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La costumbre de regalar flores el día de la mujer me produce escozor. ¿Cómo es posible que se quiera conmemorar el coraje de las mujeres con florecitas? Y nadie se da cuenta de que regalarle una flor a una mujer justamente este día es enviarle un mensaje machista.

La costumbre de regalar flores el día de la mujer me produce escozor. ¿Cómo es posible que se quiera conmemorar el coraje de las mujeres con florecitas?

Y nadie se da cuenta de que regalarle una flor a una mujer justamente este día es enviarle un clásico mensaje machista: “mira niña”, parece decir el gesto con la flor, “esto es lo que eres: un órgano reproductivo que cultivamos y cortamos para nuestro goce personal”. Y también: “eres tan delicada, intocable y frágil…”

Qué asco. Cada vez que veo la escena, se me revuelve el estómago. Siento vergüenza y me dan ganas de pedir disculpas.

Perdonen todas semejante estupidez. Perdonen por la memoria de aquel día terrible, funesto, en que las obreras que días antes protestaban murieron quemadas por las llamas de la fábrica que era su cárcel, un día de marzo, y por todas aquellas que han sido asesinadas, golpeadas, mutiladas, violadas, maltratadas, discriminadas, abusadas, humilladas, despreciadas… La lista de delitos contra las mujeres es interminable.

Es como si para conmemorar Auschwitz regalásemos un brazalete con la estrella de David a todos los judíos…

Perdonen todas, también, que este día se haya convertido en una fiesta más, una comercial, para mantener satisfechos por un día al año a los oprimidos: el día de la madre, del padre, del trabajador, del profesor, del niño… Hay hasta día del filósofo, válgame Dios.

Claro, el día de la mujer es solo uno. Solo si es madre, se gana su día adicional. De resto son días para oprimidos…hombres.

Estas cosas dicen mucho de nuestra sociedad. Por supuesto no voy a decirle a ninguna mujer cómo asumir, vivir, conmemorar este día. Faltaba más. Pero si puedo compartir con mis congéneres masculinos qué puede significar para nosotros.
A mí, como hombre, lo primero que me duele del patriarcado es la permanente sensación de opresión que genera sobre nuestra libertad, sobre nuestra masculinidad y hombría.


Desde pequeño lo he sufrido. El paradigma imperante de hombre es un macho idiota y burdo estilo Donald Trump que tiene dinero, poder y chicas por doquier. Si eres hombre te tienen que gustar los autos, debes “conquistar” muchas mujeres y tener puestos y mandar y acumular bienes y fortuna, ser tosco, agresivo, arrogante, con mirada altiva e indiferente, macho alfa, o si no, no eres nada. Carecer de esas cosas te emascula.

El patriarcado no solo es una absoluta desgracia para las mujeres, Señores. También es una completa tragedia para los hombres, para la mayoría, que se tienen que someter y acomodar con violencia a tristes y absurdos moldes de comportamiento y pensamiento: moldes que no nos hacen felices como varones. Nunca.

Moldes en los que hemos sido educados, “embutidos” habría que decir, desde chiquitos, por la familia, la escuela, los medios, la política, la ley –sí, porque la ley es machista también–, la sociedad entera…

Dirán que habrá quien se sienta satisfecho así. Que muchos hombres gozan de la competitividad masculina y del ego y del estar sacando el pene en forma de arma, de posición, de dinero, de violencia. No creo. No me lo creo.

Creo en realidad que creen que “gozan” y creen que les “gusta”, porque así han sido educados, porque hay un sistema moral omnicomprensivo llamado patriarcado que lo posibilita, reproduce y avala. Llámalo como quieras: discurso imperante, paradigma hegemónico o cosmovisión. Es lo mismo.

Como hemos sido educados así, desde pequeños, y toda la sociedad piensa lo mismo, hombres y mujeres, y desde hace siglos, todos creen que está bien, que no hay ningún mal y que nada hay que cambiar.

Permítanme recordarles que vivir en la cultura del patriarcado y el machismo, con toda su violencia estructural contra las mujeres y su deformación estructural de los hombres, es como haber nacido atados de pies y de manos en el fondo de una caverna, solo viendo sombras proyectadas en una pared, como en un cine, pero no viendo las cosas como son. Platón dixit.

