Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Los términos: oratoria y retórica, que pueden sonar arcaicos, podrían responder a muchas de las inquietudes acerca de por qué les resulta tan difícil a los estudiantes prestar atención.
No hace mucho, estuve en una conferencia de Miguel Ángel Santos Guerra sobre educación; y aunque el contenido fue definitivamente revelador, lo que terminó generando la presente reflexión fue la forma de su discurso, el entretejido de sus ideas y la retórica utilizada para conectar con su auditorio. Mi expectativa frente al evento era la dictada por la experiencia, es decir, que sería una conferencia común sobre educación, somnífera y plagada de una metalengua que solo expertos en educación podríamos descifrar. Sin embargo, nunca medió en mi expectativa el sentido común: si íbamos a escuchar a un experto en educación, lo lógico era que tuviéramos una experiencia positiva e interesante que nos permitiera generar aprendizajes significativos. Finalmente, abandoné el recinto gratamente sorprendido, como muchos, por la capacidad del orador y con muchas de sus ideas retumbando en mi cabeza. Pero, ¿por qué me sorprendía algo que era lógico, al menos desde el sentido común?
Porque creo que es eso precisamente lo que hemos olvidado en educación, el sentido común. De un educador, espero un orador elocuente que se sirva de elementos retóricos apropiados para involucrar a su audiencia y para lograr que sus palabras lleguen donde y como deben llegar a las mentes de quienes lo oyen. A pesar de ello: ¿Cuántas veces no hemos concluido u oído la reflexión: tal o cual maestro “sabe mucho” pero cuando habla, me es difícil prestarle atención?
Claro está que los paradigmas educativos actuales dejan de lado las clases magistrales para involucrar a los estudiantes en tareas activas, interactivas y participativas, guiadas por el maestro como facilitador y que por sí mismas abren la puerta al aprendizaje de manera más autónoma. Sin embargo, la concentración en estos acertados enfoques ha dejado de lado la importancia de la lengua como vehículo de transmisión de significados y pensamientos y, haciendo honor a la verdad, aun hoy en día, una buena parte de la tarea como maestro implica pronunciar discursos frente a un público. Es más, hay osados autores como Rafael Serrano (2016) que inclusive comparan la labor docente a la del actor, convirtiendo el aula de clase en un teatro y el ejercicio docente en una puesta en escena.
Al hacer una revisión a la oferta de pregrados en educación en Bogotá, noto el interés por formar maestros con amplios conocimientos teóricos y prácticos acerca de las teorías y modelos pedagógicos, con extensos dominios disciplinarios de las distintas áreas del conocimiento y con un alto sentido de la ética y la crítica. No obstante, la ausencia de cursos de oratoria y retórica es patente. Tal vez vemos estos términos como arcaicos o dichas disciplinas como implícitas en el ejercicio o en la formación docente. Pese a esto, el sentido común, cada vez más diluido en el ejercicio educativo, podría llevarme a soñar con un maestro que encanta cuando habla, así como lo hicieron todos esos maestros y maestras que ustedes como lectores recuerdan y de los que muy seguramente no olvidan lo aprendido.
Referencias
Serrano, R. (2016). La dramaturgia del docente en el aula. Razón y Palabra. 62. Recuperado de: http://www.razonypalabra.org.mx/n62/varia/rserrano.html#au