Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Un mundial de fútbol es, además de una competencia deportiva y un excelente negocio, una oportunidad para la diversión.
El verdadero nombre de José Néstor Pekerman Krimen es José Germán Rodríguez Córdoba. Las oscuras circunstancias del cambio de su identidad se remontan a 1975, con su llegada al fútbol profesional colombiano. Si bien en esa época no era muy común la figura del agente o representante deportivo, si lo era la del embaucador y falsificador de documentos.
Es importante aclarar que el Peque Germán, como era y sigue siendo llamado por sus familiares y amigos más cercanos -debido a un temporal pero notorio problema de crecimiento en su niñez- tuvo poco que ver con la fraudulenta trama que se tejió en torno a su nombre y a su documentación, en los tiempos en que fue fichado por el Deportivo Independiente Medellín. De hecho, podemos afirmar que fue víctima de un empresario inescrupuloso –esos sí han existido desde siempre- que desde su juventud le hizo llevar una especie de doble vida.
El Peque Germán jamás quiso engañar a nadie y si una vez publicada esta nota que revela los resultados de una exhaustiva investigación documental y testimonial, él negara las verdades aquí reveladas, tendríamos que entender y respetar su decisión. He llegado a pensar que con el tiempo él ha ido asumiendo como auténtica la apócrifa pero eficaz biografía que otros le construyeron, algo que a estas alturas del partido es una suerte de mentira piadosa, ¡quien se siente libre de toda culpa que patee el primer balón!
Algunos pensarán que soy un verdadero canalla –en el sentido literal, no rosarino del término- por hacer estas revelaciones, pero mis intenciones son nobles, como espero pueda apreciar el lector renglones más adelante. Soy un verdadero admirador del Peque Germán, y en el fondo con estas glosas lo único que pretendo es resaltar sus méritos, encomiar su trayectoria, hacer un humilde pero significativo homenaje a su vida y obra. Pero vayamos al comienzo de esta historia.
El Peque Germán nació en la calurosa mañana del 3 de septiembre de 1949 en Villa Domínguez, un pequeño caserío en la zona rural de Guayabal, Tolima. Su infancia fue feliz y aunque de niño no se destacó como el mejor de los estudiantes, cumplía con sus deberes y en muy contadas excepciones hizo trampa en los exámenes de matemáticas.
Tenía que caminar y cuando se le hacía tarde correr algunos kilómetros para ir de su casa a la escuela, por lo que desde temprana edad desarrolló una notable condición física. Esto jugó a su favor cuando empezó a practicar el fútbol en los albores de segundo grado. “El pequeño nunca se cansa” decían los profesores que reparaban en el contraste entre su estatura y su capacidad pulmonar.
El Deportivo Kennedy fue su primer equipo en un campeonato infantil en el que nunca llegó a anotar un gol, pero a cambió recuperaba la mayoría de balones que los rivales intentaban pisar frente suyo. Su adolescencia y primeros años de juventud transcurrieron entre la vida en el campo y el trabajo en los talleres de mecánica de su tío Alfredo Córdoba, en los que se reparaban desde viejos y destartalados automóviles hasta enormes y modernos tractores.
Este no es un dato periférico en la historia del Peque, pues cuando el hermano de su madre decidió armar un equipo de fútbol regional, conformado principalmente por perezosos ayudantes de mecánica automotriz y negligentes pero ágiles monta-llantas, su sobrino José -como él prefería llamarlo, se convirtió en una verdadera estrella local, en el infame anonimato del fútbol aficionado.
Para esa época el Peque Germán ya no era tan pequeño, de hecho, las largas caminatas desde su casa hasta los talleres de su tío, en pleno casco urbano, su desproporcionada manera de correr toda la cancha y la alimentación a base de tamal, lechona, pan aliñado y bizcochos de manteca, le había permitido alcanzar una estatura promedio para jugar al fútbol.