Los hombres son hombres, dicen. ¿Qué carajo es eso? Y eso, ¿qué significa? Todos quieren, y cuando digo todos es todos: abuelas y tíos, maestros y maestras, señores y señoras, que los hombres desde la cuna nos metamos en unos moldes que a nadie le gustan: el bruto, el tosco, el que es fuerte, el que pega, el que manda, el que viola, el que no entiende de delicadeza, ni de niños, ni de hogar, el que gana dinero, el que lo maneja, el proveedor, el que siempre viste de azul negro o gris, el que es un niño eterno que juega con máquinas y necesita siempre a su mamita…

Y así, en las relaciones de pareja, a los hombres se los posiciona –consciente o inconscientemente, es lo de menos– o como padres de la hija-mujer o como hijos de la esposa-madre. Y no más. Pero no como parejas de verdad: como iguales. 

Y estos roles se repiten y reproducen en toda parte y a todo nivel. Están los hombres que solo cuidan a las mujeres que son sus hijas. Están los hombres que solo respetan a su madre idealizada y asexuada. Y esto con suerte. Porque también hay hombres que violan a sus hijas y que no respetan nada. ¿Y el resto? Son putas. 

¿Qué es ser hombre? ¿Qué es ser mujer?

Lo que queramos ser, más allá de la etiqueta.

Ser humano, ser persona, es estar abierto a las posibilidades, crearse y renovarse a sí mismo cada día.

Nuestra condición humana no es solo ser seres-para-la-muerte, como diría Martin Heidegger, seres conscientes de su finitud, sino también seres para el nacimiento, que con actos de libertad se recrean nuevamente, como diría Hannah Arendt.

La libertad es lo más humano que hay y eso significa poder tomar distancia de nuestras etiquetas de cuna: género, etnia, lengua, nacionalidad, etc.

Poder ser “hombres” y “mujeres” como nos dé la gana y no según el gusto de los demás o las normas del patriarcado.

Inventarnos día a día el significado de esas palabras, llenarlos con nuestra creatividad.

Ya sé que algunas feministas me dirán: “este señor se aprovecha esta fecha tan importante para defender a los hombres”. Pues sí. Pero pienso que si no somos conscientes de cómo hombres y mujeres educamos hombres y mujeres machistas y tomamos distancia crítica de ello, no se va a lograr nunca la igualdad.

En resumen, lo que digo es que la violencia contra las mujeres también es, en sí misma, violencia contra los hombres. Así los hombres no se den cuenta.

Además, esto no es, no ha sido nunca, una guerra, entre hombres y mujeres, o una competencia. Qué ridículo. Ni una discusión sobre quién es mejor o quién tiene la culpa.

En vez de culpa, hablemos de responsabilidad: miremos al presente y al futuro. La responsabilidad es de todos y de todas. O simplemente de todas (las personas).

Lo más difícil de cambiar de una sociedad son sus creencias, sus prejuicios. Están ahí sembrados, por generaciones, por la costumbre. Y es toda una batalla sacarla de ahí.

Porque la gente se abraza a sus creencias como si de ello dependiese la vida, como si no tuviese nada más. Las convierte en su dios personal, que adora en su pequeño altar de facebook.

Como educador y filósofo lo he vivido: llevo años luchando clase tras clase contra los prejuicios. Los estudiantes creen que estoy tratando de ponerles cosas en la cabeza, cuando en realidad me dedico a sacárselas: un montón de cucarachas. Y qué difícil es.

Para que las cosas cambien a nivel global y se logren niveles satisfactorios de igualdad para las mujeres los expertos pronostican que necesitamos 200 años. Claro, porque hay cambiar las creencias y, con ellas, los dirigentes y mandamases del mundo que son la mayoría varones. Y la mayoría, modelo Berlusconi.

Así que apresurémonos con profundidad. Hagámoslo rápido, pero a fondo. Comencemos por nosotros mismos, caballeros. Asumiendo el primer hecho: el patriarcado es una mierda. Lo hemos sufrido.

Contexto

Es profesor de la Universidad del Rosario. Se doctoró en filosofía. Es especialista en antropología filosófica, filosofía política y filosofía contemporánea.