Texto coescrito con Gloria Naranjo, profesional pedagógico en Proantioquia.

Cada vez que se habla de cualificación docente surgen diversas formas de acercarse a lo que se ha considerado un “problema” central de la calidad educativa. Lo anterior nos pone ante dos grandes interrogantes: el primero de ellos es cómo abordar la formación de maestros desde un panorama no deficitario, reconociendo en estos actores verdaderos profesionales de la educación; y en segundo lugar cómo garantizar escenarios de reflexión y desarrollo profesional basados en el intercambio de saberes y la construcción colectiva de un discurso educativo potente.

En medio de las discusiones conceptuales a las que dan pie las afirmaciones anteriores, queremos resaltar una posibilidad, aún por explorar desde un análisis profundo y crítico: las comunidades de aprendizaje. En este enfoque lo que se pone en juego es la creación de un escenario vivencial, de conversación e interpretación en el que los participantes adquieren un discurso, que podríamos decir colectivo, a través del diálogo. Es decir, las comunidades profesionales buscan apropiar saberes desde la comprensión del aprendizaje como un fenómeno social.

Las preguntas apenas obvias son ¿Cómo potenciar estos aprendizajes para que los discursos y saberes que se instalan si respondan a una reflexión cuidadosa y crítica del propio campo educativo? ¿Cómo trascender lo meramente reivindicativo para situarnos en un entorno de crecimiento profesional desde la reflexión y la interacción diversa?

Para acercarnos a una respuesta, desde luego basada en nuestra propia experiencia, y por lo tanto sin ánimo de ser objetiva, proponemos algunos hallazgos desde nuestros aprendizajes en una comunidad profesional de maestros del Norte del Cauca, en la que participamos gracias a nuestra presencia en el territorio con los programas de formación de maestros de Proantioquia:

  1. El intercambio como escenario de aprendizaje entre pares nos permite encontrarnos con la trayectoria de cada maestro y sus propuestas educativas, de tal manera que, coincidir con el otro, implica intercambiar sentidos, ideas, y propuestas sobre los caminos que se están construyendo en cada contexto.

  2. Los disensos también son constructores. No podemos pretender “totalizar” los saberes en un único discurso, al contrario, la existencia de múltiples miradas apoya la construcción argumentativa de cada posición.

  3. Narrar las experiencias, tal como lo plantea Mélich, amplía el vínculo entre el pasado desde la narración de lo hecho, de lo construido, las decisiones tomadas, con el futuro, la posibilidad de ser de otro modo, implicarse en la oportunidad de cambio e innovación a raíz del encuentro.

  4. La exploración de lenguajes en las comunidades logra tener acercamientos no sólo académicos, sino reflexiones basadas en las propias experiencias de vida de los participantes. En este sentido la comprensión de los maestros como intelectuales se da también desde el saber que construyen en sus aulas y territorios.

  5. Es fundamental el saber cómo atributo insustituible de la labor del maestro. Un compromiso ético de éste implica la búsqueda permanente de formas para aprender de la cotidianidad educativa, recreando en cada encuentro el conocimiento.

Insistimos en que las comunidades de aprendizaje, cuyo análisis aún es incipiente, pueden ser caminos para la construcción de “sentido educativo”, aportando a la construcción de reflexiones de la escuela como un campo de conocimiento en sí mismo. Para esto es esencial que exista una ruta de trabajo en la que cada maestro proponga maneras de trabajo que articulen sus actividades cotidianas tanto desde su saber y contexto, como aquellas que propongan conversaciones entre las diferentes comunidades y escuelas.

Es consultor en educación. Estudió ingeniería civil y maestrías en desarrollo humano y en intervención social. Sus áreas de interés son la eduación, las políticas para la diversidad y los proyectos que favorezcan el desarrollo local y la ciudadanía.