Sin duda nuestro país, en los últimos años, ha hecho importantes esfuerzos buscando mejorar la calidad de la educación y como resultado de esta situación las pruebas estandarizadas como Pisa empiezan a mostrar mejoramiento. Sin embargo, aún hay importantes retos frente a la formación de la generación actual, quienes serán los profesionales del 2030.

Las reflexiones que se han gestado sobre lo anterior evidencia que la evaluación es un aspecto crítico en los procesos formativos actuales. Esto, aunque fundamental en el transcurso enseñanza – aprendizaje, ha sido asociado casi exclusivamente a la ponderación de los saberes. De esta forma las prácticas evaluativas se entienden más como una herramienta de medición del alcance de logros que como una forma de comprender el aprendizaje y el desarrollo de habilidades de los estudiantes.

En el modelo educativo actual se evidencian dos tipos de evaluación: la sumativa, encargada de calificar el desempeño al final del proceso, dentro de unos márgenes estandarizados; y la formativa, enfocada más en la estimación del desempeño a lo largo del mismo, dando al educando oportunidades para resolver dudas, fortalecer sus competencias y, principalmente, hacerse consiente de su propio aprendizaje.

La evaluación formativa sirve para mejorar el nivel de comprensión y planificar el diseño de la enseñanza, impulsando aprendizajes más apropiados mediante la personalización del aprendizaje. La evaluación sumativa, por su parte, ofrece información sobre el nivel de logro en un contenido y revisa el aprendizaje de los estudiantes al finalizar la unidad.

Diferentes estudios muestran la evaluación formativa como una de las estrategias más efectivas para aumentar el rendimiento escolar (1), puesto que intenciona el fortalecimiento de las capacidades individuales en los estudiantes, quienes, a su vez, pueden comprender mejor sus propios estilos de aprendizaje.

“La idea es que el estudiante no viva la evaluación como una instancia de miedo, sino que la conozca previamente, sepa aún más sobre que se está queriendo inferir por parte del docente y finalmente, lo más importante, tenga una devolución al respecto. Es en ese momento precisamente donde se verá la instancia de aprendizaje” (Banco del desarrollo de América Latina, 2016).

Conociendo los beneficios que reporta esta práctica, ¿Por qué es poco utilizada en las aulas? Hay al menos tres aspectos que responden este interrogante y que deberían ser superados para su apropiación:

– Las facultades de educación no contemplan, con la suficiente profundidad, este tipo de evaluación como parte de sus currículos.

– No existen lineamientos claros desde las políticas educativas para incentivar su uso en el sistema.

– Los maestros suelen asumirla con resistencia por ser una práctica que demanda más tiempo y esfuerzo, por el nivel de reflexión y planeación que requiere.

Teniendo en cuenta la relevancia de la evaluación en los procesos de aprendizaje y apropiación del conocimiento de los estudiantes, es necesario poner el foco en la de tipo formativo y para ello es indispensable que los maestros la asuman como práctica cotidiana al momento de planear estratégicamente la medición de resultados.

En medio de las transformaciones aceleradas que vive la escuela, es importante hacer una pausa que permita integrar evaluaciones formativas claras, completas y con intencionalidad pedagógica. De la mayor importancia resignificar esta práctica, ya no con cargas punitivas, sino como oportunidades de mejoramiento y aprendizaje permanente.

 

(1) http://www.oecd.org/edu/ceri/34313907.pdf, OCDE 2004. Evaluación formativa: mejora del aprendizaje en las aulas de secundaria. Resumen en español y

* Este texto fue coescrito con Alba Osorio, profesional de dinamización educativa de la Fundación Proantioquia

Es consultor en educación. Estudió ingeniería civil y maestrías en desarrollo humano y en intervención social. Sus áreas de interés son la eduación, las políticas para la diversidad y los proyectos que favorezcan el desarrollo local y la ciudadanía.