Los años pasaron y, a decir verdad, José se encontraba conforme con su vida en medio de los cultivos de algodón, los moderados ingresos en el taller de su tío, los juegos de fin de semana y los innumerables paseos de olla al río, hasta que sucedió lo impensado. Un domingo en la tarde, un empresario paisa de apellido Velázquez, vinculado a la junta directiva del Deportivo Independiente Medellín, atravesaba raudo el pueblo en dirección a Bogotá cuando la caja de velocidades de su espléndido Ford Mustang se trabó. Así que mientras esperaba a que don Alfredo hiciera justicia a las recomendaciones de los lugareños decidió entretenerse viendo fútbol en el estadio a medio hacer o más preciso sería decir, medio en ruinas de Guayabal. Fue amor a primera vista. En los treinta minutos de juego que alcanzó a contemplar el Peque Germán lleno sus ojos y despertó su ambición.
Estaba preparando un viaje a Buenos Aires para ver, por encargo de su club, algún futbolista de segunda división con el que se pudiera reforzar la mitad de la cancha la siguiente temporada y aunque no pensaba renunciar a ese viaje por nada del mundo, ni siquiera necesitó subirse al avión para saber quién ocuparía ese lugar.
Lo demás fue producto de su imaginación y, por supuesto, de sus contactos en el bajo mundo. Al regresar del hemisferio austral se instaló en Guayabal durante tres semanas. Engañó al Peque Germán haciéndole creer que la mitad de los futbolistas profesionales argentinos que jugaban en la liga colombiana realmente eran colombianos que se hacían pasar por argentinos y que nadie jamás llegaba a enterarse.
Durante largas jornadas, frente a una grabadora y un sinnúmero de casetes de entrevistas a futbolistas gauchos, le hizo aprender a simular el acento del río de la plata, así como algunas expresiones y modismos de esa región del planeta.
Al Peque le daba un poco de risa ese artificio, pero decidió seguirle la corriente a Velázquez. Nunca más volvió a decir viste, a cambio aprendió sistemáticamente a decir vi’te, por ningún motivo debía pronunciar la palabra fútbol, en su lugar interiorizó el errático pero convincente fulbo. Las respuestas a cualquier pregunta que en adelante le fueran hechas, tanto en ámbitos públicos como privados, debían indefectiblemente comenzar con la expresión: “bueno, la verdad…” Llegó a ser capaz de distinguir la tonada porteña de la cordobesa, aunque ésta nunca llegó a dominarla del todo.
Pero claro, había que hacer cambios de mayor calado. Con el nombre José Germán Rodríguez era muy poco lo que se podía hacer en el fútbol colombiano, así que Velázquez intentó con el apodo. De esa manera, Peque Germán pronto pasó a ser Pequegerman y, finalmente, Pekerman. Para no generarle un trastorno de identidad al chico le dejó el José, pero fue inflexible al momento de cambiar Germán por Néstor. De modo que, flojito de papeles y con un falso sello de inmigración lo presentó en Medellín ante las demás directivas del “poderoso de la montaña”. Aunque éstos eran igual de marrulleros y deshonestos que Velázquez, ninguno lo igualaba en astucia.
El valor de la supuesta transacción y un porcentaje importante del primer año del contrato de José fueron a parar a sus cuentas bancarias. Por supuesto, sus buenas actuaciones y escazas palabras pronto convencieron a propios y extraños de que se trataba de una de las mejores contrataciones argentinas del año.
En la biografía que Velázquez inventó para el Peque Germán, devenido en Pekerman, se decía que era natal de Entre Ríos, que había debutado precozmente, en Argentinos Juniors, el 21 de agosto de 1966, que había jugado 133 partidos en primera división y anotado 12 goles, algo meritorio para un volante de marca, en una época en que el número cinco pocas veces pisaba el área contraria, y, finalmente, que había tenido un corto paso por Talleres de Córdoba.
Algunas de estas cosas eran realmente ciertas, como que nació en un pequeño villorrio en el crece de los ríos Lagunilla, Coamo y Sabandija, es decir, entre ríos y que jugó en el equipo de fulbo de los talleres de su tío Alfredo Córdoba. Todo lo demás era una sarta de mentiras tan inverosímiles como inocuas, que a la postre benefició la carrera de José, hasta el día de la infausta lesión en la rodilla que lo obligó a retirarse de las canchas a los 28 años de edad. Mientras tanto Pekerman tuvo mejores contratos que sus compatriotas colombianos y gozó de atención especial por parte de la prensa deportiva, tan proclive al elogio gratuito a todo lo extranjero y al desprecio –auto-desprecio- por lo nacional.
