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La semana pasada recibí un correo de una investigadora en el que me solicitaba diligenciar una encuesta cuyo propósito era recolectar información para su tesis de maestría. A pesar de tener toneladas de trabajo acumulado, decidí diligenciar la encuesta porque conozco en carne propia lo difícil que es conseguir participantes de investigación. En la encuesta encontré preguntas sobre mis experiencias en los procesos de acreditación del programa de educación superior que dirijo.

La semana pasada recibí un correo de una investigadora en el que me solicitaba diligenciar una encuesta cuyo propósito era recolectar información para su tesis de maestría. A pesar de tener toneladas de trabajo acumulado, decidí diligenciar la encuesta porque conozco en carne propia lo difícil que es conseguir participantes de investigación.

En la encuesta encontré preguntas sobre mis experiencias en los procesos de acreditación del programa de educación superior que dirijo. Una de esas preguntas me quedó sonando en la mente después de salir de la oficina, ¿cuál es mi percepción sobre el proceso de autoevaluación y autorregulación que exige el CNA para acreditar nuestro programa? Querrá decir sobre los resultados –pensé. Es que el “proceso” es la documentación de una serie de indicadores, es decir, de resultados.

Mientras iba en el taxi hacia mi hogar seguía pensando sobre ese debate interno.

Hice un esfuerzo por recordar los procesos que seguimos en nuestro programa para documentar ese montón de indicadores. ¡bueno, tendrá que haber algún proceso detrás de esa interminable tabla de Excel que diligenciamos cuando se acerca el vencimiento de la acreditación!  –dije en voz alta– para luego decirle al taxista que no me hiciera caso, que estaba hablando solo.

Oye, pues sí. Hay un proceso, pero parece casi subconsciente. Lo primero que recuerdo son las plantillas y el informe que se presenta a los pares académicos que vienen a ver qué hemos hecho (no cómo), o sea, la rendición de cuentas.  Esas reuniones que se hacen de afán porque no hay suficiente tiempo, en la que no se cumplen los horarios del cronograma propuesto porque los pares no han planeado adecuadamente cuál es la información (ojalá fuera el conocimiento) que se ha recopilado para la evaluación externa.

Caramba, pero qué curioso –reflexioné–, hasta ahora me pongo a pensar para qué servirá que le digamos a los pares externos cuántos profesores con doctorado tenemos o cuántos investigadores se fueron a hacer intercambios internacionales, qué se está asumiendo con números, ¿tal vez que la investigación se está integrando al currículo? Bueno, si fuera así, ¿cómo lo estamos haciendo? Ya que no lo dijimos ni en el informe ni en la reunión, pensemos ahora en este taxi cuál es la respuesta a esa pregunta. Luego de pedirle al taxista que le bajara el volumen a la radio porque no me podía escuchar a mí mismo –es que soy medio sordo–, recordé los encuentros con los estudiantes y los profesores, que mantenemos dos veces durante el semestre (y de la que casi ni hablamos durante la visita de pares), para conversar sobre el valor educativo de las asignaturas. Ahí me di cuenta de la complejidad de “la cosa”, con razón al CNA ni le interesa semejante chicharrón. Tensiones, tensiones y más tensiones es lo que se discute en esos encuentros que llamamos evaluaciones trimestrales. Aunque también hablamos sobre: por qué ocurrieron esas tensiones, qué con qué (o quién con quién) generaban esas fricciones, cómo se fueron resolviendo, cuánto tiempo tomó, cuánta inversión se requirió para solucionarlas, qué aprendimos de ellas y cómo finalmente se integraron esas investigaciones (que hicieron los PhD que realizaron pasantías a otro país) en nuestro currículo. ¡Cuánto aprendizaje sin documentar! –pensé– lo útil que podría ser para otros programas ese conocimiento, lo útil que podría ser para nosotros el conocimiento de otros programas sobre esas tensiones.

Entiendo perfectamente los avances que ha traído el Sistema Nacional de Acreditación para mejorar los programas de educación superior. Al fin de cuentas, cualquier cosa que se haga es mejor que hacer nada. Sin embargo, el gran fracaso del Sistema podría ser su indiferencia por promover la documentación de los aprendizajes del proceso de autoevaluación y de autorregulación. Ni siquiera es su enfoque de resultados, porque de todas formas necesitamos conocer los indicadores para tomar decisiones.  No se si es temor por analizar la complejidad del proceso o incapacidad para manejar tanta información. Tal vez es falta de tiempo para leer un informe más largo, de pronto pereza. La certeza que tengo es que si se fomentara una cultura de documentación y divulgación del conocimiento que cada programa adquiere en los procesos de autoevaluación y autorregulación, la legitimidad del sistema al momento de afirmarle a la sociedad que cierto programa acreditado es de “calidad”, sería mucho mayor. En fin, pagué el taxi y me fui caminando a mi apartamento pensando que ya era momento de dejar el trabajo hasta ahí y dedicarme a descansar.

John Vergel MD, PhD

Médico forense, magíster y doctor en educación.