado que no tiene nada más que ofrecer que la exclusión, la estigmatización y las balas para la juventud más vulnerable del país, de allí la importancia de los colegios públicos y su rol con sus comunidades, más que espacios académicos, son el refugio de miles de niños, niñas y adolescentes que en las calles solo encuentran la más cruda violencia.

Termino este triste relato siendo enfático en que los principales culpables de la muerte de Juan David son el Alcalde Enrique Peñalosa como jefe de policía y el Comandante de policía Metropolitana de Bogotá, espero que algún día se sepa todo lo que fraguaron y que sus risas en medio de las declaraciones públicas sean parte del acervo probatorio, en medio del juicio ético que les deben a los habitantes de la ciudad que juraron proteger.

Es secretario de organización y educación de la ADE. Estudió una licenciatura en educación básica con énfasis en ciencias sociales en la Universidad Distrital José Francisco José de Caldas y una maestría en educación en la Universidad Pedagógica Nacional.