Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La educación no sexista de los más pequeños depende tanto de hombres como de mujeres. Mientras la educación en la temprana infancia dependa sólo de las mujeres, será muy difícil que se generen cambios culturales a largo plazo.
La educación no sexista de los más pequeños depende tanto de hombres como de mujeres. Mientras la educación en la temprana infancia dependa sólo de las mujeres, será muy difícil que se generen cambios culturales a largo plazo.
Los varones también deben estar involucrados en el cuidado de los bebitos y las mujeres, madres, abuelas, hermanas e hijas deben permitírselo generosamente.
Es comprensible que algunas mujeres sientan celos del cuidado de los pequeños y no quieran ceder en ese terreno por miedo.
Como lo recomienda mi esposa en su hermoso libro “Respirando juntos: Mindfulness para niños” es hora de que todas las mujeres permitan amorosamente y con libertad que los varones también ejerzan papeles y funciones que tradicionalmente estaban en manos solo de mujeres cuidadoras.
Así como las nuevas generaciones nacen inmersas en un mundo en el que internet no sólo es normal sino esencial, podemos educar a las nuevas generaciones en un mundo en el que varones y mujeres participan en igualdad de condiciones en el cuidado de la infancia, como algo normal y fundamental.
Los seres humanos, como otros mamíferos, aprendemos mediante la imitación y la repetición. La imitación de ejemplos de conducta que se nos ofrecen todos los días desde que nacemos y la repetición sistemática de esas conductas. Nuestros primeros maestros son los adultos que nos cuidan al nacer y los comportamientos que aprendemos desde pequeñitos a su lado dejan una huella a largo plazo.
Así como era el mundo cuando bebes, así tendemos a creer que es el mundo y debe ser. Pero lo que creemos que es natural suele ser construido e inventado y está en nuestras manos tomar decisiones inteligentes para cambiar lo que no funciona.
Nuestra sociedad busca la equidad de género pero lo hace echando discursos y culpabilizando a los varones; no cambiando las costumbres y formas de pensar desde la base: la infancia.
¿Quien cuida los niños? ¿Quien atiende a los bebés? Mujeres. Es cierto, los varones no tenemos glándulas mamarias funcionales pero eso no significa que no seamos capaces de dar tetero, cambiar pañales, cuidar, consentir y educar con el juego a los más pequeñitos.
Los niños que desde pequeñitos reciben el cuidado de varones ven un mundo distinto al tradicional y desarrollan una imagen interna de la masculinidad y la feminidad muy diferente a la de nuestros padres.
Así como las mujeres son capaces de liderar países (Platón ya lo decía en su República), los hombres pueden ser cuidadores paternales excelentes, con lo que pueden trasmitirle a sus hijos la idea de que los varones pueden también apoderarse (es la palabra, no “empoderarse”) de terrenos que antaño les estaban vedados.
Estoy convencido de que puede incluso haber muy buenos padres varones solteros y que su esfuerzo y entrega es tan valioso e importante como el de las mujeres que cuidan solas a sus pequeños.
Por supuesto existe el comprensible temor frente a los padres abusivos. Ya en los años 70, Robert Bly hablaba de la muerte del padre y del rey en la cultura contemporánea: la figura paterna, la paternidad, el paternalismo y el patriarcado son hace rato objeto de desconfianza y desprecio y el arquetipo varonil del padre hace tiempo que se encuentra perdido en las sombras del inconsciente colectivo.
La carta al padre de Kafka fue durante años un manifiesto y aún recuerdo un grafiti en el baño de Artes de la Universidad Nacional que lo decía todo: “mi papá me Kafka”.
Abundan los padres y las madres que abusan de sus hijos y los maltratan de mil formas, físicas y psicológicas, abiertas o sutiles. Todos lo sabemos: la perversidad humana no tiene límites y tiene la capacidad de presentar un mal como un bien.
Pero el miedo no debe ser el motor que anime a las sociedades sino la prudencia y la esperanza. Podemos mejorar la sociedad si hacemos un esfuerzo para cambiar costumbres fundamentales que creemos que están bien pero que no favorecen el crecimiento de una humanidad mejor.
La reproducción de patrones sexistas heredados es lo más usual y la influencia de abuelos puede impulsar o frenar el proceso. Si no hay además un trabajo de auto conocimiento y crecimiento personal, de conocimiento y crecimiento del self es muy difícil que surjan nuevos padres y madres consientes de educar en la justicia y la libertad, en la virtud y la felicidad.
La equidad de género hay que tomársela en serio. No es para hacer chistes malos sexistas sobre cómo supuestamente son hombres y mujeres. No es un asunto de Stand up comedy.
Tampoco es para cuestionar y criticar a los varones todo el tiempo y hay que tener cuidado de cargar con culpas heredadas a los varones que apenas están creciendo, responsabilizándolos de reparar los errores de abuelas y abuelos, de bisabuelas y bisabuelos.
La equidad de género tampoco es para decir que las mujeres son mejores, superiores a los varones.
Hay un discurso sobre las mujeres “multitask”, que hacen varias cosas al mismo tiempo, y se “sacrifican” cuidando a los niños. Pero el cuidado de los niños no debería ser motivo de reclamo por ser objeto de una injusticia, ni es un sacrificio.
También existe un perverso imaginario del papá tonto, imbécil o incompetente que no puede aportar nada a la casa y que no comprende las sutilezas del mundo familiar, por lo que debe ser excluido o a duras penas tolerado, con resignación, educado como otro hijo en la casa, a lo Homero Simpson. Así aparecen muchas figuras paternas en la televisión y el cine reproduciendo un modelo perjudicial.
Necesitamos cultivar en nuestras almas una nueva figura del padre y formar nuestro padre interior. A las nuevas generaciones les ayudaremos mucho si ven y perciben a cuidadores varones.
Las nuevas mujeres no son solo la reacción a malos padres sino el resultado también de nuevos papás varones que desde los 70 se están esforzando por educarlas mejor y participan más activamente en la crianza temprana.
En la figura católica de la sagrada familia dos arquetipos, José y Maria cuidan con el mismo afecto a su hijo, a sabiendas de que ese hijo suyo no es su propiedad, ni un bien mueble, ni un proyecto, ni un trabajo, ni una mascota.
Necesitamos que alguno de nuestros grandes escritores imagine y componga en un bello relato la historia de cómo fue José como padre, para sembrar en el imaginario colectivo de una vez por todas la simbólica figura del padre arquetípico que arropa con amor a su bebé.