Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Cuatro cambios que permiten estimular la conexión de los niños y jóvenes con la escuela para tratar problemas como la deserción.
Alguna vez han tenido el deseo de al llegar a un colegio, correr a la puerta, abrirla de par en par y gritar: ¡niños corran! Esa sensación me ha embargado varias veces en mi vida. En ocasiones, me he enfrentado con colegios en condiciones de extremo calor donde cuesta respirar, he visto alimentación escolar que me recuerda algunas de las versiones más aterradoras de “Alcatraz” y clases donde los niños literalmente repiten como autómatas el mismo concepto desde el primero al último grado.
La situación de muchos colegios es tan precaria que algunos de ellos no llegaron al percentil 20 de cumplimiento y fue esto lo que generó la pasada crisis educativa en la ciudad de Cali donde varios de los colegios privados contratados por cobertura, simplemente fueron descalificados. Nos rasgamos las vestiduras ante tal medida, pero lo cierto es que si se tratara de un hospital, equivaldría una institución que realiza operaciones quirúrgicas en medio de un parqueadero.
Se ha vuelto de moda hablar de los NINIS, estos jóvenes que no estudian ni trabajan y es que no es para menos, según la encuesta de bienestar del DANE cerca del 34% de los jóvenes entre 14 y 17 años, han decidido abandonar la escuela porque físicamente no les interesa.
Con ese imperativo en mi cabeza, a finales del 2015 me atreví a retar a mi equipo de trabajo en Dividendo a lanzar un experimento de 4 semanas para demostrar si seríamos capaces de devolver la pasión por aprender a jóvenes en riesgo de deserción del sistema escolar.
En un principio, el proyecto se concibió como un experimento extraescolar pero luego de realizar consultas con rectores, autoridades educativas y expertos, la respuesta fue contundente: si quieren realmente contribuir, métanse al interior de una escuela de verdad e intervengan la dinámica de todo un bachillerato.
Quién dijo miedo. ¡Incluso para una mente intrépida como la mía, el reto que nació con el apoyo de la Secretaría de Educación de Medellín, era enorme! Ya estábamos metidos de pies y manos, así que decidimos movilizar la idea y pronto recibimos el apoyo de varios empresarios que aportaron importantes recursos, para hacer este sueño realidad.
Con el dinero asegurado, nos dimos a la tarea de elegir 2 colegios; uno para el experimento y otro como grupo de control. Yo honestamente me imaginé que los rectores no se le iban a medir a la idea de abrir la puesta de sus colegios a una transformación radical de su cotidianeidad, pero nuevamente la respuesta fue SI.
Luego de más de seis meses de trabajo con el Colegio San Benito, el 7 de agosto iniciamos la fase de experimentación de “Ser0: laboratorio vivo” bajo la hipótesis de que Las nuevas maneras de enseñar y relacionarse, aumentan el interés y por tanto la permanencia de los estudiantes.
Con este objetivo, implementamos 4 cambios fundamentales:
1. Conectar a la escuela con la ciudad.
2. Alterar las jerarquías escolares y organizar el trabajo de profesores por equipos. (diseñadores de experiencias, líderes de clubes, diseñadores de entornos y gamificadores)
3. Promover el trabajo por proyectos, para lo cual, desaparecieron los grados y se crearon clubes que buscaban responder mejor a las necesidades, intereses y expectativas de los jóvenes.
4. Realizar mentoría demostrativa acompañando la labor de los maestros con expertos.
El experimento finalizó el pasado dos de septiembre y aunque aún estamos procesando los resultados, puedo adelantarme diciendo que aprendimos más en estas semanas que lo que hubiésemos podido hacer en años de trabajo convencional.
Pensábamos que la clave de la permanencia era la innovación y descubrimos que para muchos de los estudiantes, la escuela es un espacio de contención social que fundamentalmente les ofrece seguridad física y emocional, algo diametralmente opuesto a la innovación.
Trabajar por equipo es romper el status quo, generar dinámicas de interacción puede exacerbar el conflicto entre pares, rotar en los espacios en lugar de permanecer en aula, puede ser un reto de convivencia mayor. Doloroso pero cierto, difícil pero no imposible, en nuestro caso fue un llamado a intervenir prioritariamente la convivencia, generar dinámicas de empatía; en resumen, educar para la convivencia como prioridad para fomentar la permanencia escolar.
Queremos implementar la jornada única como medida de calidad, pero en el caso de Cali, un cambio en la estructura de atención ocasionó que 7.000 estudiantes se quedaran por fuera del sistema y otro tanto prefirió permanecer en colegios de muy dudosa calidad ¿Por qué? Al parecer mucho tiene que ver con los temas antes señalados. Esto sin duda amerita una reflexión profunda acerca de que es lo que realmente los estudiantes están demandando. ¿Sí implementamos la jornada única como una prolongación de la propuesta actual, podría esto incidir en una mayor deserción?
Los que trabajamos día a día por la educación, tenemos el imperativo de recordar que no trabajamos para el sistema sino para la realización integral de los estudiantes y en esa línea estoy convencida que la educación no requiere pañitos de agua tibia sino por el contrario una transformación radical.
Pronto compartiremos los resultados a través de una producción documental que busca incentivar un diálogo abierto al respecto, por ahora no me quedan sino agradecimiento al equipo docente de San Benito con quienes seguimos construyendo el plan de ajustes que ellos han decidido implementar.
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