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La escuela jugará un rol fundamental para superar los odios que tanto mal nos han hecho, primordialmente porque ésta aún mantiene unas estructuras que refuerzan elementos ideológicos ultraconservadores.
Con la dejación de armas por parte de las FARC surgen muchos interrogantes alrededor del futuro del país e incertidumbres frente a la implementación de lo acordado en la Habana, sobre todo cuando el mismo comisionado de Paz reconoce el atraso en la construcción de las zonas veredales transitorias de normalización. Así pues, pareciera ser que lo que viene será más difícil que la misma negociación, y es allí, donde la escuela jugará un rol fundamental para superar los odios que tanto mal nos han hecho, primordialmente porque ésta aún mantiene unas estructuras que refuerzan elementos ideológicos ultraconservadores.
No es de poca monta, que cientos de manuales de convivencia parecen más un código de policía que unas reglas para convivir en medio de un proceso de formación, es más, la corte constitucional ordenó al ministerio de educación nacional una revisión extensiva e integral de todos los manuales de convivencia, para garantizar el respeto a la orientación sexual e identidad de género de los estudiantes, como resultado del doloroso caso de Sergio Urrego. De modo que, debemos acelerar la transformación de las prácticas tradicionales de la escuela, que hoy mantienen en la comunidad educativa imaginarios que refuerzan el statu quo, a pesar de las múltiples injusticias que provoca.
Ahora bien, podriamos señalar que las prácticas de la escuela tradicional, sobre todo privada, se pueden equiparar con los resultados en pruebas censales a las más innovadoras propuestas pedagógicas, la diferencia es que las segundas poco o nada de importancia les dan a las mismas, las unas enseñan para un examen, las otras para la vida, mientras que la escuela tradicional privilegia las filas ordenadas de pupitres y silencios represores, en las otras campea el juego y la alegría. Siempre será más fácil formar sujetos críticos, autónomos y tolerantes por fuera del autoritarismo reinante en muchas de las instituciones educativas.
Hasta cierto punto, nuestras escuelas por defecto han formado para la guerra, para sociedades violentas o en términos escolares para que no se la dejen montar, acabar con esas premisas y combatir esas acciones han sido escenarios de discusión y práctica de cientos de maestros del país, pero ahora es la oportunidad para reconsiderar la escuela de cabo a rabo, como un verdadero territorio de paz más allá de la retórica de los textos y los discursos ventijulieros.
Es un punto de inflexión para repensar el país desde las aulas y no desde los batallones, ya lo enunciaba la Ley de víctimas y restitución de tierras, el MEN debe desarrollar “competencias ciudadanas y científico-sociales en los niños, niñas y adolescentes del país; y que propendan a la reconciliación y la garantía de no repetición de hechos que atenten contra su integridad o violen sus derechos, pero también lo intentaba la cátedra de la paz y hasta el acuerdo final del teatro Colón traza elementos de programas de educación para la democracia en los distintos niveles de enseñanza.
Lo conflictivo del asunto, es superar el papel escrito, en lo concreto la mayoría de integrantes de las instituciones educativas urbanas desconocen total o parcialmente el origen y desarrollo del conflicto armado Colombiano, ya sea por su extensión en el tiempo, la numerosa bibliografía en un país donde poco se lee o la parcialidad mediática de las fábricas televisivas.
Para concluir, retomo las palabras de Diana Uribe en su video: estamos en un momento histórico, no lo dejemos escapar por los intereses políticos y económicos de quienes se han favorecido con la guerra, que infundiendo miedo a punta de mentiras, esperan mantenerse eternamente en el poder, invocando un castro chavismo que solo ellos desean, ya que hasta el mismo Timochenko ve en los acuerdos la consolidación de una democracia liberal. Es el momento de pensarnos la escuela de la paz, una que pueda descifrar la clave para dejar atrás la estela de muerte y desolación que llevamos durante décadas en nuestro camino como nación.