No todos aprendemos de la misma forma y en los mismos tiempos. Es necesario re-pensar las metodologías que queremos llevar a la escuela, para que estas no se vuelvan una tiranía que no permite otras formas de aprender.

Cada vez es más común escuchar sobre la implementación de novedosas y variadas “metodologías activas” en los procesos de enseñanza. Pareciera una nueva obligación de los maestros atender, permanentemente, a una serie de didácticas que centran la experiencia educativa en el uso de materiales concretos, el trabajo por proyectos, la indagación permanente, y en toda suerte de laboratorios y experimentos (1).

Nada de lo anterior es negativo, por el contrario, si un maestro considera que estas opciones pueden alimentar sus clases y promover aprendizajes en los estudiantes, es deseable su incorporación. Sin embargo, es fundamental no confundir metodologías activas con activismo. En nuestras escuelas, así como en nuestra sociedad, requerimos con urgencia de procesos de aprendizaje realmente reflexivos, con el tiempo necesario para pasar de la demostración a la comprensión; y de la transferencia a la apropiación.

La escuela, y en general, cualquier institución que promueva la educación debe preocuparse seriamente por los espacios necesarios para la reflexión individual, pausada, esa que se hila fina y lentamente. También es urgente, ahora más que nunca, promover las discusiones y conversaciones tranquilas, que favorezcan la capacidad de argumentar, y no solo el uso de información disponible sin ninguna contrastación o articulación con las realidades de las personas.

En la conversación se desarrolla el famoso enfoque griego de la ciudadanía: la capacidad de contar a otro lo que pienso y creo, de manera profunda y reflexiva; siendo capaz también de escuchar respetuosamente lo que el otro afirma. Si algo nos ha mostrado la situación de nuestro país es que aun tenemos enormes retos para debatir, para hablar con el otro en una posición de apertura. Esta postura reconoce al disenso como una posibilidad y se enmarca en el respeto por la diferencia, o mejor aún, en la promoción de la diversidad de miradas y opiniones.

Por lo anterior, conversar desde la tranquilidad es parte de una metodología activa. Lo es también el encuentro individual de un estudiante con una serie de recursos (orales, escritos, visuales, etc.) que lo confrontan con su realidad, y con su propia motivación para aprender. En este caso, lo fundamental es el encuentro de cada sujeto con su propia manera para acceder y desarrollar conocimiento.

Que sea esta la oportunidad para proponer que no hagamos de ciertas metodologías una tiranía. No todos aprendemos de la misma forma y en los mismos tiempos. No todos los procesos educativos deben desplegar grandes materiales o hacerse siempre en equipos de trabajo. A veces el silencio, la escucha activa, la interpelación profunda o el trabajo en solitario son claves para asegurar que la escuela incluya.

La diversidad que se promueve desde el discurso también cabe en la forma como nos acercamos a la experiencia educativa. Qué bueno que podamos comprender que hay saberes que, como la buena cocina, se construyen lentamente.

  1. En muchos casos, estas propuestas no son nuevas. Una revisión de las propuestas pedagógicas que hoy pudiéramos considerar “clásicas” ya nos hablan de asuntos muy de moda hoy, como el aprendizaje por proyectos, por ejemplo.

Es consultor en educación. Estudió ingeniería civil y maestrías en desarrollo humano y en intervención social. Sus áreas de interés son la eduación, las políticas para la diversidad y los proyectos que favorezcan el desarrollo local y la ciudadanía.