Las regletas para aprender matemáticas están de moda.Ojalá sean más que una moda y perduren porque son fantásticas.Ojalá se replique la herramienta didáctica y sea acompañada de una sabia pedagogía: amor puro por el conocimiento y el juego. Placer matemático de la abstracción. Libre del pensamiento concreto y la mera utilidad cotidiana. Sabiduría divina.

Estudié en el Colegio Refous y allí aprendí, de la mano de su fundador y director, el maestro Roland Jeangros, dos cosas que a la mayoría le cuesta mucho trabajo aprender: respeto por la autoridad y pensamiento matemático.

También aprendí muchas otras cosas de ese genial pedagogo que era Jeangros: cómo apreciar la música clásica, por ejemplo. Pero es el respeto por lo autoridad y el pensamiento matemático lo que más valoro, porque con los años me di cuenta de que en nuestra sociedad son pocos los que practican y valoran ambas cosas.

Lo que a mi me parecía obvio y fácil no lo era tanto: era simplemente la magia de una pedagogía inteligente que convertía lo más exigente en lo más natural.

Casi nadie respeta al autoridad, comenzando por la autoridad misma. Uno de los graves problemas de nuestra sociedad.

Pero también son pocos los que valoran y practican el pensamiento matemático, por considerarlo difícil, aburrido y hasta inútil.

Pero así como la autoridad es esencial para construir una sociedad sana, las matemáticas lo son también.

La razón no estriba, sin embargo, en su mero uso instrumental.

Es gracioso ver como algunos justifican torpemente el aprendizaje de las matemáticas en la temprana infancia argumentando que las van a necesitar después en el bachillerato y la universidad, como si la razón para estudiar algo fuese su utilidad para seguir estudiando: su utilidad para sobrevivir en el sistema educativo.

Pero el verdadero aprendizaje no está simplemente al servicio del sistema. Tampoco debe funcionar como las iglesias del coaching, que exigen pasos de preparación y certificación previa para luego poder prepararse y certificarse, en un interminable círculo vicioso al servicio de su propio credo.

Tampoco se aprende matemáticas por su utilidad cotidiana. Si así fuera, nadie aprendería nada porque con una calculadora todo se resuelve.

Las matemáticas no existen solo para calcular puentes, choques de trenes y distribuciones pseudojustas de dulces en una fiesta. Estas son ficciones de libros de texto y de maestros que aún no han entendido lo que es aprendizaje significativo.

¿Por qué las matemáticas entonces? Basta preguntarle a Platón, el genio griego.

Las matemáticas, como la música, forman el alma. Por eso son necesarias. Entrenan la mente y la fortalecen, dan espacio al espíritu y libertad al corazón.

Impiden con su preciosa lógica que nuestra cabeza ande divagando ocupada con pendejadas. Enseñan a centrarnos. Nos enfocan.

Las matemáticas además son bellas, valiosas por sí mismas.

La emoción pura de la compresión abstracta. Dicha pura. Tan pura como la música.

No es extraño que exista una preocupación permanente por saber como enseñarle matemáticas a los niños. La gente sabe que las matemáticas son importantes por fortuna, aunque no sepa muy bien por qué.

Por eso cada vez que aparece un método “milagroso” de enseñanza que se vuelve moda todos corren a aplicarlo

Las regletas para aprender matemáticas están de moda. Ojalá sean más que una moda y perduren porque son fantásticas.

Lo digo con conocimiento de causa, pues aprendí con ellas en el Colegio Refous, pionero en Colombia del uso de poderosas pedagogías de la matemática.

Recuerdo que M. Jeangros hacía seminarios con profesores de colegios públicos de las regiones más apartadas del país para trasmitirles pedagogías de la matemática más efectivas.

A esos seminarios también asistía el matemático belga Georges Papy, otro genio de la pedagogía de los números. Esto hace más de tres décadas.

Así que el uso de las regletas no es ninguna novedad pues el Refous las viene aplicando desde hace más de 50 años. Fueron además inventadas por el profesor belga Georges Cuisenaire por allá en 1945. Tienen una larga y vieja tradición.

Las regletas de Cuisenaire son ideales para enseñar aritmética. Tal ha sido su éxito en todo el mundo que ya en 1973, la UNESCO recomendaba su uso universal.

Ahora en Colombia están siendo promocionadas por los colegios gomelos y hispster de la Calera como si fuera la última maravilla de los sabios de Babilonia.

Las utilizan para promocionarse como colegios novedosos, sofisticados y “play”, como se dice aquí, esto es, para cobrar más caro.

A decir verdad, no me importa. Me alegra la moda de las regletas. Cien mil veces preferible a la moda del colegio pretensioso bilingüe, calendario B y con cancha de polo.

Se trata de un paso significativo en la evolución de los colegios de clase media alta, que sin saber están apuntando (por fin, un acierto) al sentido común, dejando felizmente atrás el paradigma traqueto del colegio caro y light, con uniforme de telenovela para adolescentes y sala con tinto para choferes y niñeras.

Ser Montessori tampoco es ninguna novedad por supuesto. Así deberían ser todos los colegios del mundo.

Lo que la lúcida pedagoga Maria Montessori descubrió en Italia hace un montón de años, antes de la Primera Guerra Mundial, imagínese, es que a la hora de enseñar hay que usar el sentido común. Los niños aprenden jugando, con cosas de su tamaño. Como todos los mamíferos superiores.

Las regletas son un juguetazo. No hay que pagar nada para saber cómo se usan: hay tutoriales en YouTube (Dios bendiga internet).

Ojalá se replique la herramienta didáctica y sea acompañada de una sabia pedagogía: amor puro por el conocimiento y puro juego.

Placer matemático de la abstracción. Libre del pensamiento concreto y la mera utilidad cotidiana. Sabiduría divina.

Ojalá las regletas sean algún día de uso corriente en todos los colegios del país, públicos y privados.

A ver si cumplimos con la recomendación de la UNESCO del año 73. O con los consejos de Montessori de 1900. O al menos los de Platón, de hace 25 siglos. Puede que algún día terminemos de ponernos al día en educación.

Es profesor de la Universidad del Rosario. Se doctoró en filosofía. Es especialista en antropología filosófica, filosofía política y filosofía contemporánea.