Colaborativo_110419.jpg

Dos ideas, desde los que diseñamos y operamos programas de acompañamiento a la escuela para que no caigamos en los diseños de escritorio y se nos olvide que la educación no es un proceso que se pueda condensar en cuatro variables.

No dejamos de mirar hacia la educación. En ella hemos depositado la mayor parte de nuestra esperanza de transformación social basada en la equidad. Desde luego esta no es una creencia infundada. La economía nos muestra importantes réditos en grupos que cuentan con procesos educativos de calidad, y la filosofía nos platea como una educación diversa y multidimensional aporta contundentemente al florecimiento humano.

Ahora bien, para quienes trabajamos en la formulación de lo que pudiera denominarse “proyectos educativos” hay dos ideas que, desde mi parecer, son tremendamente orientadoras a la hora de repensar la manera como situamos las prácticas educativas en el marco de apuestas de desarrollo y transformación social.

1. Llamemos a las cosas por su nombre

Mientras cada vez se instala, debido a importantes luchas, la visibilización (y verbalización, por llamarlo de alguna manera) de mujeres, personas Lgbti, o comunidades con reconocimientos étnicos particulares, pareciera que nos negamos a reconocer otro tipo de condiciones.  Nos cuesta nombrar la discapacidad o la vulnerabilidad social, porque en el fondo mantenemos una mirada deficitaria.

No podemos seguir negando, en la construcción de proyectos y en la vida misma, que hay comunidades con condiciones de vulnerabilidad. Estas características son las que deben ayudarnos a definir rutas y caminos posibles para el  reconocimiento, la interacción pertinente y las acciones que verdaderamente permiten dar voz y un lugar a cada actor social. Es necesario renunciar al ideal aséptico en el que creemos que lo vulnerable[1], en vez de ser atendido y priorizado, debe ser evadido e incluso excluido del lenguaje.

Desde luego la política pública y los programas deben tener poblaciones priorizadas, De esto justamente se trata la equidad, de llevar a cada contexto, comunidad y persona acciones que equiparen las oportunidades y favorezcan el bienestar, que es en esencia un elemento subjetivo y contextual.

2. Menos estandarización, más interacción

Los reconocimientos, sin eufemismos de los que hablo, deben conducir a proyectos con enfoque diferencial. No tiene sentido hacer apuestas  a iniciativas tan estandarizadas que olvidan que lo educativo no es un mecanismo repetitivo y secuencial en el que “masas brutas” se moldean de acuerdo con cánones previamente establecidos. La educación, y la escuela en particular, responden a procesos sociales, y como tal son susceptibles de formas, contenidos, ritmos, vínculos e interacciones tan diversas como las personas que intervienen en ellos.

Desde luego no siempre se puede tener un programa absolutamente distinto para cada contexto, territorio y escuela. Lo que es cierto es que no podemos seguir pensando que acciones genéricas nos van a llevar a resultados diferentes a los que hoy tenemos. Es urgente que nuestros proyectos reconozcan los saberes que ya están en el territorio, puedan adaptarse en alguna medida a las cotidianidades (en plural) de nuestra escuelas, y que dejen de pensar que los libros que funcionan en Singapur lo harán en Colombia, como si todos aprendiéramos lo mismo, al mismo ritmo, y con los mismos referentes.

Volver la mirada a la educación es también observar lo que ya existe, favorecer la interacción con los actores, resignificar las metas y alcances generales de los proyectos a las singularidades de cada espacio educativo, y sobre todo permitir diversas interacciones.

Desde luego que son valiosas las rutas y los programas que llevan apoyos específicos, pero en esas formulaciones se precisa desarrollar capacidades locales, reconocer a los maestros como profesionales educativos con capacidad de adaptar y realimentar prácticas, y ante todo dejar de pensar en el aula como un mecanismo inmutable que produce artefactos.

Que no nos siga pasando, a quienes formulamos proyectos para desarrollar pensamiento crítico, que carecemos de lo que pensamos fundamental en las otras personas.

 


[1] Si miramos, por ejemplo las definiciones de vulnerabilidad de la Cepal, encontramos que es una categoría que va mucho más allá de la pobreza. Implica, entre otras cosas, la no existencia de redes de apoyo y vínculo que puedan ayudar, a personas y comunidades, a acceder a condiciones que permitan la garantía plena de los derechos ciudadanos.

Es consultor en educación. Estudió ingeniería civil y maestrías en desarrollo humano y en intervención social. Sus áreas de interés son la eduación, las políticas para la diversidad y los proyectos que favorezcan el desarrollo local y la ciudadanía.