En el DIM, su único equipo profesional, actúo en 101 partidos, convirtió 15 goles y se destacó como un volante criterioso, de quite rápido y juego sencillo. En honor a la verdad, hay que decir que no le sobraba nada al momento de salir jugando y que si alguna vez lo alumbraba un lujo, era más por casualidad que por decisión propia.
En la televisión colombiana pocas veces se transmitían los partidos del campeonato, a no ser que fueran las fechas definitivas de los cuadrangulares finales. En todo caso, a José no le tocó en suerte llegar a dichas instancias, por lo que su secreto se mantuvo bien guardado ante sus antiguos compañeros de colegio y el resto de paisanos tolimenses.
Con el retiro prematuro de los estadios colombianos quiso buscar nuevos aires. Entonces viajó a Buenos Aires. Entró al país con pasaporte trucho y se instaló allí unas semanas, en plan de vacaciones; pero la ciudad le impresionó de tal manera que tomó la decisión de quedarse a vivir allí de manera indefinida. Le encantaba recorrer cada una de sus calles, desde las más grandes avenidas, hasta los más recónditos pasajes. Estando en esas, se le ocurrió una idea que cambiaría su vida para siempre: “si lo que más me gusta es recorrer las calles porteñas, pues, que me paguen por hacerlo”. Este relampagueante razonamiento lo llevó a comprar un taxi, con una parte de los ahorros de su último contrato con el DIM.
José escuchaba atentamente lo que sea que dijeran sus pasajeros. Hablaba poco -esto no era nuevo- y profundizó el que quizás sea su principal sello de carácter: no llevarle la contraria a nadie, no entrar en polémicas innecesarias. En los felices meses de su vida de taxista asimiló la verdadera idiosincrasia del porteño: su forma de hablar, sus taras, sus complejos, sus aspiraciones, sus anhelos, sus delirios, pero, sobre todo, su pasión irrefrenable, irracional e inconmensurable por el fulbo. Ni el más avezado de los psicoanalistas puede competir con un taxista a la hora de acceder a los aspectos más oscuros de la condición humana.
En un servicio de pocos minutos un taxista llega a ser testigo del más necesario desahogo, la más enrevesada historia, la más desenfrenada confesión y los más creativos improperios, todos ellos movidos, principalmente, por un odio insondable por el cuadro de fútbol que rivaliza con el propio. Lo que el Peque Germán aprendió en este periodo de su vida no tiene precio y se convirtió en la base sobre la cuál edificó su posterior obra.
Su experiencia en el taxi lo puso azarosamente en contacto con gente vinculada a las categorías formativas del fulbo argentino. Sus primeras experiencias fueron como segundo entrenador de Ricardo Trigilli en las divisiones menores de Estudiantes de Caseros y Chacarita Juniors. La historia que continúa a estas experiencias es de acceso abierto y por todos conocida: su trabajo como entrenador en las inferiores de Argentinos Juniors, su posterior viaje a Santiago de Chile para hacer un trabajo similar en el Colo-Colo, su participación en la convocatoria de la AFA para dirigir la selección juvenil de Argentina, su sorpresivo nombramiento como técnico nacional de esta categoría y, por supuesto, sus posteriores logros como entrenador.
A ver, hagamos una apretada síntesis de esto último. Ha sido el único entrenador extranjero –para más señas, colombiano- en dirigir la selección Argentina. Ganó dos campeonatos suramericanos sub 20: Chile 1997 y Argentina 1999; tres campeonatos mundiales en la misma categoría: Catar 1995, Malasia 1997 y Argentina 2001 y el torneo Esperanzas de Toulon sub 21 en 1998. En 2004, siendo coordinador general de las selecciones argentinas, tras la inesperada renuncia de Marcelo Bielsa, asumió la dirección técnica de la selección absoluta.
Con enorme gratitud por el país que lo supo acoger, clasificó a su selección al campeonato mundial de fútbol de Alemania 2006. Allí fue eliminado en cuartos de final por el equipo local, y a pensar de la insistencia de Julio Grondona declinó la oferta de seguir dirigiendo a la albiceleste.
