Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Es conveniente reafinazar el papel formativo de la escuela, y en general de la educación para la consolidación de ciudadanos políticos.
En medio del panorama electoral al que asistimos por estos días, se ha hecho común escuchar, desde diversos sectores, las restricciones con “los políticos”. Esta situación resulta bastante útil para reflexionar si en realidad pensar la política como una ocupación exclusiva de los candidatos no es una renuncia a una de las características centrales de la ciudadanía.
Justamente, podemos apelar a la definición de ciudadanía griega en la que esta característica demandaba la capacidad de argumentar las ideas propias con claridad, así como escuchar las ideas del otro, entendiendo que en la diversidad de miradas se construye saber. Este proceso requiere, para su adecuado despliegue, una formación que permita pensar en lo público, construir espacios de debate permanentes e incentivar el uso y apropiación de lo que podríamos llamar los “espacios comunes”.
La educación, como práctica de formación integral y multidimensional, no debe perder de vista la necesidad de formar la dimensión política de los sujetos, es decir, lograr un escenario en el que cada persona se ocupe del pensamiento sobre la transformación social, las libertades individuales y colectivas, y la relación con el otro.
De ahí la importancia, cada vez mayor, de considerar la escuela como una institución y la educación como un proceso[1] capaz de poner en escena una serie de saberes y prácticas para ampliar la mirada del mundo. Esto desde luego requiere una reflexión de lo público, del bien común y del rol personal que permite aportar a un bien-estar colectivo. En otros términos, el cambio que como sociedad e individuos reclamamos de la política, pasa necesariamente por entender la importancia del gobierno de sí mismo, la autonomía y el reconocimiento del disenso como catalizador de saberes.
En este sentido, la libertad de pensamiento -la autonomía como cualidad de los sujetos- implica una profunda responsabilidad para ser reflexivo sobre el propio contexto, crítico frente a la realidad social y propositivo con la transformación. Para la construcción de estos nuevos sujetos políticos, como propone Foucault, se requiere un gobierno de sí, una reflexión propia sobre lo que se es y un compromiso con el presente para transformarse.
Desde esta posibilidad de entendernos, cuidarnos y transformarnos a nosotros mismos es que podemos empezar a tener relaciones tranquilas con los otros, basadas en la capacidad de argumentar y de escuchar, de crear un campo en el que pueda existir con el otro no desde la “tolerancia”, sino desde su reconocimiento pleno como par y como co-constructor de saber. Solo así podremos crear una nueva generación de sujetos políticos, que se entienda como tal y que no espere que unos pocos se ocupen de los asuntos que nos competen a todos.
[1] Es fundamental insistir en que educación y escuela no son sinónimos. Usamos la idea de la escuela para referirnos a una institución con un compromiso claro con lo educativo, pero la educación sucede a lo largo de la vida y en diferentes procesos de interacción, no solo escolares.