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Un reciente estudio del BID muestra cuáles son las intervenciones que dan resultado en la atención integral a la población entre 0 y 5 años.
Mientras la región de América Latina y el Caribe destina menos del 6 por ciento del gasto social total (incluye educación, salud, vivienda y protección social) a servicios y programas para la niñez temprana; los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) asignan el doble en preescolar y centros de cuidado infantil.
Y eso no es todo. Por cada dólar que la región invierte en niños de hasta 5 años, invierte tres en niños de entre 6 y 11 años, y además designa ese dinero a programas que no son los más efectivos para mejorar la calidad de vida de esta población.
Esos son algunos datos, muy dicientes por cierto, del estudio que acaba de publicar el BID: ‘Los Primeros Años: El Bienestar Infantil y el Rol de las Políticas Públicas’, parte de la serie de esta organización internacional denominada ‘Desarrollo en las Américas’.
En el estudio, el BID hace un análisis de las políticas e intervenciones que se han demostrado tienen efecto en el desarrollo durante los primeros 5 años de vida. En ese sentido, lo primero que hace es un llamado a los países para que además de hacer un incremento del gasto social en los primeros años de vida de sus ciudadanos, ese dinero lo dirijan más a mejorar la formación de los maestros y las relaciones interpersonales entre padres y niños, que a construir centros de cuidado. Razón por la cual señala la necesidad redefinir cómo, cuándo y en qué planes y programas intervenir para el desarrollo de la primera infancia.
Los investigadores, por ejemplo, muestran que las visitas a los hogares produjeron un efecto promedio sobre las capacidades cognitivas de los niños diez veces superior a los programas de los centros infantiles. Sin embargo, los gobiernos priorizan la construcción de estos centros en sus programas de gasto social para el desarrollo de la primera infancia.
“Un estudio llevado a cabo en Jamaica a lo largo de varias décadas mostró que los niños que se beneficiaron con una intervención dirigida a los padres en sus primeros dos años de vida, al llegar a la adultez tenían salarios que eran un 25 por ciento más altos que otros de similares características, pero que no participaron en ese programa, y también eran menos proclives a la depresión y a incurrir en actividades delictivas”, asegura el BID.
En cuanto a los docentes, señala que los educadores que se enfocan en la primera infancia suelen ser considerados de menor nivel dentro de la profesión docente. “Muchos países sufren de escasez de educadores calificados para la niñez temprana en las zonas más pobres, justamente los sitios donde los resultados de sus capacidades podrían sentirse con mayor contundencia”, dice el BID.
Además de la redefinición de los programas, otro elemento que señala el estudio es la deficiencia institucional, puesto que diferentes actores del gobierno y sociedad (ministerios, familias, sector privado, educadores, ONG) realizan esfuerzos dispersos. En ese sentido, la investigación destaca las iniciativas por coordinar las intervenciones que se han realizado en Chile con Crece Contigo y en Colombia con De Cero a Siempre.
“El hecho de que ningún actor en particular sea el ‘dueño’ de la primera infancia podría ser una de las razones por las cuales existe un bajo nivel de gastos en el sector”, dijo Samuel Berlinski, economista del departamento de investigaciones del BID y uno de los coeditores del libro. “Una estructura de gobernanza consolidada debería definir con claridad los roles, la planificación, los estándares de calidad y otros elementos clave, asegurarse de que todos asuman sus responsabilidades y enfatizar la supervisión y las evaluaciones rigurosas”, agregó.
Finalmente, el BID señala que lo largo de los últimos 20 años ha dado a los países préstamos orientados al desarrollo de la primera infancia por algo más de US$1.700 millones. Sin embargo, “los niños de América Latina y el Caribe siguen sufriendo retrasos en áreas críticas como el lenguaje y las capacidades cognoscitivas. El problema comienza en los primeros cinco años de vida porque muchos de esos niños no reciben la estimulación requerida para asegurar el desarrollo adecuado. Las pruebas muestran que los niños pobres conocen menos palabras que los más ricos, y que los niños de nuestra región conocen menos palabras que los de los países más desarrollados. La consecuencia de todo ello es que muchos — demasiados— niños y niñas de la región sencillamente no están preparados cuando comienzan la escuela”.