El Peque Germán siempre fue dueño de sí mismo y los méritos de su carrera, primero como futbolista y luego como entrenador, le pertenecen por entero. Pero, si tenemos en cuenta lo que diré a continuación habrá que admitir que Pekerman fue una invención de Grondona, no solo de Velázquez. Más astuto que todos, el máximo dirigente del fulbo argentino supo desde el comienzo que José era realmente colombiano y se aseguró de que ello jamás se supiera.
Grondona siempre tuvo un extraño sentido de la honestidad y un insólito sentido del humor. Le hacía gracia que un tachero –como despectivamente se refería en privado a Pekerman, por el hecho de haber sido taxista- dirigiera la selección argentina, le hacía gracia que fuera extranjero, le hacía gracia, igualmente, controlarlo todo, que nadie se enterara de su treta. Esto, además, le hacía sentir infinitamente poderoso, mucho más de lo que ya, de por sí, era.
Así que desde mediados de los 90, cuando lo nombró entrenador de la selección juvenil, Grondona llevó a cabo una divertida conspiración -guiado por un placer puramente ególatra- que consistió en hacer falsificar viejos números de la revista El Gráfico, otras publicaciones deportivas y un sinfín de diarios, a través de los cuales le construyó un pasado futbolístico a José Néstor Pekerman.
Las publicaciones de este periodo fueron retiradas de las bibliotecas, de las colecciones personales de los especialistas y de los quioscos del parque Rivadavia y reemplazadas por nuevas impresiones cuidadosamente envejecidas, en las que se añadió el nombre de Pekerman en las alineaciones de Argentinos Junior, incluyendo, por supuesto, la del 21 de agosto de 1966, día en el que imaginariamente debutó en primera división, en un juego que perdieron 4 a 0 con San Lorenzo; la del 27 de septiembre de 1968, fecha en la que, se supone, marcó su primer gol, en el triunfo 3 a 1 sobre Platense. Y así sucesivamente. Algunas de las fuentes principales de mi investigación se encuentran, justamente, entre quienes llevaron a cabo esta tarea.
Por esa época el Peque Germán realmente jugaba en el equipo de los talleres de su tío Córdoba y en la selección Guayabal, y enfrentaba los domingos no a River Plate, Boca Juniors y Huracán; sino al Racing de Armero, Atlético Ambalema y Mariquita Fútbol Club, principales rivales en el norte del Tolima.
Como suele suceder con las personas que alcanzan cierta fama, tarde o temprano empiezan a aparecer testimonios de quienes dicen haberlos conocido o estado con ellos en los momentos más cruciales de su carrera. Entre las personas mayores hay quienes dicen que le vieron debutar en primera. Un ex futbolista de Argentinos Juniors de fines de los 60 asegura haberle hecho un pase de taquito para que anotara un gol, sin embargo, subraya no recordar en qué partido; otros más afirman haber estado en su juego de despedida, justo antes de irse a jugar a Colombia. Menos apócrifos son los testimonios de quienes refieren haber compartido unas cervezas con José o un asado con compañeros de trabajo, en la época del taxi.
Por si fuera poco, el Peque Germán cumplió el sueño de dirigir la selección de su país; lo ha hecho desde el 5 de enero de 2012. Hasta este momento es el entrenador que durante más tiempo y mayor cantidad de juegos ha estado a cargo de la selección Colombia. Nos llevó a dos mundiales seguidos, pero, sobre todo, durante estos últimos años nos llenó de ilusión. ¡Muchas gracias por tanto! Ojalá hagamos un lindo mundial en Rusia.
Ah, no lo había dicho antes, pero Velázquez falleció de cirrosis, en Medellín, en la navidad de 1985. Para ese entonces llevaba más de una década desvinculado del mundo del fútbol. Tanto él como Grondona murieron creyendo haber llevado su secreto a la tumba. Claramente, subestimaron los alcances del periodismo investigativo.
Bogotá, D.C., junio 12 de 2018.
Pequeña Galería del Peque

José Néstor Pekerman con Argentinos Juniors, en 1968.



