Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Desde una frugal definición de terrorismo, este artículo propone una reflexión a los maestros cuyos estudiantes consideran los “cocos” de sus distintos programas, dejando claro que no es recomendable formar desde la intransigencia.
Partiendo de una acepción cotidiana de la palabra terrorismo, se puede decir que se refiere a una táctica cuyo objetivo es ejercer dominación sobre un grupo a través del miedo. Esta frugal y despreocupada definición, despojada su carga política y sangrienta, fue la que escogí para guiar el presente artículo; con la intención de que la resonancia cacofónica del término “terrorista” al lado de “maestro” logre, si no reflexión, por lo menos rubor en las mejillas de algunos lectores.
¿Cómo saber entonces si usted es un maestro terrorista? Existen varios indicadores. Uno es el miedo que sus estudiantes tengan para acercársele, preguntarle o replicarle. Un absoluto silencio durante sus intervenciones o el hecho de que los estudiantes nunca le dejen saber en voz alta y en público cuando usted ha cometido un error o tienen una inconformidad respecto a una acción tomada por usted, puede ser indicio de que tienen miedo de su reacción.
A pesar de lo placentero que pueda parecer que “se haga su voluntad” como maestro, recuerde a Foucault y la relación de poder que existe entre usted y sus alumnos y hágase responsable del modo en que tal poder se ejerce. Si usted habitúa a sus estudiantes (sea cual sea su edad o nivel de formación) a obedecer desde el miedo a un poder que usted proyecta, está enviándoles varios mensajes que sería bueno que repensara, como por ejemplo: que su poder viene no de un acuerdo social en el que ellos y sus familias son participes al otorgárselo para la consecución de un noble fin (que aprendan o se formen), sino que su simple posición circunstancial le otorgó dicho poder y es por tanto ajeno a ellos (reforzando un carácter apolítico, desconfiado de las instituciones y sumiso); o que al actuar de manera inadecuada, a sus estudiantes no debe preocuparles tanto el efecto que sus acciones tengan en el grupo, como sí la posible sanción por parte de la figura de poder en turno. Esto ayuda a alimentar en las personas, entre otras cosas, falta de autonomía y ética para la actuación en futuros contextos y la creencia en un sistema en el que, como diría Freire, los sujetos están tan asustados de su opresor como de la libertad misma, ya que no conciben el orden sin el miedo. ¿Está seguro de que lo que desea de sus estudiantes es obediencia?
Otro indicio terrorista puede venir de sus evaluaciones. Si siente una especie de placer morboso cuando nadie, o muy pocas personas obtienen buenos resultados en los instrumentos que usted utiliza para evaluar lo aprendido, pueda que ya haya caído en la categoría que titula este artículo (claro está que si no siente placer, pero ese tipo de resultados le son indiferentes, tampoco está muy lejos del abismo). Sucede de igual manera si usted utiliza la evaluación como amenaza o forma de castigo o si cree que el miedo de los estudiantes es una garantía de que estudiarán para sus exámenes. Expertos en evaluación como Miguel Angel Santos Guerra, la reconocen como un fenómeno moral lejano al deseo de generar sometimiento, temor o arbitrariedad. Reflexione por un momento y piense que si la mayoría de los estudiantes temen al momento de ser evaluados en aquello que trabajaron con usted en las clases, es porque no se sienten seguros de haberlo aprendido y, sin reducir la carga a los estudiantes (primeros responsables del propio proceso de aprendizaje) algo de responsabilidad tiene usted como maestro en los malos resultados. Muchas veces no se trata de que haya evaluaciones fáciles y difíciles, sino bien y mal diseñadas, aplicadas, contextualizadas, ubicadas en el tiempo, retroalimentadas, utilizadas, intencionadas, etc.
Una tercera señal de que usted puede hacer parte de esta disonante categoría, son sus relaciones con sus propios colegas. Si le es difícil conformar equipos de trabajo debido a que lo consideran intransigente, ególatra o difícil de tratar, pueda que no solamente este generando miedo en sus estudiantes sino aprensión en sus colegas. Puede creer que se está “haciendo respetar”, pero en realidad se está alejando de una comunidad que puede aportar mucho a su desarrollo profesional. Además, cabe apuntar que la transversalidad e interdisciplinaridad, dos conceptos anclados en el discurso educativo actual, requieren trabajo en equipo con otros profesionales de diversos bagajes y formas de pensar. En resumen, si ve enemigos a su alrededor puede empezar a considerarlos futuras oportunidades de desarrollo y trabajo.
La realidad de la profesión docente es difícil, es entendible que los maestros traten de escudarse para no salir abatidos por la aplastante concepción del estudiante como cliente, lo que ha puesto la sartén de la educación por el mango de todos menos de los maestros. Sin embargo, no es recomendable para el ejercicio profesional, ni para la salud mental, dejar que, como señalaba Freud, los miedos se transformen en odio y que estos se perpetúen a través de nuestras prácticas.