Aprender sobre la historia de la humanidad y de la naturaleza nos abre un sin mundo de oportunidades.

Conocer nuestra historia nos permite no solo tratar de evitar los errores pasados, sino también de darse la oportunidad de pensar en diversos futuros. Importante decirlo: no aprendemos sobre historia para predecir el futuro.

El futuro no es uno, el camino hacia adelante no es determinista. Como demostró Heisenberg: cuanto mayor es la precisión con la que se conoce la posición de una partícula, con menos precisión podemos saber su velocidad, y viceversa.

Entonces, como no es posible conocer todo el presente, por principio es imposible predecir el futuro. Karl Popper decía que los hechos humanos son impredecibles porque los actos obedecen más a la lógica de la situación que a posibles leyes deterministas.

Ahora, el estudio de la historia sí nos ayuda a repensarnos y aumentar la profundidad de las discusiones y las acciones. El mundo de la educación debe ponerse la 10: motivar a los estudiantes para entender que la historia nos ayuda a quitarnos ese trapo narcisista y aceptar nuestra ignorancia. La historia nos baja de la nube narcisista en donde como humanidad nos encontramos.

Damos por verdad un montón de ficciones (democracia, derechos humanos, dinero, naciones, capitalismo, comunismo) y no nos fijamos en que formamos parte de un ciclo de miles y miles de años.

Ahí entra el papel de la educación. En enseñar a criticar, analizar, reconsiderar. El choque de argumentos y la deliberación entre pares nos hace incrementar el nivel del debate y el nivel de nuevos descubrimientos.

Por eso necesitamos conocer nuestra historia y que el sector educativo sea un pilar fundamental en este camino.  

Es analista económico en Corficolombiana. Estudió economía y una maestría en economía en la Universidad de los Andes.