Para avanzar en esta ruta, consideramos que el primer cambio debe ocurrir en la mente del directivo docente: concebir y gestionar el cambio para construir una escuela que aprende. 

Hace un mes tuvimos la oportunidad de reunir distintos actores educativos en Medellín para hablar sobre Organizaciones Escolares Inteligentes, un concepto que, si bien no es nuevo en el ámbito educativo, sí podríamos decir que no ha sido suficientemente explorado para identificar la potencia que pueden tener sus postulados. En Proantioquia consideramos que esta propuesta ofrece elementos potenciadores para las transformaciones que estamos buscando en la educación.

Lo primero, es que no podemos seguir proponiendo modelos educativos de espaldas a lo que pasa afuera de la escuela, no solo en el vecindario cercano, sino en el mundo (avances tecnológicos, migraciones, los cambios en las relaciones de producción, entre otros). Lo segundo, es que es fundamental atreverse a soñar en grande la escuela para construir una visión compartida. Para esto, la alineación de directivos, maestros, estudiantes y padres de familia es fundamental, de lo contrario, ni siquiera el sueño de una escuela transformada podría concebirse.

He aquí lo tercero, quizá lo más retador, donde muchos directivos piensan en lo titánico de la tarea que tienen encomendada: la buena gestión que se haga de las personas que conforman la comunidad educativa es fundamental para alcanzar la visión compartida. Debe instalarse una manera de hacer particular – cultura institucional –  para lograr ese propósito superior que se han soñado.

Así entonces, para la realización de un plan estratégico institucional que tenga como foco el aprendizaje de los estudiantes es necesario:

  • Tener como horizonte el mundo
  • Promover el aprendizaje colaborativo entre todos los que hacen parte de la comunidad, fijándose altas expectativas sobre lo que pueden lograr juntos
  • Promover relaciones cálidas entre los miembros de la escuela a partir de la identificación de lo mejor que tiene cada uno para aportar al logro del sueño institucional

A este fin último de la escuela es posible llegar en tanto se tenga claro el rol fundamental que juegan los padres de familia; los apoyos y aprendizajes que se pueden lograr cuando se establecen alianzas con otras escuelas y otros actores sociales; la motivación que genera en todos los miembros de la comunidad educativa los reconocimientos a la buena labor realizada; y, sin duda alguna, la posibilidad de que todos se sientan co-gestores del presente y futuro de la escuela transformada.

No obstante, para avanzar en esta ruta, consideramos que el primer cambio debe ocurrir en la mente del directivo docente: concebir y gestionar el cambio para construir una escuela que aprende. Para ello, es clave sentirse capaz y tener herramientas para trazar una ruta clara de transformación (pensamiento y dirección estratégica) y darse a la tarea de conocer y aceptar su gente para conformar equipos de trabajo colaborativos (instauración de relaciones de calidad y de apoyo). El desarrollo de estas dos competencias en los directivos puede hacer la diferencia entre una escuela que avanza transformada y una anquilosada en el tiempo.

*Este texto fue co-escrito con Luz Celina Calderón, quien lidera la implementación de las estrategias de mejoramiento educativo desde Proantioquia.

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, especialista en Evaluación Social de Proyectos de la Universidad de los Andes y Master en Ciencias en Política Pública y Gestión de Carnegie Mellon University. Tiene 15 años de experiencia trabajan