Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Esta columna es un sencillo homenaje al compañero Mario Palomino, asesinado el pasado 17 de enero en Carmen de Viboral (Antioquia). Estas palabras salen del corazón de Cristian Alberto Bedoya, colega que lo conoció y quien amablemente escribió su semblanza.
Pero antes de continuar con este pequeño tributo, es necesario señalar que indirectamente, la derecha recalcitrante, en cabeza del señor Álvaro Uribe Vélez y sus alfiles, es culpable de la muerte de los docentes en Colombia; su campaña de desprestigio contra Fecode a través de noticias falsas como estrategia electoral viene exacerbando la hostilidad de los grupos armados contra el magisterio. Es increíble que la agenda de la derecha sea acabar con el sindicato de maestros/as y no con la corrupción, la guerra, la pobreza o la miseria.
En ese orden de ideas, el partido de Gobierno y sus aliados ya superaron el cuento del castrochavismo y se concentran en la eliminación de la última gran organización de los trabajadores y trabajadoras de la educación. Desde el nacimiento de la Federación son muchos los presidentes que han intentado acabarla sin éxito, y estoy seguro de que esta no será la excepción; lo realmente preocupante es que los señalamientos no pueden ser discutidos en amplios foros o debates públicos, sino que se dejan al garete de estrategas de campañas sucias que no bajan a los docentes de “adoctrinadores” y “enemigos de la patria”.
Así pues, estos discursos de odio terminan materializándose en asesinatos en las zonas rurales donde los docentes son mucho más vulnerables.
Mario no solo tuvo que enfrentar la pobreza, la falta de recursos y el abandono estatal, sino además al gamonal apoyado por los actores armados que ven como enemigo a todo aquel que busca la organización de las comunidades, desde una visión de autogestión y reclamo que permita iniciar la superación de la miseria a la que nos quiere condenar eternamente la dirigencia colombiana. No cabe duda de que las palabras y señalamientos se convierten en balas que apagan la vida de los líderes más valiosos del magisterio en los campos y ciudades.
En memoria de Mario Palomino (qepd)
Al profe Mario lo recordaré como el parcero Mar-Rio, un juego de palabras que simbolizaba sus convicciones y principios. Ese seudónimo lo usaba en los perfiles de sus redes sociales como elemento común de la conjugación entre el mar y el rio: agua de vida. Mar-Rio tenía una relación irrestricta con el agua y el territorio. Se ganaba la vida honrada y honestamente en la profesión que muchos consideran una de las más importantes en el mundo, menos en Colombia: la docencia.
Era maestro de educación básica en el área de ciencias naturales en el municipio de Carmen de Viboral. Fue asesinado hace un par de semanas cuando en un camino veredal viajaba en su bicicleta rumbo a su hogar; solo un disparo fue suficiente para cegarle la vida a un luchador popular.
Cuentan que el profe se estaba reuniendo con los vecinos para tratar, entre otros temas, el de la minería, situación que afecta directamente el ambiente y la calidad de vida de los habitantes. En ese sentido, aparece una hipótesis en donde el asesinato de Mar-Rio tendría que ver con el conflicto entre minería y defensa del agua.
Queda claro que ser ciudadano en pleno uso de derechos ambientales, sociales y políticos en Colombia es casi una sentencia de muerte. ¿Indagar, cuestionar, reclamar por los proyectos que ensucian el agua y envenenan la tierra nos convierten en objetivo militar? ¿Peligro para quién? ¿Para la democracia? ¿Acaso la democracia no es el poder del pueblo? ¿Y entre más educado el pueblo, la democracia será más real?
Todo lo que hacía Mar-Rio tenía una innegable dimensión pedagógica. Puede que al profe lo hayan matado por ser un educador del pueblo, un defensor del agua o simplemente porque dijo algo que en algunas regiones es imperdonable, como llevarle la contraria al gamonal de turno, como viene sucediendo desde las guerras civiles del siglo XIX.
Otro rumor que se escucha, es que a la zona había llegado un grupo delincuencial (combo) huyendo de Medellín y que Mar-Rio no les seguía el juego; por el contrario, se oponía a las prácticas mafiosas que rompen el tejido social y son contrarias a los usos y costumbres ancestrales del territorio. Si fue así, a Mar-Rio lo mataron por conservacionista, por ambientalista, por maestro de ciencias naturales que empoderó a la comunidad para defender el agua, la tierra, el aire, en síntesis: el territorio.
Pierde el magisterio a un profe con carácter, con conciencia y coherencia, cualidad escasa incluso entre quienes tenemos esa obligación; y quienes lo conocimos perdemos a un parcero siempre abierto al debate, a aprender y enseñar. Su familia dolida despide a un ser querido con sólo 35 años, padre de tres hijitos que al mirarlos lo evocan mucho. Seguro con Mar-Rio pasará como dice el poema de Ernesto Cardenal: “Creyeron que te enterraban. Y lo que hacían era enterrar una semilla”.
Justicia, verdad, reparación y no repetición.