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Aún existe una gran percepción por parte de varios sectores políticos y económicos de que los jóvenes que están por fuera de las oportunidades de educación y empleo lo están por su propia voluntad. Según esta concepción, el joven que está desempleado está en desempleo porque quiere. En Bogotá, la estrategia Goyn lanzó la semana pasada su último Informe “Jóvenes con potencial: retos, avances y recomendaciones en la agenda de la generación de oportunidades para jóvenes con potencial en Bogotá”.
Este informe muestra cómo esta suposición inicial está totalmente alejada de la realidad, al explicar que los jóvenes con potencial son la suma entre los jóvenes que no estudian ni trabajan (mal conocidos como ninis) y los jóvenes que están en la informalidad. Además, muestra las diferentes barreras a las que se enfrentan debido a características demográficas básicas como el sexo, la raza, la orientación sexual, la zona en la que viven, el estrato de sus hogares, entre otros factores.
El informe evidencia cómo la mayoría de esta población, que está fuera de las oportunidades de educación y empleo, lo está por barreras en el acceso, la permanencia y la culminación de las mismas. Y esto, porque pareciera que el sistema está diseñado como una carrera de obstáculos en la que solo algunos pocos pueden lograr llegar a la meta y no, como debería ser, una trayectoria de apoyos para que todos y todas lo logren. Este es un problema estructural que no solo se ve en la educación, la formación y el empleo, sino en toda la trayectoria de la población joven; desde que entra a la educación inicial hasta que empieza a buscar trabajo en la formalidad.
Según el informe, 5 de cada 10 jóvenes en Colombia, es decir la mitad de los jóvenes en Colombia, están fuera de las oportunidades de educación y empleo, o están en empleos informales, otra de las grandes problemáticas que resalta este informe. En Bogotá, las más afectadas por el desempleo son las mujeres jóvenes debido a que están relegadas a oficios del hogar no remunerados y, después de la pandemia, con mayor profundidad a labores de cuidado. Por su parte los jóvenes migrantes son los más afectados por la informalidad debido a barreras legales y administrativas para entrar a la formación o empleos formales, entre otras.
Alertas tempranas
Hay varias alertas tempranas que estudios como los de la Universidad de Los Andes han levantado y que muy pocas veces son consideradas para la toma de acciones preventivas. Esto pasa, por ejemplo, en el caso de la educación básica y media con los jóvenes que están en extra edad o, para no medir la deserción (que es un indicador de las consecuencias de la inacción preventiva), se puede medir la reprobación. En muchos casos, los jóvenes reprueban varias materias o varios años de manera consecutiva porque no tienen las competencias básicas necesarias para completar sus programas o porque tienen algunas problemáticas asociadas a sus entornos: la presión de aportar financieramente a sus hogares, embarazos tempranos, consumo de sustancias psicoactivas, entre otras.
De esta forma, a pesar de que el sistema está diseñado para medir esas alertas tempranas, pareciera que las medidas y políticas públicas tienden a ir dirigidas a una reacción tardía. Esto implica que tenemos que pensar cada vez más en cómo generar programas de reconexión y prevención para que los jóvenes no se desconecten de las oportunidades educativas.
Barreras en la trayectoria
Aún cuando los jóvenes logran culminar la educación media, 5 de cada 10 jóvenes no logra conectarse con formación posmedia, es decir, educación universitaria, técnica, tecnológica o, incluso, con la educación para el trabajo y el desarrollo humano. En este punto, esta población se enfrenta con mayores barreras. La principal, que ya está diagnosticada, es la falta de recursos que le impide a la población joven no poder pagar los programas a los que quieren acceder.
Por otro lado, a pesar de que en algunos casos tienen los recursos para acceder a estos programas, se enfrentan a otra barrera: no logran pasar los exámenes de admisión porque no tienen las competencias básicas necesarias para hacerlo. Esta situación es más dramática cuando vemos la ruralidad o la realidad de jóvenes que vienen de otros municipios que tienen menor nivel educativo y no logran acceder a estos programas por el desnivel de competencias que tienen. Pero ahí no paran las barreras. Aún cuando muchos jóvenes logran acceder a la formación posmedia, desertan porque la formación no es adecuada a su proyecto de vida; la falta de programas de orientación socio-ocupacional en la educación media los obliga a escoger a partir de las opciones más obvias o más cercanas a su entorno. Esto conduce a que se frustren rápidamente en estos programas.
Ahora, sumemos a estas barreras que sean estudiantes que vengan de otras regiones o incluso estratos bajos, que no cuentan con los implementos necesarios para continuar con sus programas formativos al necesitar transporte, ropa y dinero para materiales. En algunas carreras esto puede ir desde simples fotocopias hasta tener que estar comprando materiales más costosos para impresión de trabajos, construcción de maquetas, entre otros.
Y aún cuando logran culminar la formación, superando todas estas barreras, se encuentran con un mercado laboral agreste. Un mercado en el que no logran conseguir o conectarse a oportunidades de empleo y no logran tener la información para postularse a trabajos que buscan sus perfiles.
Además, se enfrentan a una barrera adicional: la barrera de la experiencia en la búsqueda del primer empleo. Ahora, del otro lado de la moneda también se ve la situación en la que muchas empresas en Colombia no tienen sus procesos de selección basados en competencias, lo que implica que en muchos casos los y las jóvenes son descartados en estos procesos, una vez más, por su sexo, raza, orientación sexual o incluso la localidad en la que viven. Pero aún si no vemos estos sesgos, en muchas ocasiones las empresas consiguen las vacantes por referidos cercanos y no publican sus vacantes, de forma que los jóvenes no tienen forma de enterarse de estas posiciones y no logran conectarse de forma efectiva a estas empresas pues no cuentan con los contactos para lograrlo.
¿Qué podemos hacer?
Siendo así, en lugar de responsabilizar a los y las jóvenes que no pueden acceder a estas oportunidades o no logran culminarlas, debemos empezar a promover un sistema en donde los jóvenes con potencial se vean como eso, jóvenes que tienen el potencial, las ganas y toda la voluntad de aportar al sistema educativo y de empleo de la ciudades del país. Pero, segundo, no solo necesitamos cambiar la mentalidad de todos los actores del ecosistema, sino las prácticas, de forma que podamos construir un sistema de educación, formación y empleo mucho más amigable con esta generación de jóvenes, cuya presencia en el mercado laboral es indispensable para una reactivación económica en estos tiempos difíciles en el mundo. Si desean conocer el informe completo pueden encontrarlo aquí.
Nota: La autora participó en la elaboración del informe que se menciona en esta columna.